viernes, 26 de septiembre de 2008

"Soy mejor escritor que periodista, y mejor humorista que escritor"

Hernán Casciari (37) nació en Mercedes, Buenos Aires. Es periodista y escritor. En 1991 recibió el 1º Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires, con la novela “Subir de espaldas la vida” y el premio Juan Rulfo, en 1998 con el relato “Ropa sucia”. Desde el año 2000 vive en Barcelona donde escribió cuatro blogonovelas, las primeras escritas en Internet: “Diario de una mujer gorda”, “El diario de Letizia Ortiz”, “Mi querido Klikowsky” y “Juan Dámaso, vidente”.
La blogonovela es una novela editada a través de un blog en Internet, al estilo de un folletín. Una de las características principales de la blogonovela es que está escrita en primera persona, reproduciendo así la forma más difundida de escribir en un blog.
La blogonovela “Diario de una mujer gorda” se transformó en un libro bajo el título “Más respeto que soy tu madre”. Se tradujo a varios idiomas y en enero de 2009 Antonio Gasalla protagonizará la adaptación, en una obra de teatro que estará en cartel en el Metropolitan.
En febrero de 2004, Casciari comenzó a escribir artículos, ensayos y piezas cortas de ficción en otro de sus blog: “Orsai” (http://www.orsai.es/). Los textos publicados en este blog, visitado por una gran cantidad de lectores de todo el mundo, dan origen a dos libros: “España, perdiste” y “España, decí alpiste” que salió a la venta en nuestro país en el mes de Julio, editado por Sudamericana.
Hernán Casciari vivió en Mercedes hasta los 17 años cuando se muda a Buenos Aires con la intención de estudiar periodismo. “En 1988 me mudé a Buenos Aires, pero sin acabar el secundario. Estaba más ansioso por irme de Mercedes que por dar las cinco materias que me quedaban para recibir el diploma. Me matriculé en el Círculo de la Prensa para estudiar periodismo, pero solamente pude cursar seis meses. Un día descubrieron que yo tardaba demasiado en entregar mis certificados de estudios completos, y me dijeron adiós. Me fui contento, porque no me estaba gustando mucho estudiar periodismo.”
- Cómo fue esa experiencia de vivir solo, salir de la casa de tus padres, de ese primer exilio…
- Alquilamos una pieza con el Chiri (amigo de la infancia y protagonista de muchas de las historias que escribe Casciari) en la casa de una vieja, y nos dedicamos a disfrutar de la falta de padres. Fue una época económica complicada, por culpa de Alfonsín y de la hiperinflación. Pasábamos alguna angustia alimenticia. Adelgacé. Tengo buenos recuerdos de ese tiempo.
- ¿Qué hacías en Buenos Aires?
- Vendía filtros de aceite para autos, en Warnes. También vendí bolsas de plástico en supermercados. Y durante un tiempo corto, salame quintero mercedino. Cuando no había plata, vendía algunos libros en los puestos de usados de Plaza Italia. Libros muy queridos, eso me dolía un poco.
- ¿Cómo te definís? Periodista, escritor, las dos cosas…
- No soy buen periodista, aunque trabajé años en eso. No soy bueno porque soy perezoso, y siempre preferí mentir, o imaginar, a buscar la verdad. La verdad me aburre muchísimo. Soy mejor escritor que periodista, y mejor humorista que escritor.
Sobre la relación con los lectores de sus blogs y los comentarios que éstos escriben en ellos, Casciari sostiene: “Me importa muchísimo la interacción con los lectores. Conocer sus reacciones ante un texto, sus conversaciones, y debates en torno a una historia, es una de las enormes ventajas de escribir on line”.
Cuando se le pregunta sobre si, de haberse quedado en Argentina, su éxito hubiera sido el mismo, Casciari afirma que “mi carrera no es fruto de España sino de otra tierra, más grande, que se llama Internet. Supongo que hubiera accedido a las mismas herramientas de haberme quedado en Buenos Aires. El primer capítulo de Los Bertotti (la familia protagonista en “Diario de una mujer gorda”) lo escribí en San Isidro, en un cuaderno Rivadavia, en 1998. Sospecho que los primeros pasos habrían sido idénticos: un día habría conocido el formato blog, habría copiado textual ese capítulo, y le habría dado a la tecla de Enviar, sin esperanza ni tragedia, porque sí.
- ¿Escribís cosas que no salen en ningún blog?
- Estoy escribiendo una novela que no va a pasar por los carriles digitales, sino que irá directamente a papel, el año que viene.


Hernán, Cristina y la pequeña Nina
Hernán está casado -su esposa Cristina es española- y es padre de una niña –Nina- de cuatro años. “Desde que nació Nina, no hubo un solo día que no me haya despertado con la cara contenta”, dice Casciari.
- ¿Conociste a tu esposa en Argentina o en España?
- La conocí en París, una vuelta que fui a recibir el premio literario Juan Rulfo, y me quedé con ella en Barcelona. No tenía pensado quedarme, pero uno nunca hace lo que tiene pensado.
- ¿Te fuiste directo a Barcelona o anduviste por otros lugares?
- De París, derecho a Barcelona.
- ¿Sos de leer mucho? ¿Qué cosas leés, qué autores?
- Sí, leo como un loco enfermo. Pero sin orden, sin lógica. No leí a los clásicos, por ejemplo, a excepción de Dostoieski, que por alguna razón me gusta mucho. En general leo literatura en castellano original, difícilmente una traducción. Lo que más me gustó siempre: Borges. Lo que más me gusta ahora: Vila-Matas, Bolaño.
- ¿Te encontrás con argentinos en Barcelona?
- Cuando vienen a mi casa. No soy muy de salir.
- ¿Qué diferencias encontrás entre la vida y la cultura española y la de Argentina?
- Hay muchas. Escribí un libro entero sobre el asunto. Para empezar, hay muchas diferencias gastronómicas (ellos no comprenden la pasión por lo dulce). Y lo que más me sorprende es la incapacidad española para entender el fútbol. No tienen la menor idea de fútbol, piensan que es un espectáculo de colores, y van a la cancha a hacer la ola.
- Tengo amigos en Galicia que dicen que a los argentinos nos quieren en España, ¿qué opinás?
- Opino que a las mujeres les gusta mucho el acento, que se excitan bastante con el tonito, y eso nos da ciertas ventajas sociales. A nivel profesional, tenemos como un valor agregado también, por encima de otras "razas" de latinoamérica.
- ¿Volverías a vivir a Argentina?
- No puedo, mi mujer es muy patriota y no me deja. “No me deja”, en el sentido de que no se quiere divorciar. Cristina no podría vivir en Argentina, no por temas económicos ni de inseguridad, sino porque le gusta muchísimo vivir en Catalunya. Muchísimo más que a mí vivir en Argentina. En patriotismo me saca tres cabezas, así que la cosa está complicada.
- Cómo viste el país cuando viniste a presentar tu libro, después de unos cuantos años de ausencia.
- Igual que siempre: un quilombo. Un quilombo precioso.
- ¿Estás informado de las cosas que pasan aquí?
- Sé absolutamente todo lo que pasa. El hombre puede vivir en cualquier parte, pero siempre será del sitio de donde necesita saber cosas. Y yo me despierto, me hago el mate, y miro los diarios argentinos.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Foto: gentileza Hernán Casciari

viernes, 19 de septiembre de 2008

Internet:¿la octava maravilla?

Muchas veces, cuando uno habla de las siete maravillas del mundo, no recuerda exactamente cuales son. Hagamos el ejercicio de recordarlas: la Gran Pirámide de Giza, el Templo de Artemisa, el Sepulcro de Mausoleo, los Jardines Colgantes de Babilonia, El Coloso de Rodas, El Faro de Alejandría, y la Estatua de Zeus. Estas son las consideradas Las Siete Maravillas del mundo antiguo.
El año pasado se realizó una votación para elegir las Siete Nuevas Maravillas, las elegidas fueron: El Taj Mahal en la India, el Coliseo Romano, la Gran Muralla China, el Cristo Redentor de Río de Janeiro, Machu Pichu en Perú, Chichén Itzá en Yucatán, México y Petra, el enclave arqueológico en Jordania. Estas maravillas son, lógicamente, arquitectónicas pero es mi intención hablar de lo que es –para mí- una maravilla tecnológica: la Internet.
Internet es una red mundial de computadoras interconectadas y vinculadas entre sí. La red Internet conecta miles de computadoras y networks alrededor del mundo a través de protocolos de comunicación estándar que les permiten comunicarse entre ellas.
Si bien los antecedentes de Internet se remontan a 1969, cuando se crea el primer enlace entre las universidades de Stanford y UCLA, en Estados Unidos, logra su desarrollo mundial hacia principios de la década del ’90. Se calcula que en la actualidad, Internet tiene más de 1.200 millones de usuarios en el mundo.
El avance tecnológico que significa Internet, en materia de comunicaciones, no tiene precedentes. Internet ha logrado cambiar la vida de las personas en muchos sentidos, porque los usos que tiene la red son muy variados. Piense que usted está leyendo este artículo gracias a Internet, porque yo vivo en Buenos Aires y cuando termine de escribir enviaré el texto por mail para su publicación y tal vez, alguien la lea en la página web del semanario, a partir de mañana, desde cualquier parte del mundo.
Una persona puede –hoy día- buscar información sobre cualquier tema en Internet, realizar trámites bancarios, escuchar radio, leer un diario digital, comprar o vender productos, enviar y recibir todo tipo de documentos, o comunicarse con una persona en cualquier parte del mundo. ¿Sería descabellado, entonces, hablar de Internet como la octava maravilla?
Nuevas formas de expresión
Internet no solo agilizó las comunicaciones sino que ha servido de plataforma para que nacieran nuevas formas de expresión.
Una de esas nuevas formas son los blogs. El blog es un sitio web donde uno o varios autores suben textos, fotos, información, etc. El término blog proviene de las palabras web y log, que en inglés significa diario. En la actualidad existe una infinidad de blogs de diferentes tipos y estilos, donde sus autores exhiben textos de su propia autoría o de terceros.
El filósofo argentino Juan Pablo Feinmann dijo –textualmente- en un reportaje en la última Feria del Libro: “Yo detesto el blog, estoy en contra de los blogs, no hay pelotudo que no tenga un blog, ponelo en negrita. En Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog, o sea, no entro en un blog así porque sí nomás. A la mayoría de los que escriben blogs un buen jefe de redacción les daría una buena patada en el culo y los echaría por la pésima prosa que tienen. Ese democratismo me parece realmente agraviante con el lector”.
Curiosamente este filósofo no hace gala de lo que podríamos llamar un lenguaje cuidado a la hora de denostar a quienes escriben en los blogs. Más allá de si se escribe bien o mal, no se puede soslayar la importancia de los blogs como nueva forma de expresión, mal que le pese a Juan Pablo Feinmann.
Hernán Casciari y la blogonovela
Blogonovela es un término acuñado a partir de una novela editada en entregas en un blog, al estilo de un folletín. Los antecedentes los podemos encontrar en el siglo XIX, en el Romanticismo francés, donde surgen las novelas por entregas. Los diarios eran acompañados por un folletín que contenía el capítulo de una novela. Con ese mismo concepto pero en un blog, nació este nuevo género literario: la blogonovela. Una de las características principales de la blogonovela es que está escrita en primera persona, reproduciendo así, la forma más difundida de escribir en un blog. La invención se le atribuye a Hernán Casciari, periodista y escritor argentino radicado en Barcelona, España.
Hernán Casciari es autor de “Diario de una mujer gorda”, escrita a partir de 2003 y de otras blogonovelas como “Diario de Letizia Ortiz”, “Juan Dámaso, vidente”, “Mi querido Klikowsky”.
El éxito de estas blogonovelas fue tal que “Diario de una mujer gorda” se transformó en un libro bajo el título “Más respeto que soy tu madre”, fue traducido a varios idiomas y está previsto que a partir de enero de 2009 Antonio Gasalla la adapte a una obra de teatro que protagonizará y que estará en cartel en el Metropolitan.
Cuando terminó de escribir la primera parte de “Diario de una mujer gorda”, Casciari describió su experiencia. “En lo personal, ha sido riquísima e intransferible. Recomiendo con efusividad a escritores y periodistas incursionar en este género, que posee las grandes ventajas de la literatura y de la columna editorial, y carece de sus desventajas evidentes. Como literatura, posee la inmediatez de respuesta que sólo nos da la publicación diaria; y como periodismo, la posibilidad de mentir sin ir presos (opción que sólo nos brinda la ficción o la actividad política).”
Por otro lado “Mi querido Klikowsky” fue llevado a la televisión Vasca como sit-com, a través de la productora Globomedia, una de las más importantes de España. Casciari es autor también del blog Orsai (http://www.orsai.es/) visitado por una gran cantidad de lectores de todo el mundo, donde publica sus cuentos y diferentes tipos de textos que han servido de base para dos libros: “España, perdiste” y “España, decí alpiste” que salió a la venta en nuestro país en el mes de Julio, editado por Sudamericana.
Hernán Casciari colabora, como periodista, con numerosos medios como el diario El País de España, Página 12, Diario Perfil y la revista Newsweek, entre otros.
La semana próxima publicaremos una entrevista a Hernán Casciari donde nos cuenta su vida y su experiencia en España.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

viernes, 12 de septiembre de 2008

Sasturain, el 57, Elena y el gigantón

Es viernes a la mañana y me propuse llegar temprano a la oficina. Poder hacerlo es todo un logro. Cuando uno viaja desde la zona norte del conurbano hacia la ciudad de Buenos Aires, nunca sabe bien a que hora puede llegar. La panamericana es una verdadera caja de sorpresas.
Salgo de casa rumbo a la parada del servicio diferencial del 57 pensando que a pesar de la mañana fría y algo nublada, será un lindo día. El viernes es mi día preferido. Será quizás porque yo nací una tardecita de verano, un día viernes.
La 57 (cubre el trayecto Pilar-Plaza Italia) es una línea un tanto particular. Viajamos casi siempre los mismos pasajeros –que coincidimos en el horario- y conocemos a los choferes. Debe ser la única línea de colectivos donde los usuarios saludan al chofer al subir y al bajar del ómnibus. Se conserva todavía esa buena costumbre pueblerina del saludo que se ha perdido en las grandes ciudades.
Subo al colectivo y saludo con un “buen día”. Compro el boleto y me acomodo en uno de los lugares libres que da sobre las ventanillas de la izquierda. Reclino un poco el asiento y saco de mi mochila el libro de Juan Sasturain “Manual de perdedores” que compré la noche anterior.
“Podría comenzar este relato diciendo que uno no puede jubilarse de lo que ama...” Me gusta como empieza. Me interno en la lectura. El asiento de mi derecha está vacío pero sé que pronto alguien se sentará. En la próxima parada el colectivo se colmará de almas que se han levantado –como yo- para cumplir el ritual diario de viajar hasta la Capital para trabajar.
“Tony no pasó aquel invierno y en la misma camita arrugada de la pensión se fue de largo en un sueño...” No presto atención a los que suben porque estoy metido en el relato de Sasturain, pero siento el preciso momento en que un gigantón se sienta al lado mío. En realidad se desploma, deja caer toda su humanidad de más de cien kilos sobre el asiento que cruje y es imposible no darse cuenta de que alguien se ha sentado. Lo miro de reojo brevemente, debe medir por lo menos un metro noventa.
Trato de continuar mi lectura: “En un rincón de la Chacarita adonde puedo llevarlo cualquier tarde de estas hay un lugarcito...” Escucho que canta. Lo miro. Mi compañero circunstancial de viaje, al que es la primera vez que veo, ha apoyado su codo derecho en el apoyabrazos, ha puesto su puño sobre la boca como si se tratara de un micrófono y canta bajito algo que no entiendo bien: - elena no... ya no te vayas... no te vayas mi amor...
Qué loca está la gente –pienso- y vuelvo a Sasturain: “Recuerdo que en los agitados días de otoño del ’83, cuando este Manual era un folletín...”
-Sacá un crédito –escucho que dice en voz baja el gigantón.
Miro de reojo. Le está hablando a la nuca del tipo que está sentado en el asiento de adelante.
-Que tu hermana saque un crédito de quinientos mangos, me los das y vos le pagás el crédito a tu hermana, yo te vendo así, si vos querés bien y sino no te vendo más –dice, convencido de hablar con alguien.
Siempre me ha llamado la atención la cantidad de “personajes” que hay en Buenos Aires. Si bien en todos los pueblos hay gente particular, uno puede ver en las calles de Buenos Aires un sinnúmero de personas raras. Supongo que existirá una relación directa con la cantidad de habitantes: a mayor cantidad de gente mayor proporción de personajes.
El colectivo merma su marcha por el embotellamiento que a esa hora se produce, casi todas las mañanas, a la altura de la ruta 197 en Pacheco.
- Y sí, que saque un crédito – vuelve a insistir.
Esto se pone bueno –pienso- e intento retomar el relato en el libro: “ Fue el primero en dejar la sala. En el vestíbulo, se recostó contra una pared, encendió un cigarrillo acurrucado sobre la llama y luego pitó hondamente para largar el humo...”
- ¿Qué hora es? – escucho y miro a mi derecha.
- ¿Qué hora es?- La pregunta es para mí.
Levanto el brazo izquierdo para mirar mi reloj.
- Las nueve menos veinte -respondo, mientras el gigantón intenta corroborar por él mismo lo que digo inclinando su cabeza para ver mi reloj.
Lo miro por primera vez a los ojos y me percato que son de color claro. Reparo en el buzo a rayas que trae puesto, los jeans y zapatos marrones; debe tener unos cuarenta y cinco años más o menos.
Mi compañero circunstancial de viaje vuelve a su posición y sigue cantando bajito, mientras con la mano golpea su muslo derecho, como marcando el ritmo:
- Elena no, Elena no... ya no te vayas... no te vayas mi amor...
Desisto de seguir leyendo. Veo el respaldo del asiento de adelante, hay una leyenda escrita con marcador indeleble negro: El que se atreva a tener dos mujeres recibirá el peor de los castigos (tendrá dos suegras), reza la frase. Y hay una pregunta escrita más abajo: ¿hasta donde se lavan la cara los pelados? Sonrío mientras mi compañero de viaje sigue empeñado en que yo me aprenda de memoria la canción que canta.
- Elena no, Elena no... ya no te vayas... no te vayas mi amor...
Ya me resulta familiar y trato de recordar dónde la escuché.
Cierro los ojos, el sol que se asoma entre las nubes, me pega en la cara. Es agradable sentir el calor del sol en una mañana fría.
Escuchando al gigantón recuerdo –de repente- que esa canción la cantan “Los grosos”, un grupo de música tropical formado por enanos. Me asalta una imagen surrealista: el gigantón cantando rodeado por el grupo de enanos. Sonrío con los ojos cerrados.
El colectivo ya está llegando a mi destino. Abro los ojos, estamos a una cuadra de Cabildo y Congreso. Le pido permiso para poder pasar y bajar del colectivo, él seguramente seguirá su viaje hasta Plaza Italia, el mío ha concluido. El gigantón se para, con la cabeza toca el techo del colectivo.
En la calle me doy cuenta que a pesar del sol, el aire es frío. Por la vereda de la avenida la gente camina apurada para que el subterráneo los trague en la estación Congreso de Tucumán. Yo voy enfrentando a ese gentío, tengo que caminar dos cuadras en sentido contrario.
Hoy será un buen viernes, me convenzo. Anoche le mandé por mail a Jorge la nota para el semanario. Tengo que pensar sobre qué voy a escribir la semana que viene. Sin darme cuenta canto: Elena no... Elena no... ya no te vayas... no te vayas mi amor...
Ya sé sobre qué voy a escribir el domingo que viene.


Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Publicado en Gualeguay al día el 14/09/08

sábado, 6 de septiembre de 2008

Recuerdos de la radio

35 años de Radio Gualeguay


No sé con exactitud cuando comenzó mi atracción por la radio. El recuerdo más temprano que tengo es el de mi padre almorzando y escuchando en la radio a Antonio Carrizo en “La vida y el canto”, a principios de la década del ’70. Mientras él almorzaba, mi hermana y yo estábamos casi listos para ir a la escuela Castelli y esperábamos los 25 centavos para comprar un paquete de “Manón” en el quiosco de la esquina.
Como mi madre estaba en la escuela dando clases, la radio le hacía compañía a mi viejo y a mí me quedó para siempre grabada la voz de Carrizo con su particular estilo diciendo: “La vida y el can-tó por Rivadavia”, alargando la ene y acentuando el tó. Quizás por esos años naciera mi cariño y mi vocación por la radio.
Guardo en mi memoria la imagen de un chico de siete años, con el wincofón y los discos de colores de esa época; una lámpara de escritorio -haciendo las veces de micrófono- y las páginas amarillas de la guía de teléfonos de donde podía leer los avisos publicitarios. Así, yo jugaba a la radio.
Cuando Gualeguay tuvo su radio me transformé, sin proponérmelo, en uno más de los tantos oyentes para los que la radio pasó a ser parte de su historia personal.
Quién no escuchó alguna vez en las eternas siestas pueblerinas a Panchi Cosso en Prohibido Fumar, o algún radioteatro como El León de Francia, en aquellos primeros años de la radio. Quién no se transformó en oyente fiel de la mañana llena de información en Espontánea con Mario Alarcón Muñiz, o La revista de la tarde con Roberto Romani. La radio es parte de la historia de la ciudad y de sus habitantes.

Un día de invierno de 1977, jugaba la Liga de Gualeguay con la de Nogoyá en la cancha de Central. Yo tenía doce años y fui solo a ver el partido en una tarde soleada de domingo.
El equipo deportivo de la radio transmitía desde la cabina ubicada en lo alto de la tribuna con tablones de madera. Durante el partido, muy despacio –como pidiendo permiso- me fui acercando para ver como relataba Panchi Cosso. Me gustaba ver los auriculares, los micrófonos y sentir que yo era parte de ese mundo. Cuando la tarde caía, el partido había concluido y la gente se iba de la cancha, yo estaba pegado a Manuel Paco Lazo -el locutor comercial- escuchando por sus auriculares la repetición de un gol en el relato grabado emitido desde el estudio de la radio.
La sensación que sentí esa tarde, nunca la podré olvidar. Seis años después, volví a subir a esa cabina de transmisión, formando parte del equipo deportivo de la radio. En ese instante sentí que había cumplido con ese chico que una tarde de domingo, soñó sentirse parte de la radio.
Mis comienzos en la radio

Miguel Diorio, Roberto Romani, Claudio Carraud, Mario Alarcón.


Terminé la secundaria en diciembre del ’82 y la mañana del 3 de enero del ‘83, pocos días antes de cumplir los 18 años, subí por primera vez las escaleras de la radio. Me esperaba Mario Alarcón Muñiz en la oficina de la dirección donde, desde temprano, preparaba la producción para Espontánea.
- ¿Así que te gusta la radio?- me preguntó Mario.
- Sí –le respondí- quiero ser locutor y periodista.
- Bueno, ahora vas a venir al estudio, te vas a sentar al lado mío y vas a cebar mate.
De esta forma empecé, haciendo solamente eso, cebando mate durante dos semanas consecutivas. Con esto, Mario –casi sin proponérselo- dejó muy en claro que tenía que ganarme un lugar y que eso no iba a ser tarea fácil. Pero mi vocación, mis ganas y mi paciencia eran infinitas. Así -poco a poco- me fui ganando un lugar en la radio, donde pude aprender con periodistas de la talla de Mario Alarcón y Roberto Romani.
Una voz particular
Desde chico, a mí me había llamado la atención una voz en particular de las que escuchaba en la radio, era una voz clara y potente. Y a esa voz yo le había imaginado una cara, totalmente antojadiza. Muchos años después, cuando comencé a trabajar en LT 38, pude conocer a quien tenía esa voz que yo escuchaba desde hacía muchos años. Era Miguel Diorio, por esos años, el informativista de Espontánea. Junto a Miguel aprendí a cortar las noticias que llegaban -en esa época- vía teletipo, armar los informativos y a conseguir notas por teléfono para el programa que conducía Mario Alarcón.
En mis comienzos, Miguel me aconsejó y me brindó la posibilidad de trabajar junto a él en Autódromo y Camino. Tiempo después compartimos la locución comercial en el equipo deportivo de la radio, hasta que en 1986, decidí dejar mi trabajo en la radio y viajar a Buenos Aires para estudiar periodismo.

Los años han pasado, pero el cariño hacia esa escuela que fue LT 38 sigue intacto en mí, porque la radio ha sido una parte inolvidable de mi vida y yo tuve la fortuna de formar parte de la vida de la radio.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Publicado en Gualeguay al día el 07/09/08