lunes, 30 de noviembre de 2009

Simplemente...Fontanarrosa

El jueves pasado hubiese cumplido 65 años


“De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro”.
(Roberto Fontanarrosa)


Escribir sobre el “Negro” Fontanarrosa es remontarse inevitablemente a una ciudad: Rosario y a un club de fútbol: Rosario Central. Es imposible pensarlo y recordarlo sin su querida ciudad y sin su querido club de fútbol. Fontanarrosa mismo es sinónimo de Rosario y de los “canallas”.
Roberto Fontanarrosa hubiese cumplido el jueves pasado 65 años. Y el “hubiese” duele, por la ausencia de un tipo que nos hacía reír. Él era simplemente: Fontanarrosa. Había accedido a esa categoría de los reconocidos y queridos por la gente. Aquellos a los que solo se los nombra con el apellido porque ya son una marca registrada. Como Borges, Fangio, Maradona, Gardel, Olmedo o Serrat; el rosarino era simplemente Fontanarrosa.

El “Negro” –como le decía casi todo el mundo- nació el 26 de noviembre de 1944. “Era domingo y el parto había sido normal, salvo por un detalle, el bebé resultó negro y canalla. Mi niñez no da ciertamente para escribir una novela angustiante. Ni da tampoco para una historieta”.
Era una persona extremadamente humilde, que desde el interior pudo ganarse un lugar en Buenos Aires –donde atiende Dios-, para llegar nuevamente a todo el país e incluso a otros países como Uruguay, Colombia, México, Brasil, Italia y España, donde sus libros han sido publicados.

Desde Rosario, lugar donde vivió y trabajó siempre, supo consolidarse no solo como humorista gráfico sino además como escritor. “No hubo un momento en que decidí quedarme en Rosario, siempre me pareció natural. Pero me lo permite el tipo de trabajo, y cada vez más a través del fax o de la computadora”, contó en una de sus últimas entrevistas al semanario El Miércoles de Concepción del Uruguay.

La humorista gráfica Maitena afirma en una nota periodística que “el Negro era un maestro en todo: en cómo siguió viviendo siempre donde estaban sus afectos, sus amigos, donde tenía la vida que le gustaba, es decir una vida sencilla y chiquita. Eso de vivir en un pequeño mundo, de irme lejos y dedicarme al laburo muchas veces pienso que fue un ejemplo de él”.

Fontanarrosa no había terminado la secundaria, y sus primeros trabajos fueron en publicidad, en 1963, en la agencia de Roberto Reyna para luego pasar a trabajar en medios gráficos. En 1968 publicó su primer chiste gráfico en la revista rosarina Boom. “Yo arranqué desde muy chico simplemente porque me gustaban las historietas, especialmente las de aventuras, y para mí era un entretenimiento. Y lo sigue siendo ¿eh? copiar a Hugo Pratt, al Sargento Kirk, Ernie Pike, Pepe Dinamita, de El Tony, de Misterix... Y que después uno se gane la vida de esto es un privilegio, es realmente un privilegio”.

Era un tipo querido por todos, y muy respetado por sus colegas. “Yo tengo una teoría que explica la buena relación que en líneas generales hay entre nosotros los humoristas, que tampoco somos demasiados. Hay competencia, por ahí habrá alguna envidia, pero no existe el vedettismo que hay en otros rubros, y eso es porque todos en algún momento pasamos por la publicidad, y si hay algún rubro que atenta contra tu orgullo esa es la publicidad ¡Te tocan tantas veces el culo en la publicidad!”.

La influencia de Fontanarrosa en el humor gráfico argentino es insoslayable. “Cuando empecé a dibujar le afané de todo al Negro, afirma Maitena. Le robé la tipografía: Mujeres Alteradas lleva la helvética minúscula que usaba él. Le robé la manera de resolver los globos, la mirada de los personajes, esa forma de poner el puntito de la mirada en el ojo. Yo quería eso, que mis personajes estuvieran vivos como los del Negro. Que se parecieran a la gente como los de él”.

Tal vez, sus personajes más recordados sean Boogie, el aceitoso y el gaucho Inodoro Pereyra, el renegau, nacidos a principio de la década del ’70 en la revista cordobesa “Hortensia”. Publicó luego en Satiricón y a partir de 1973, cuando el diario Clarín diseña su nueva contratapa, Fontanarrosa es uno de los humoristas gráficos convocados por el matutino porteño.

Pero su labor humorística no solo se remite a los chistes gráficos, es importante su trabajo como escritor e incluso colaboró durante más de veinte años con el grupo Les Luthiers. “Los conocí personalmente cuando presentaron Mastropiero que nunca, en Rosario, y se quedaron en la ciudad una semana. En esa época querían formar un grupo de apoyo que les tirara ideas, el grupo no se formó pero yo empecé a trabajar con ellos”.

El mundo ha vivido equivocado es el título del primer libro de cuentos publicado por Ediciones de la Flor Luego vendrían varios más: No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, Uno nunca sabe, El mayor de mis defectos, Best Seller, Área 18, La gansada, La mesa de los galanes, entre otras compilaciones de relatos.

Muchos sostienen que fue un gran escritor que, aunque reconocido, su obra literaria ha quedado opacada por su popularidad como humorista gráfico.

En el 2003 le detectaron una enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica que fue avanzando hasta dejarlo casi sin libertad de movimientos. Siempre intentó seguir trabajando, de buen ánimo y con una lucidez notable.

El 27 de abril de 2006 en un homenaje que se le hizo en el Senado de la Nación, Fontanarrosa sostuvo: “Esta distinción viene a saldar una deuda que yo tenía con el gran educador sanjuanino, Sarmiento, porque fui un pionero de la deserción escolar. Es más, durante mucho tiempo estuve convencido de que ese gesto ceñudo, severo, de Sarmiento, era porque estaba enojado conmigo. No tengo la intención de trascender, no soy un pedagogo ni un esclarecido, lo único que quiero es hacer reír”.

El 19 de julio de 2007, víctima de un paro cardiorrespiratorio, Fontanarrosa murió. Tenía 62 años. Su entierro fue al día siguiente, en el día del amigo. Esa noche, en el bar El Cairo de Rosario, sus amigos de la mesa de los galanes dejaron una silla vacía como símbolo de la ausencia, pero el ambiente estaba cargado de la presencia de un negro canalla cuya única intención fue hacer reír. ¡Y vaya si lo logró!

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com


miércoles, 25 de noviembre de 2009

Alfredo Veiravé; cazador de la palabra en vuelo


No he sido nunca un cazador de perdices porque la muerte de un animal pequeño me sacude como el viento del campo a los pastos extraños, pero soy cazador de la palabra en vuelo, lo cual constituye una estética desdeñada por Valéry entre otros. ¿De dónde viene esta cetrería sin halcones? Debe ser, supongo, una fuerza que sale de la propia voz callada que comienza a hablar dentro de uno, en cualquier momento; el lujo de la bandada que cruza el cielo en una tarde espectacular; cuando el papel en blanco nos mueve los dedos, articulados en una mano que golpea las teclas.

(Palabra cazada al vuelo, Alfredo Veiravé)

“Estimado Alfredo: Si dijese que tengo el corazón hecho pedazos seguramente me contestaría con su habitual sentido del humor: Para esa desazón del alma suya le mando un beso del próximo verano. Pero como ya no habrá próximo verano para usted, se lo diré de otro modo porque estamos desolados por su partida -aunque un poeta nunca se marcha del todo- y andamos por la ciudad aún atontados por la noticia, con el corazón hecho pedazos.”

Así describía, la escritora santafesina Ketty Alejandrina Lis, los sentimientos de quienes lo conocieron, en una carta titulada “Adiós al poeta Alfredo Veiravé” unos días después de su muerte, ocurrida en la Resistencia que lo acogió, el 22 de noviembre de 1991.

Alfredo Veiravé nació en Gualeguay, el 29 de mayo de 1928, pero en 1957 cuando tenía 29 años, se radicó en la capital chaqueña.

Fue poeta, ensayista, crítico literario, egresado como profesor de Letras de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), lugar donde además ejerció la docencia en varias cátedras de la Facultad de Humanidades y donde hoy su hija, María Delfina, es la decana.

Marcelo Leites sostiene que “no tiene mucho sentido atribuírselo a una o a otra provincia, como si fuera un trofeo, cosa que a él le hubiera hecho mucha gracia estoy seguro (…) Veiravé fue mucho más allá de los límites de las provincias. Fue uno de los primeros poetas argentinos que aportaron a la construcción del imaginario “latinoamericano”, que además de los autores propios del boom, incluía a poetas, aunque estos fueran (como sucede siempre) mucho menos visibles que los narradores.

Veiravé obtuvo importantes premios; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 1955; Premio Leopoldo Lugones de la SADE y el Fondo Nacional de las Artes (1960 y 1963); recibió además el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la poesía en 1982.

Sus obras poéticas; El alba, el río y tu presencia (1951); Después del alba, el ángel (1955), El ángel y las redes (1960); Destrucciones y un jardín de la memoria (1965); Puntos Luminosos (1970); El imperio milenario (1973); La máquina del tiempo (1976); Historia natural (1980); Radar en la tormenta (1985); Laboratorio central (1990).
Sus poemas han sido traducidos al inglés y al portugués.

La poética de Veiravé es, como él mismo la denominó, como de collage; un calidoscopio, un montaje de imágenes aparentemente disímiles -como la definió Horacio Salas-, provenientes de la ciencia, la naturaleza, la historia, la política o la cotidianidad provinciana.

Los que la vieron dicen que la tierra / es una esfera en el espacio, un planeta/ más bien pequeño / del tamaño del dedo pulgar de los astronautas. / Yo no lo dudo porque he visto las fotografías / y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa. / Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar / también mi casa es una parte del universo. / Cómo no serlo si en el patio del fondo / hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo / la tierra / aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo / el olor de los helechos contra la pared / la cara de Delfina o Federico entre los árboles / y aquel canario que se nos voló de noche.

(Mi casa es una parte del universo)

Según afirma Francisco Romero, que fue alumno de Veiravé, el tono de su poesía es “el de una conversación, un coloquio amable consigo mismo y con un lector cómplice, siempre inquietante, nunca solemne”.

Si Monet pintó varias veces una parva de heno / en el mismo día para demostrar que la luz cambia el color de las parvas, / por qué yo no voy a escribir otro poema al filodendro de mi casa / si siempre los amigos que llegan lo entrevistan / y le toman fotografías y él crece orgulloso contra la / pared igual que una vedette del cine mudo / porque el orgullo es objeto de la vanidad y eso se le nota / en los días de lluvia cuando desdeña las gotas pequeñas / y sólo deja caer sobre sus hojas art nouveau o de medusa verde, / las gotas grandes y las más sonoras…

(Retrato del Filodendro)

Hablar de la poesía de Alfredo Veiravé es remontarse a su amigo y maestro Juan L. Ortiz. Es insoslayable la influencia que tuvo Juanele en Veiravé, sobre todo en sus primeros trabajos -donde su obra está muy emparentada a la de Ortiz- hasta que se fue consolidando su propia voz.

Ahora estás bajo la noche de nuestro pueblo- estrella de la / luz de la noche, y está bien que así sea, Juan, porque / ese fue tu mayor deseo durante tu larga vida. / Ahora estás bajo la tierra de Gualeguay que es liviana para tus / anhelos de danzarín del alba, el parque y el río (…)
A veces sientes, me dices, las tropillas del viento por / las cuchillas / de Victoria, las verdes quintas de Gualeguay, / el murmullo del agua que rompe toda su red melódica / en un sauce; el grito de las ranas en el costado de / los ranchitos.

(Carta inconclusa a Juan L. Ortiz bajo la noche de Gualeguay)

“La poesía de Alfredo Veiravé -escribió Francisco Romero- no envejece, está predestinada a perpetuo movimiento, siempre en guardia. Viaja clandestina entre nosotros, pasajeros de un planeta cuyo suelo ilusoriamente firme es una alfombra de fuego, para recordarnos que tan incesante e irremediable como el cerco del tiempo, es el obstinado fluir de la vida que encierra todo buen poema como memoria y antídoto frente al previsible destino de muerte y olvido”.

Quizás hoy, más que nunca, tengan una lapidaria validez las palabras de la escritora Ketty Alejandrina Lis: “Gracias Alfredo, por su poesía y por su constante trabajo a favor de la poesía. Gracias por su mano siempre tendida a todos aquellos que ponemos el alma para merecer el preciado título de Poeta. Y por último, gracias por tener dentro de usted tantas flores de lapacho que le enriquecieron la vida, como la poesía”.
Claudio Carraud


Fuentes:
Carta al poeta Alfredo Veiravé, Ketty Alejandrina Lis
Secretaría de Cultura de la Provincia del Chaco
Autores de Concordia
Antología de poesía argentina







Baldomero Fernández Moreno: la poesía en las cosas simples

Setenta balcones hay en esta casa, / setenta balcones y ninguna flor. / ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? / ¿Odian el perfume, odian el color?


Setenta balcones y ninguna flor tal vez sea el poema más conocido y popular de Baldomero Fernández Moreno, uno de los poetas argentinos más importantes y cuya obra ha sido admirada por grandes escritores como Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, entre otros.

Fernández Moreno es uno de los más claros y emblemáticos representantes del “sencillismo”, por su forma de apreciar y hacer hincapié en las cosas cotidianas y sencillas de la vida, sustrayéndolas al intento de profundizar aspectos abstractos y utilizando un lenguaje muy cuidado pero sin caer en palabras rebuscadas, y sin floreos innecesarios. Fernández Moreno encontró su propio camino dentro de la poesía y es insoslayable la influencia que tuvo en otros poetas que vinieron después.

Baldomero Eugenio Otto Fernández Moreno nació el 15 de noviembre de 1886, en una amplia casa en la calle México 671, en un Buenos Aires de casas bajas con algunas calles de adoquines.

Sus padres, Baldomero Fernández y Amelia Moreno eran comerciantes españoles que gozaban de una buena posición económica que poco a poco se fue deteriorando, lo que hizo que volvieran a España cuando Baldomero tenía seis años. En 1892 los Fernández Moreno llegan a Bárcena, la aldea paterna, en las montañas de Santander, mirando al mar.

Esos años vividos en la aldea dejará una fuerte impronta en su obra, lo que se ve reflejado, años más tarde, en La Patria desconocida y Aldea española (1925) por la que obtiene el Primer Premio Municipal de poesía.

En la aldea comienza sus primeros años de estudio en la pequeña escuela, con un solo maestro, pero en 1897 su familia vuelve a nuestro país, dónde él continúa sus estudios. Es un alumno aplicado y un ferviente lector de los poetas argentinos, americanos y españoles. Cuando termina el bachillerato decide estudiar medicina, una vocación desde que era niño, e ingresa en la Facultad de Medicina. Sus lecturas de Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío y Antonio Machado ocupan su atención, además de Baudelaire y Verlaine.

En 1912 se recibe de médico. Sin tener muy en claro su futuro, a instancias de un amigo visita Chascomús y decide instalar su consultorio en el pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires.

Por esos años Fernández Moreno, de 25 años, alterna su actividad de médico con la de poeta. Después de casi dos años de vivir en Chascomús, decide irse a La Pampa y se radica un tiempo en Catriló.

Su vocación por la poesía comienza a tener un peso importante en su vida y decide volver a Buenos Aires donde, en 1915, publica su primer libro Los iniciales del misal que es muy bien recibido por la crítica. Comienza a frecuentar la revista Caras y Caretas y a relacionarse con el ambiente literario de la época.

En enero de 1919 se casa con Dalmira del Carmen López Osornio a quien había conocido en Chascomús y ese mismo año nace su primer hijo, César, quien será también un destacado poeta; y luego Dalmira, Ariel, Manrique y Clara. El matrimonio vive un tiempo en Huanguelén, en el sur de la provincia de Buenos Aires, luego en Chascomús y finalmente, en 1924, vuelven a vivir a Buenos Aires.

Adiós la casa blanca que albergó un año entero / entre sus cuatro muros el amor verdadero. / Adiós campos extensos, polvorientos caminos. / Adiós los pobres ranchos de los pobres vecinos. / Adiós los trigos de oro, adiós verdes maizales, / las refinadas hierbas, los bravos pajonales…

Baldomero retoma su contacto con el mundo literario y se vincula con Alfonsina Storni, Nicolás Coronado, Enrique Méndez Calzada y con su entrañable amigo, el escritor uruguayo (nacido en Salto) Enrique Amorim. Cada vez con más fuerza, la poesía va ocupando su vida, hasta que decide abandonar la práctica de la medicina, y comienza a dar clases de literatura e historia.

En 1925 se funda la Sociedad de Escritores, lo que luego será la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y a Fernández Moreno le toca presidir su comisión directiva, un reconocimiento de sus pares.

Hasta ese momento había publicado Las iniciales del misal (1915), Intermedio provinciano (1916), Ciudad (1917), Por el amor y por ella (1918), Campo argentino (1919), Versos de Negrita (1920), Nuevos poemas (1921), Cantos de amor, de luz, de agua (1922), El hogar en el campo (1923), Aldea española (1925).

A partir de 1926 publica El hijo, Poesía (1928), Décimas (1928), Último cofre de Negrita (1929), Sonetos (1929), Cuadernillos de verano (1931), Dos poemas (1935), Romances (1936), Yo médico; yo catedrático (1941), Buenos Aires: ciudad, pueblo, campo (1941), Tres poemas de amor (1941)
En prosa La mariposa y la viga y La patria desconocida.

Alfredo Veiravé escribe sobre la prosa de Baldomero: “Su prosa autobiográfica será un modo, pues, de ampliar o explicar su vida, con anterioridad al año en que se inicia como poeta édito”.
Veiravé afirma que “Poco dispuesto a las obras de pura ficción, después de su madurez y de haber trasvasado su vida a poesías de todos los días, Fernández Moreno comienza a ordenar el pasado de su lejana infancia a través de sus memorias”

Los libros de Fernández Moreno recogen todo un universo poético; la ciudad, el campo, la aldea española, la novia, el hijo, etc.; en una forma simple y evocado en imágenes directas.

Los últimos años de su vida transcurren en dura lucha con su insomnio y su equilibrio nervioso, luego de superar -en algunos tramos de su vida y por pérdidas familiares- largos momentos de depresión.

Me borré el doctor / hace mucho tiempo. / Borré la inicial / de mi nombre feo. / No quiero ser nada / ni malo ni bueno. / Un pájaro pardo / perdido en el viento.

El 13 de junio de 1950, Baldomero Fernández Moreno recibe el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Casi un mes después, el 7 de julio, muere súbitamente a causa de un derrame cerebral; tenía 63 años.
Claudio Carraud

lunes, 9 de noviembre de 2009

El Muro de la vergüenza

La caída del Muro de Berlín, ocurrida el 9 de noviembre de 1989, es uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX.


El muro, llamado Muro de Protección Antifascista por los comunistas y Muro de la vergüenza por los occidentales, fue parte de la frontera entre la Alemania Oriental (República Democrática Alemana) y la Alemania Occidental (República Federal Alemana) desde el 13 de agosto de 1961.


El muro, uno de los emblemas más destacados de la llamada Guerra fría se extendía por casi 50 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos.


Durante los años de la división entre la Europa del Este y la del Oeste, muchas personas murieron en el intento por franquear, clandestinamente, la frontera entre las dos Alemanias. Si bien el número de personas no se conoce con exactitud, se estiman que fueron 270, incluyendo 33 que murieron como consecuencia de la detonación de minas, las que fallecieron en el intento por pasar hacia la Alemania Occidental en busca de una libertad inexistente detrás de las paredes casi inexpugnables del muro.


Cuando culmina la Segunda Guerra Mundial, en los años posteriores a la caída de Adolf Hitler (30 de abril de 1945), se comienza con la reconstrucción y protección de la Alemania que se había rendido ante las fuerzas de los Aliados y se divide el país en la República Democrática Alemana (RDA) y la República Federal Alemana (RFA). La RDA queda bajo la protección de los soviéticos y la RFA bajo la protección de los Aliados.


Con la intensificación de la Guerra Fría, una guerra diplomática y de amenaza militar constante, las fronteras se fueron reforzando, sobre todo del lado oriental. Con el tiempo la frontera pasó a ser el límite entre dos ideologías políticas opuestas y dos bloques económicos y culturales antagónicos.


Desde el establecimiento de las dos repúblicas alemanas, se incrementó la emigración de la Democrática hacia la Federal, es decir, desde oriente a occidente. En 1952 las fronteras interiores de las dos Alemanias se protegieron con vallas y policías y se creó una zona de 5 kilómetros en la que se podía entrar con un permiso especial y sólo para residentes. Sin embargo, permanecía abierta la frontera entre Berlín del Este y Berlín del Oeste que era muy difícil de controlar. Se calcula que entre 1949 y 1961 casi 3 millones de personas abandonaron la RDA desde Berlín Oriental. Sumado a esto, para los habitantes de la Europa del Este –polacos y checos especialmente- Berlín se transformó en la puerta hacia el occidente. En esos años, unas 50 mil personas de Berlín Oriental trabajaban en Berlín Oeste.


Poco a poco y por circunstancias económicas que no beneficiaban a Berlín Oriental en el tipo de cambio monetario, además de un mercado negro de flujo de mercaderías y de trabajadores, hizo que las autoridades de la RDA pensaran en cortar todo ese movimiento. Comienza a madurar entonces, la idea de la construcción del muro.


El sábado 12 de agosto de 1961, el Servicio Secreto de la República Federal Alemana, recibe la información de que el día anterior “ha tenido lugar una conferencia entre el Secretario del Partido Comunista y otros altos funcionarios del partido. Se declaró que la situación del constante incremento del flujo de refugiados hace necesario el acordonamiento de los sectores de Berlín, no se especificó un día exacto”.


La noche del 12 al 13 de agosto de 1961, se construyó el muro entero y quedó sin construir una pequeña parte fuertemente vigilada por la policía socialista. Se comenzaron a sellar los accesos a Berlín Oeste y se apostaron más de 14 mil hombres de seguridad, entre policías, tropas de frontera y brigadas, quienes estaban preparados para un posible combate en la frontera.


El gobierno de la RDA alegó que era un muro de protección antifascista cuyo objetivo era evitar las agresiones occidentales y argumentando que la construcción del muro era consecuencia obligada de la política de Alemania Federal. Además reconocían que entre otros objetivos del muro estaba el de evitar la emigración masiva de científicos o fuga de cerebros.


Esta visión era compartida por los demás Estados del Pacto de Varsovia, que veían la rivalidad entre las dos Alemanias como un reflejo del antagonismo entre los dos grandes pactos militares de esa época.

El presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, sostuvo que el muro era “una solución poco elegante, aunque mil veces preferible a la guerra”.


El Primer Ministro Británico, Harold Macmillan, declaró que “Alemania del Este detiene el flujo de refugiados y se atrinchera tras un grueso telón de acero. No se trata de nada ilegal”.


El muro llegó a tener una longitud de más de 120 kilómetros. La construcción inicial fue mejorada regularmente. En 1975 comenzó a construirse la cuarta generación de este muro; era de hormigón armado, tenía una altura de 3,6 metros y estaba formado con 45 mil secciones independientes de 1,5 metros de longitud.


Así, transcurrieron 28 años y 87 días, hasta la reunificación de las dos Alemanias, hace 20 años, hecho histórico que fue festejado en todo el mundo.


La apertura del muro, conocida en Alemania con el nombre de die Wende (el cambio) fue consecuencia de las exigencias de libertad de circulación en la ex República Democrática Alemana, y la menor restricción de fronteras entre Hungría y Austria, que había comenzado en agosto de 1989. El debilitamiento de la ideología comunista y los cambios políticos que se avecinaban hicieron precipitar la caída del muro.


El 9 de noviembre los berlineses se enteraron, por los medios, de la apertura de las fronteras y llevaron a cabo la destrucción del muro con todos los medios a su disposición; picos, martillos, cualquier elemento era válido para destruir un símbolo de la dolorosa impronta de la post-guerra. El genial violonchelista ruso Mstislav Rostropóvich, exiliado en el oeste luego de haber abandonado en 1974 la Unión Soviética al haber sido privado –por cuestiones políticas- de la posibilidad de dar conciertos y trabajar, fue al pie del muro a tocar para animar a los que lo demolían. La fotografía de Rostropóvich al lado del muro se volvió famosa.


Esa noche histórica del 9 de noviembre de 1989 dio comienzo a una nueva etapa en lo político, económico y social en toda la población de Europa. Es, sin lugar a dudas, un hito del siglo XX.

Claudio Carraud

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Homero Manzi, un poeta con mayúsculas


San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo, / Pompeya y, más allá, la inundación, / tu melena de novia en el recuerdo, / y tu nombre flotando en el adiós. / La esquina del herrero barro y pampa, / tu casa, tu vereda y el zanjón, / y un perfume de yuyos y de alfalfa / que me llena de nuevo el corazón.
(Sur, Homero Manzi)


Homero Manzi describía, con su extraordinaria lírica, el barrio de su niñez. Se había criado entre los barrios porteños de San Cristóbal (Boedo no existía como barrio todavía) y Pompeya a principios del siglo pasado y si bien no era nacido en Buenos Aires, la sentía propia y se sentía parte de ella.


Homero Nicolás Manzione Prestera nació en Añatuya, Santiago del Estero, el 1 de noviembre de 1907. Era el sexto de ocho hijos de Luis Manzione, porteño, y de Ángela Prestera, entrerriana -nacida en Concepción del Uruguay-.

Se crió en Añatuya –dónde su padre llegó a ser intendente- hasta los nueve años cuando su madre Angela viaja a Buenos Aires con sus hijos, para que estos puedan estudiar, y en las vacaciones de invierno y verano vuelven a Añatuya, donde Luis Manzione se queda trabajando.

Por esos años, Pompeya estaba coronada por el Puente Alsina que hacía poco tiempo era de hierro y la Avenida Sáenz –continuación de Boedo- era el camino para cruzar el río.

En esas calles se crió Homero Manzione, que se hizo hincha del club Huracán y que desde joven sintió atracción por las letras.

Fue profesor de literatura y castellano en los colegios nacionales Mariano Moreno y Domingo Faustino Sarmiento hasta 1930. Trabajó como periodista en el mítico diario Crítica de Natalio Botana, dónde lucían su prosa Roberto Arlt, Enrique y Raúl González Tuñón, Horacio Quiroga, Ulises Petit de Murat, y tantos otros.

En esa esquina legendaria de San Juan y Boedo, donde funcionaba el bar El Aeroplano –hoy llamado Homero Manzi- se juntaban los escritores referentes del llamado “Grupo Boedo”, al que pertenecía Manzi, y que se contraponía al “Grupo Florida”.

En esos años decide cortar su apellido Manzione y hacerse llamar Manzi, que es como se lo recuerda.

Homero Manzi fue profesor, periodista, poeta, guionista y director de cine. Su calidad poética es insoslayable como letrista de tangos, milongas y valses y, tal vez, el estar tan ligado a la música popular, hace que no sea reconocido -debidamente- como hombre de letras. Manzi estuvo en esa disyuntiva; “en lugar de hacerme hombre de letras, preferí escribir letras para los hombres”, dijo alguna vez.

Tuvo, además, una activa vida política. En 1924, sus tíos Miguel y José Manzione que eran oficiales de policía y estaban en la guardia privada de Hipólito Irigoyen, lo llevan a conocer a don Hipólito y es ahí que se hace integrante de la “Juventud Irigoyenista”.

Estudiando en la Facultad de Derecho conoce, entre otros, a Arturo Jauretche con quien entabla una profunda amistad. El 29 de junio de 1935, Manzi, Jauretche, Scalabrini Ortiz, entre otros, fundan la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (F.O.R.J.A.) En 1939 renuncia a la ficha del comité Radical, desconforme con los momentos que se vivían dentro del partido. Manzi era básicamente Irigoyenista más que Radical.
Años más tarde, cuando conoce a Juan Domingo Perón, simpatiza con el partido Justicialista -aunque nunca se afilia- y cree que Perón es el continuador de la obra inconclusa de Irigoyen.

En su faz de guionista, Manzi, trabajó en conjunto con Ulises Petit de Murat con quien escribe los guiones para varias películas, en la época de oro del cine argentino, como “La guerra gaucha”, “El viejo hucha”, “Su mejor alumno” -una adaptación de “Vida de Dominguito” de Domingo Faustino Sarmiento-, y muchas más.

En 1946 se entera de su enfermedad, los médicos le diagnostican cáncer en los intestinos; tiene varias intervenciones quirúrgicas, pero continúa trabajando fervientemente. Escribe los guiones de varias películas y en 1948 asume como presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC)

Entre sus más de cien obras quizás las más conocidas sean las letras de “Sur”, “Malena”, “Barrio de tango”, “Desde el alma”, “Milonga sentimental”, “Che bandoneón” y “Discepolín” escrita en 1951 y dedicada a su entrañable amigo Enrique Santos Discépolo.
La pista se ha poblado al ruido de la orquesta / se abrazan bajo el foco muñecos de aserrín…/ ¿No ves que están bailando? / ¿No ves que están de fiesta? / Vamos, que todo duele, viejo Discepolín…

Estando internado en el Instituto Costa Buero, en Paraguay y J.E. Uriburu, el 3 de mayo de 1951, Homero Manzi fallece; tenía 44 años.

Como escribió Julio Nudler sobre Manzi; “la letra de tango fue su verdadero elemento, y es hoy la que lo mantiene vivo”.
Sin embargo, Homero Manzi, fue mucho más que eso, fue un poeta con mayúsculas.


Claudio Carraud