viernes, 16 de enero de 2009

“Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes”

A veinte años de la muerte de Alfredo Zitarrosa

Cuando Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca subió con él hasta los portones del Paraíso, por no dejarlo solo en esos trámites.
Y cuando volvió, nos contó lo que había escuchado.
San Pedro preguntó nombre, edad, oficio.
- Cantor- dijo Alfredo.
El portero quiso saber: cantor de qué.
-Milongas- dijo Alfredo.
San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó:
-Cante.
Y Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien.
San Pedro quería que aquello no acabara nunca.

La voz de Alfredo, que tanto había hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos.
Entonces Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró la oreja.

Y ésa fue la única vez que Dios no supo quién era Dios.

(“Cantor” de Eduardo Galeano)




En su habitación de la pensión de la calle Yaguarón 1021, en el centro de Montevideo, cerca del cementerio, había muchos libros, una figura de Beethoven, un retrato de Vallejo y su calavera Josefina con la inscripción “ser o no ser”. Ese era su universo, su mundo, su lugar. Al joven Zitarrosa le gustaba andar por los boliches, caminar por la rambla a la madrugada, y recitar los poemas de Lorca, Machado, Vallejo o Brecht. En esa época no era cantor, lo sería muchos años después. Desde los 18 años se ganaba la vida como locutor, oficio que ejerció durante diez años pasando por varias radios y por la cabina de locución del Canal 4 Montecarlo. En esas épocas se animaba a escribir sus primeros textos escritos en soledad.
Cristina -su hermana- recuerda: “Esa pensión estaba cerca del cementerio central, que era para los ricos y los héroes. Para los pobres está el cementerio norte. Era una pensión que mamá había alquilado cuando se vino del campo para sobrevivir. Alfredo se mudó con nosotros. Era una casa muy bonita. Había una escalera, una puerta cancel y una bohardilla donde se instaló Alfredo. Más arriba estaba el resto de las habitaciones. Tenía una gran biblioteca, su cama, una caja llena de diarios Época, que eran del partido socialista, y en uno de los laterales había hecho un universo. En el centro estaba Beethoven, a un costado tenía una foto de Vallejo con bastón, y del otro lado había un pico de un ave”.
En aquella bohardilla, Alfredo escribió sus primeros poemas. Incentivado por sus amigos, decidió llevar algunos versos a un concurso. Tenía 23 años cuando mandó Explicaciones, un librito que posteriormente ganó el Premio Municipal de Poesía Inédita, con un jurado que tenía, entre otros, nada menos que a Juan Carlos Onetti junto a Laura Cortinas y Vicente Basso Maglio.
La vida por esos tiempos transcurría entre amigos, algo que se mantendría a lo largo de su vida. La amistad fue una de las cosas más preciadas para Alfredo Zitarrosa.
“Sus amigos solían venir de noche, cuenta su hermana Cristina, a la una o dos de la madrugada a tirar piedritas contra el vidrio para llamarlo. Por la pensión pasaron escritores, pintores, dramaturgos. Era la época en que él era locutor y terminaba a la medianoche. Como era noctámbulo, si no lo encontraban en los bares cercanos a radio El Espectador, venían a casa para charlar sobre poesía, sobre danza. En esas charlas, también estaba la política. Se acercaban muchos compañeros del Partido Comunista, gente de la solidaridad con Cuba”.
Alfredo Zitarrosa, junto con Amanecer, hijo del anarquista Arístides Dotta y amigo de toda la vida, iban a talleres literarios y leían todo aquello que pudiera caer en sus manos. Cuando Amanecer conoció a Alfredo, había quedado impresionado con la cantidad de libros que tenía a su disposición para leer. Entre sus amigos también estaba Salvador Bécquer Puig, poeta y periodista, con quién compartía su gusto por la literatura y las artes en general.
Alfredo había nacido en Montevideo, el 10 de marzo de 1936, como Alfredo Iribarne –apellido materno-, luego adoptó el apellido Durán, por los tíos que lo criaron, hasta que finalmente, en su adolescencia un argentino –llamado Alfredo Zitarrosa- se casa con su madre y le da el apellido definitivo con el cual sería conocido mundialmente. Del matrimonio Zitarrosa-Iribarne nace la única hermana de Alfredo, Cristina Zitarrosa.



Su vida, junto a sus tíos, en una zona rural de Uruguay hasta su adolescencia, influye notoriamente en lo que será su repertorio musical, esencialmente de raíz campesina. "No soy folclorista; soy cantor popular uruguayo, y mi canto es fundamentalmente de raíz campesina; todo es milonga, milonga madre, madre incluso del tango y del candombe...".

A fines de los años ’50 y principios de la década del ’60, Alfredo Zitarrosa, seguía siendo solo Alfredo, “El flaco” o “El Pocho”. Trabajaba hasta la medianoche como locutor en radio El espectador y continuaba con su pasión por escribir textos que compartía solo con sus amigos. Muchas veces en El espectador era el encargado de leer al aire los editoriales que escribía su amigo Vicente Basso Maglio, de quién aprendió el oficio de periodista que ejerció más tarde en el célebre semanario Marcha, dirigido por Carlos Quijano, donde escribían Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano.

Zitarrosa comienza a dedicarse al periodismo a partir de la publicación en los semanarios: Sol, Marcha y Lucha Libertaria, de una carta en homenaje a Vicente Basso Maglio que, días antes de su muerte en 1961, había sido despedido de radio El espectador, la radio que él mismo había fundado treinta años antes. En esa carta Alfredo Zitarrosa decía: “El programa no ha cesado por la muerte de su autor, sino que el autor ha muerto por el cese de su opinión (…) Basso Maglio comprendió que con los años todo emprendimiento se transforma en una empresa, que los hombres se asocian y se organizan, que no son tan libres, que se vinculan con otros hombres y otras organizaciones y pierden otra parte de su libertad, que pierden con ella su propio rostro, ganan un gesto fijo, una risa idéntica a sí misma, una cara reconocible; empiezan a morir precisamente cuando empiezan a comprometer su alma”.

Merced a la publicación de esta carta, Zitarrosa se queda sin trabajo en El espectador y un tiempo después, Carlos Quijano le propone escribir en el semanario Marcha.

Con lo que cobra de indemnización proyecta un viaje a Cuba, pero solo llega a Perú donde trabaja como periodista en Siete días y Oiga de Lima. "Dejé ese empleo para irme con un gringuito que estudiaba antropología, en su automóvil por la Panamericana hasta México, donde un amigo, el gordo Dotta, me mandaría los pasajes para ir a Cuba. Pero a último momento, al gringuito no le dejaron sacar el vehículo, que era un jeep, porque era un material de deshecho del ejército peruano. El lo vendió, se fue en avión a EEUU, y yo quedé en 'banda', sin viaje, sin dinero y sin empleo”.

En octubre de ese año, antes de su debut como cantor, Zitarrosa le escribe una carta a su amigo Bécquer Puig. “Vos no sabés lo que significa para mí esta ajetreada obstinación que es mi existencia. No puedo evitar una sensación molesta de desdoblamiento. Aunque yo creo que en el fondo vos me comprendés, yo te aseguro que a pesar de tantas miserias como las que parecen definirme, me siento un hombrecito. Ya ni versos hago, y pienso que te vas a dar cuenta también, cómo entre tantas dudas hallé un momento para teclear un rato…Sigo pensando que nos hace falta una revolución, aunque para ciertos corazones, no con eso tal vez…”

Estando en Perú y con 27 años, Alfredo Zitarrosa debuta como cantor. “Un amigo, César Durán, sin conocimiento mío, me anuncia como cantor en el show de Tulio Loza en el Canal 13 Panamericano de Lima; canté dos canciones: Guitarrero y Milonga para una niña, cobré 50 dólares y ahí debuté como cantor. Sin embargo mi primera canción la compuse por 1960: Recordándote, una zamba compuesta como si la cantaran Los Chalchaleros y dedicada a un compañero de CX 14 que estaba ennoviado con una amiga mía”.


De regreso en Uruguay, en 1964, debuta como cantor profesional en el auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica) en Montevideo. "Al regresar a Uruguay, fui locutor de cabina y luego locutor de cámaras en Montecarlo TV Canal 4. También escribí cuentos en Acción y fui periodista en Marcha, donde por encargo de Hugo Alfaro, entrevisté a Silvie Vartan, George Maharis, Don Atahualpa, Onetti, etc.”.

Su primer disco, “Canta Zitarrosa”, un disco doble que en esa época se conocía como “extended simple” tiene en la cara A, Milonga para una niña y El Cambá y en la cara B, Mire amigo y Recordándote. Este disco abre el camino para la difusión de la música nacional de este género en Uruguay, compitiendo en ventas con el fenómeno popular de esa época; “The Beatles”.

Guillermo Pellegrino, periodista del suplemento Cultural del diario El País de Montevideo y autor del libro Cantares del alma, una biografía de Alfredo Zitarrosa sostiene en una entrevista realizada en la revista Sudestada: “No estoy seguro de que Zitarrosa produzca un quiebre, pero sí es un hito muy importante. Creo que en el canto popular uruguayo hay una influencia anterior que es la de Osiris Rodríguez Castillo, que es fundamental, pese a que no está debidamente reconocido. También la de Aníbal Sampayo, que murió hace poco, la de Amalia de la Vega, que Zitarrosa adoptó mucho de sus guitarras. Ellos, junto a Anselmo Grau, Los Carreteros y otros, fueron el movimiento anterior de lo que se llamó canto popular uruguayo. Zitarrosa entra en el segundo grupo, el de los ’60, con Los Olimareños, Daniel Viglietti, José Carvajal y otros. En esa camada se destacan poetas como Washington Benavides, a quien Zitarrosa le grabó más de veinte temas y es un nombre fundamental en esa etapa”.

Washington Benavides, poeta y compositor uruguayo sostiene que conoció a Zitarrosa “en la década del ’60 cuando me escribió una carta solicitando mi autorización para musicalizar los textos de mi libro Las milongas. Por ese entonces yo vivía en Tacuarembó, a 400 kilómetros de Montevideo, donde estaba Alfredo. Él cambió toda la música popular por dentro y por fuera: el color de su voz, abaritonada y sombría, su presentación con el atuendo casi de un cantor de flamenco. En la década del ’70, nos reunimos en Tacuarembó y es allí donde conoce las canciones de jóvenes músicos como Numa Moraes, Larbanois, Darnauchans y Carlos Benavides, entre otros. A partir de ese encuentro, él se deslumbra y se compromete a grabar muchas de esas canciones en sus siguientes trabajos. Creo que a Zitarrosa hay que recordarlo como un poeta de gran valía. Fue excepcional en todo lo que realizó: la locución, el periodismo, la narrativa, la poesía, ni qué decir en la composición musical. El toque Zitarrosa es inconfundible”.

El 29 de febrero de 1968, Alfredo Zitarrosa se casa con Nancy Marino. El 27 de enero de 1970 nace Carla Moriana, su hija mayor y el 12 de diciembre de 1973, María Serena. Sus dos hijas fueron inspiradoras de dos bellísimas canciones: Para Carla Moriana y María Serena mía.

Debido a su militancia política, las canciones de Zitarrosa son prohibidas en Uruguay a partir de las elecciones de 1971 y esa prohibición se consolida con la dictadura cívico-militar de 1973. Con el recrudecimiento de la persecución, lo convencen de salir de Uruguay rumbo a Argentina en 1976, hasta el comienzo de la dictadura militar, donde decide viajar a España, país donde vive hasta abril de 1979. Luego viaja a México, donde aparte de cantar, trabaja como periodista en el diario Excelsior y en Radio Educación. A pesar de que esa época, según el propio Zitarrosa, es la menos creativa debido al dolor por el desarraigo y el exilio obligado, graba y edita varios discos en España, México y Venezuela. Participa en diversos festivales internacionales, como abanderado de la lucha a favor de la libertad del pueblo uruguayo y de otras naciones, y como referente ineludible del canto popular uruguayo y latinoamericano.

Guillermo Pellegrino sostiene que “casi todos coinciden en que nunca se terminó de adaptar al exilio, que el tipo vivía afuera pero vivía como en Uruguay, y que le faltaban las cosas, los árboles, los animales, la gente, los paisajes de su país. Y no podía crear. Quien me lo contó muy sentidamente fue Silvio Rodríguez; me dijo que cuando lo iba a visitar salía llorando porque estaba muy mal en toda esa época”.

Desde 1965 hasta 1988, Zitarrosa grabó aproximadamente cuarenta discos, en diferentes países, pero fundamentalmente en Uruguay y Argentina. Recibió innumerables distinciones y premios, entre las que se destaca la Condecoración con la Orden “Francisco de Miranda” otorgada por el gobierno de Venezuela en 1978.

Con el advenimiento de la democracia en Argentina, en 1983, Zitarrosa vuelve para vivir en Buenos Aires y realiza un recital memorable en el estadio Obras Sanitarias. De ese recital, queda como testimonio, un disco grabado en vivo; “Zitarrosa en Argentina”, con los temas quizás más conocidos, como El violín de Becho, Si te vas, P’al que se va, Stefanie, Adagio a mi país, entre otros.
En el estadio de Obras Sanitarias y ante una multitud al grito de ¡Uruguay, Uruguay! Zitarrosa dice en la presentación: “Queridos hermanos, queridos hermanos uruguayos, queridos hermanos argentinos, queridos hermanos quienes no sean uruguayos ni argentinos. La ausencia ha sido larga, el exilio es duro. Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, muchas gracias. Ojalá a partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra”. Y piensa en un pronto regreso a Uruguay, lo que ocurre ocho meses después. El 31 de marzo de 1984, es recibido por una multitud que lo aclama y lo acompaña desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco, por todo Montevideo. Un Zitarrosa emocionado, con la profunda alegría por el reencuentro con su tierra, con los amigos, define ese momento como la experiencia más importante de su vida.

Pero esa última etapa en Uruguay no sería fácil, el país no era el mismo que él había dejado. Su hermana Cristina describe esos últimos años: “Alfredo regresó a un Uruguay que ya no tenía. Ya no interesaba tanto el canto popular de la misma manera. Otra cosa es que no había trabajo. Ya había otra música y el trabajo de verdad no estaba. Había que adaptarse con 50 años, no le fue fácil. Todo eso se juntó. Eso lo hablábamos con Numa Moraes. Toda la gente que había vuelto del exilio no encontraba su lugar, la canción de protesta no estaba en boga. No encontraban su lugar en el mundo. Uruguay es un lugar muy caro y difícil para vivir. Además, él había tomado su separación como un fracaso por toda su historia, donde nunca hubo familia, casa, núcleo, cosas importantes”.

Sobre los últimos tiempos cuenta Cristina: “nos juntábamos en la casa de Almería, donde estuvo la última etapa, que era como una cueva. No daba el sol ni el aire, algo que contrastaba con Alfredo, que era una persona a la que le gustaban las flores, los bichos, el agua. Cuando se enfermó, me llamó. Lo internamos junto con su representante y una amiga que tenía y estuvo solo. No vino nadie. De casualidad se enteraron los medios porque Yamandú Palacios avisó a la prensa”.

Washington Benavides recuerda que “la última vez que hablé con él, me había llamado desde Buenos Aires a la CX 30, la radio donde yo trabajaba. Estaba de gira, pero iba a suspenderla porque había tenido un desmayo feo. Ese mismo día, yo me iba para el Norte. Allá me persiguió un telegrama donde se me alertaba sobre la situación de Alfredo, que había regresado y estaba en coma. Al día siguiente, Alfaro, el director de Brecha, me comunicó su deceso y me urgía a que enviara una nota sobre Alfredo. Si su regreso al país fue un acontecimiento popular, su entierro también lo fue. Alfredo es mi hermano en todo. Para mí Alfredo es Gardel. Guitarra negra fue la culminación de su poesía profunda en milonga. Pocas veces se equivocó en ese camino.”

Para Guillermo Pellegrino, autor de Cantares del alma, “Zitarrosa ya está cerca de la categoría de mito, es un tipo que logra un lugar muy difícil; un consenso casi generalizado, lo quieren los jóvenes artistas de rock, lo veneran; y gente aún más joven también, tal vez un chiquilín no lo conoce, pero al tiempito ya sabe quién es Zitarrosa, por los padres, porque su figura está, se ven fotos, se habla de él, se escucha su música y yo creo que va en camino de tener una dimensión más grande aún. Creo que con el tiempo va para eso; y también es increíble la veneración que hay por él en Buenos Aires y que se repite en todo el interior”.

El 17 de enero de 1989, dos meses antes de cumplir los 53 años, Alfredo Zitarrosa murió. Su pueblo, el mismo que cuatro años antes lo había recibido en el aeropuerto de Carrasco, volvió a salir a la calle para acompañarlo y ubicarlo casi en la categoría de mito popular.

Vale como cierre, recordar un fragmento de Guitarra negra, una de las mayores obras del gran Alfredo Zitarrosa.

“Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Principe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes... A mi tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas... Y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... Y se echará en el piso como un perro... Y aguardará hasta la madrugada... Hoy... Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...”

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

Fuentes consultadas:
Revista Sudestada, Fundación Alfredo Zitarrosa





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