martes, 8 de abril de 2008

A 26 años de la guerra de Malvinas



El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió en Nueva York el 1 de abril de 1982. En esa reunión el embajador británico en la ONU, Sir Anthony Parsons decía: “Tenemos evidencia de que la marina argentina está a punto de llevar a cabo una invasión, posiblemente ya mañana por la mañana… pedimos al Consejo que apele al gobierno argentino para que se contenga y se abstenga de usar amenazas o fuerza en el Atlántico Sur”. Era demasiado tarde. En la madrugada siguiente un grupo de buzos tácticos al mando del Capitán Pedro Edgardo Giachino, comenzaba la llamada Operación Rosario. Se cumplía, de esa forma, con la recuperación de las Islas Malvinas.
En la Plaza de Mayo, el presidente militar Leopoldo Fortunato Galtieri exclamaba una frase que quedaría en la dolorosa historia de Malvinas: “ Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. Galtieri, Anaya y los demás integrantes de la cúpula militar de entonces, subestimaron a Margaret Thatcher, pensando que no enviaría tropas a recuperar las islas.
El sábado 3 de abril en la “Cámara de los Comunes”, Margaret Thatcher, bautizada burlonamente por la Unión Soviética como la Dama de Hierro, tuvo que asumir la responsabilidad de la primera pérdida por la fuerza de un territorio británico, desde la Segunda Guerra Mundial.
El gobierno de la Dama de Hierro –apodo que le encantaba- atravesaba por importantes problemas económicos y sociales. El conflicto bélico del Atlántico Sur, le serviría, tiempo después, para recuperar la popularidad perdida al punto de ser reelecta como Primer Ministro, al año siguiente con el 42% de los votos.
En nuestro país, al gobierno militar le sucedía algo similar. Con serios problemas en la economía que incluía una inflación anual del 150%, y tras seis años de gobierno dictatorial, la sociedad y los partidos políticos comenzaban a pensar que ya era tiempo de elecciones libres y de volver a un gobierno democrático. La derrota de Malvinas constituyó el principio del fin de la dictadura militar.

La Operación Rosario
La recuperación de las Islas Malvinas fue algo pensado y planeado con muchos meses de anticipación. El ideólogo de la operación -el almirante Jorge Anaya, quién murió el 9 de enero pasado a los 81 años- había convencido a Galtieri de llevar adelante la recuperación de las islas y aparentemente el gobierno británico estaba enterado de esto. En el libro The Falklands War, editado a fines de 1982, se cita este hecho: “Los funcionarios de la embajada británica en Buenos Aires insisten en que avisaron al Ministerio de Asuntos Exteriores en Londres de que la Junta Militar iba seguramente a adoptar una línea dura y que particularmente Anaya abrigaba desde hacía mucho tiempo la ambición de recuperar las Malvinas –ambición que le gustaría llevar a cabo”. El gobierno británico hizo caso omiso a sus funcionarios en Argentina.
La recuperación de las Islas no cayó bien en Inglaterra y ante la presión de los diarios británicos como el Daily Telegraph y el Daily Mail que hablaban de “humillación” y de “vergüenza” refiriéndose a la pérdida de las Falklands, Margaret Thatcher prometió en la “Cámara de los Comunes” que las islas serían recuperadas.
El 5 de Abril, el gobierno británico ordenó la salida de la Marina Real desde Portsmouth y Plymouth con rumbo al Atlántico Sur con el objeto de recuperar el territorio perdido. Era el comienzo de la Guerra de Malvinas que dejó el saldo de 649 soldados argentinos muertos.

Mi recuerdo de la guerra
En la mañana de ese viernes 2 de abril de 1982 me enteré por la radio, como la mayoría de los argentinos, de la recuperación de las Islas Malvinas. La perplejidad fue el primer sentimiento que recuerdo. Si bien me habían enseñado en la escuela que las Islas Malvinas eran argentinas, era como algo ajeno, distante; algo de lo cual no tenía una real conciencia; un grupo de islas pequeñas, muy al sur, en medio del mar. Después surgió -como en todos- el sentimiento patriótico y el orgullo de que las islas dejaran de ser Falklands para ser definitivamente las Malvinas.
En 1982 estaba cursando el quinto año, turno tarde, en la Escuela de Comercio Celestino Marcó. Al mediodía, como lo hacíamos habitualmente, nos juntamos con mis compañeros en la plaza Constitución antes de entrar a clase. No recuerdo exactamente de quién fue la idea, pero entre varios decidimos ir a la Jefatura Departamental de Policía -frente a la plaza- y pedir prestada una bandera argentina. Cuando ya todos los alumnos estaban en la escuela, “los de quinto”, entramos juntos, jubilosos, formando dos filas con la bandera al medio sostenida por nuestras manos. Tengo en mi memoria la imagen grabada, entrando al patio de la vieja Escuela de Comercio, y los alumnos y profesores aplaudiendo y vivando por la recuperación de las Islas Malvinas.
Después de la guerra y durante muchos años, al acordarme de esa imagen, sentí vergüenza. Vergüenza por el sentimiento triunfalista de esos momentos, por la inconciencia de no saber la verdadera magnitud de lo significaba una guerra para nuestro país; vergüenza por la derrota y por los chicos de la guerra.
Con el tiempo aprendí a no avergonzarme y a sentir un profundo respeto y admiración por los soldados que fueron a Malvinas. Soldados, la mayoría de los cuales, tenían apenas dos años más que yo y que fueron dispuestos a ofrendar lo más valioso que tiene una persona, su vida. Ellos merecen, por parte del gobierno, el estado y la sociedad, ser tratados como lo que son: héroes.



Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

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