sábado, 20 de diciembre de 2008

Yo...fui testigo

Testigo. El diccionario define esta palabra como: persona que atestigua una cosa. Persona que asiste a otra en ciertos actos. Esta última definición se adecua a lo que yo fui... yo fui testigo. Esta es la historia.

Una mañana de diciembre recibo un llamado en mi celular; era el vasco.
- ¿Cómo andás, todo bien?
- Bien, ¿y vos?
Después de todos los saludos de rigor que uno se brinda con los amigos me dice:
- Mirá, te llamo porque necesito que me hagas un favor.
Debo confesar que en ese momento y en unos pocos segundos, traté de imaginarme qué tipo de favores le podía hacer al vasco estando a un poco más de doscientos kilómetros de distancia.
- ¿Qué necesitás? - le respondí, ya ansioso por saber.
- Resulta que me caso y quería saber si vos podés ser mi testigo de casamiento... si no tenés problemas.
Totalmente sorprendido por la noticia, ya que con el vasco tenemos más de cuarenta años y es medio raro escuchar a una persona de nuestra edad que se case, y más en estos tiempos, le respondí...
- ¿Te casás?... ¿con quién? Dos preguntas en una y todo por el mismo precio.
- Con Fabiana – le escuché decir.

A esta altura del relato tengo la obligación de explicar algunas cosas para que usted, amigo lector, entienda mejor.
Con el vasquito nos conocemos desde que tenemos nueve años. Vivíamos cerca aunque no íbamos a la misma escuela. Pero cuando empezamos la secundaria en la vieja escuela de Comercio, el destino hizo que fuésemos compañeros y el vasco fue uno de mis primeros amigos por esos años.
Tenemos, como la mayoría de los amigos, muchas historias compartidas. Muchas salidas de sábado a la noche, algunas que otras borracheras adolescentes, incontables partidos de fútbol, de truco y horas y horas de mate con charlas interminables.
El vasquito es de esos tipos que hace lo que comúnmente se dice: un culto de la amistad. Recuerdo que tenía la costumbre de sentenciar: "no disuelvas reuniones" a quien osaba abandonar una reunión de amigos por más que fuera a altas horas de la madrugada.
Cuando terminamos la secundaria, a él le tocó hacer el servicio militar y yo me quedé para seguir estudiando un profesorado y trabajando en la radio.
Al año siguiente, cuando ya había cumplido con las obligaciones militares de entonces, el vasquito se fue a estudiar veterinaria a Corrientes, y un tiempo después yo me fui a Buenos Aires con la expectativa de estudiar periodismo.
Seguimos siendo amigos y viéndonos cuando yo viajaba a Gualeguay a visitar a mi familia. Así transcurrió el tiempo hasta que algo sucedió. Por algunos problemas que surgieron entre nosotros, cosas que tienen que ver con pavadas que uno hace en la vida, nos distanciamos. El orgullo que uno tiene cuando es joven, impidió que nos volviéramos a juntar y todo quedó ahí. Cada uno siguió su camino, viviendo la vida de la mejor manera posible.
Así transcurrió el tiempo hasta que hace casi dos años, con la excusa de una reunión de ex compañeros de secundaria, nos reencontramos en su casa.
Lo bueno fue que -a pesar de los años, que eran muchos- parecía que el tiempo no había pasado. Los sentimientos estaban casi intactos.
Cuando uno comienza a transitar la segunda mitad de la vida o lo que nos resta de ella, es positivo comenzar a cerrar las puertas que han quedado abiertas, las deudas pendientes; es bueno comenzar a pacificar y pacificarse, es –creo- una forma de entender la adultez. Los bríos de la juventud deben dar paso a la reflexión y a la valoración real de las cosas. En definitiva, de eso se trata vivir.
Esa noche de febrero, como tantas otras noches, nos quedamos hablando de nuestras cosas, de lo que nos había pasado esos años, hasta que el amanecer de un día de verano dio por terminada la charla.
Esa misma noche me contó de Fabiana con quién se había reencontrado hacía apenas unos días, después de no verla durante años. Fabiana, había sido su novia de la adolescencia durante mucho tiempo, pero por cuestiones de la vida se distanciaron. Ella se fue a Buenos Aires a estudiar, se recibió y se quedó a vivir en la capital.
Años después, un día en Gualeguay se reencontraron. Ese día, según me contó esa noche de febrero el vasquito, él le dijo:
- Yo me voy a casar con vos.

Esa mañana de diciembre, el vasco me explicó por teléfono:
- Mirá... este año me pasaron dos cosas muy buenas: me reencontré con vos y con Fabiana, así que me pareció que si podés y querés, tenés que ser el testigo de mi casamiento.
Y así fue. Hace un año, el jueves 20 de diciembre al mediodía, en el registro civil de la calle Uruguay, el vasco, nervioso ante uno de los acontecimientos más importantes en su vida, dio el sí frente al Juez. Se casó.
Y yo... fui testigo.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

2 comentarios:

Silvina Carraud dijo...

...Y está cada día más enamorado!
Cariños.

Arnold Coss dijo...

No lo había leído, con lo cual me dioy cuenta que ignore durante casi 2 años semejante acontecimiento.