viernes, 25 de junio de 2010

Jorge Filippis Míguez, orgullosamente entrerriano

Arquitecto, diseñador, docente universitario, director de cine y escritor

Jorge Filippis Míguez es una de esas personas que llamaríamos polifacéticas, es decir; que se dedican a actividades muy distintas y tienen múltiples aptitudes. Este gualeyo nacido el 26 de octubre de 1950 “en calle Caseros 335 frente a la plaza” -como él mismo indica- es arquitecto, diseñador, docente universitario (Profesor titular de Cátedra en la Universidad de Buenos Aires), director de cine y escritor.

- ¿Cómo se pueden hacer tantas cosas diferentes? ¿Pensás que hay algo que une todas esas actividades?
- ¡Cómo me gustaría decir que me especialicé en la cabeza de un tornillo y toda mi vida me dediqué a eso! Vos sabés que a los que nos gusta el arte, nos gusta todo y es en realidad la vida la que nos lleva a ir definiendo un poco la huella. En la facultad se suele comentar que seria muy posible estudiar una carrera troncal que luego podría derivar en la Arquitectura, todos los diseños, incluidos los de imagen y sonido. Es lo que nosotros llamamos las carreras proyectuales. Podríamos afirmar que sí, que todas las carreras proyectuales están unidas al menos en su concepción más íntima, de que todas ellas se ocupan de solucionar problemas.

- ¿Cómo se fueron dando en tu vida esas actividades?
- Durante algún tiempo me resistí en "prosperar " en alguna de esas actividades, pero era como remar contra las olas que vienen, con el tiempo aprendí a surfear y tomo las olas que vienen. Estudiaba Arquitectura pero me fascinaba el cine. Me recibí en ambas con la absoluta convicción de dedicarme al cine. Mi primera empresa era una suerte de boutique creativa donde mi socio se dedicaría al Diseño Grafico y yo al cine. El destino quiso que tuviéramos más trabajo en diseño y terminé aprendiendo y luego a dedicarme con pasión.

Jorge Filippis está casado, tiene seis hijos y sobre sus orígenes explica que “mi madre Hebe Amalia Míguez es también nacida en Gualeguay, hija de José Segundo Míguez, (Senador, candidato a vicegobernador en la fórmula Garay – Míguez) y mi tía abuela era Paquita Arrigí, de los fundadores del diario Pregón y mi otra tía abuela fue Ramona Míguez, muchos años directora de la escuela nacional Narciso de Laprida en Victoria. Mi padre, porteño, era militar de caballería y cumplía sus años de destino en el Regimiento 3 de Caballería. Los militares van rotando por las provincias de manera que yo estuve unos pocos años en Gualeguay, luego Buenos Aires, Mendoza, San Luis, Córdoba y desde los 13 años vivo en Buenos Aires aunque sigo siendo orgullosamente entrerriano”.

Parte de su trabajo y experiencia en el diseño, Filippis lo ha volcado como editor de una “Enciclopedia Visual del Diseño” para el grupo Clarín D, que se publicó el año pasado y tendrá una continuidad este año. Pero además es autor de otros libros: Diseño Gráfico (2006), Glosario del Diseño (2006) y Tramas, Textura y Fondos sensibles (2008), todas editadas por la Editorial Nobuko.

Es importante su trabajo como dramaturgo; ganó en 1974 el “Premio Fondo Nacional de las Artes de Literatura” y desde 1985 sus obras de teatro se han estrenado en el país y en el exterior. En teatro infantil: La pelota saltarina, Mandón, Tenaz y Sonrisa, Adoradores de chupetines, Se nos viene un hermanito, La florcita rabiosa (declarada de interés por Greenpeace y por la Secretaría de Cultura de la Nación, por su aporte a la conservación del medio ambiente y la ecología). Para adultos escribió: Los hijos de un drama, Cuerpos poseídos, Hay que tocar la campana, Megahertz, SISI. Sus obras de teatro, tanto las dedicadas al público adulto como las de teatro infantil, han estado en la cartelera de importantes teatros y auditorios de Buenos Aires.

“Los hijos de un drama” fue editada en libro en 1975 y en 1986 editó “Tres obras de teatro infantil”.

- ¿De qué actividad te sentís más cerca o a cuál de todas las actividades estás más unido?
- Tengo una cátedra de diseño, vivo del diseño, desarrollo libros e investigaciones sobre diseño. Aún así sigo intentando algún día vivir de la literatura. Mis obras se dan por el interior del país todo el tiempo y cada tanto estreno o publico algo de teatro.

Luego de emigrar de Gualeguay siendo muy chico, Jorge visitó dos veces la ciudad. “Las dos veces fueron para conocer mi tierra. En la segunda llevé a toda mi familia y solicité que me dejaran entrar a la casa donde nací. Todos los Míguez parientes están en Buenos Aires, seguramente quedan parientes lejanos”.

Ante la pregunta de qué recuerdos tiene de su ciudad natal, con un dejo de nostalgia sostiene; “Todo me recuerda a mi madre, a las cosas que me contaba que hacía en su niñez, el Club Social, los bailes, cuando conoció a mi padre. Todo es como una afirmación de numerosas historias deshilvanadas. Gualeguay es el lugar donde nací y siempre que puedo lo expongo con orgullo. En muchos de mis libros dice Jorge Filippis y a continuación, donde todos escribirían Arquitecto, yo pongo entrerriano”.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay y EL DIARIO de Gualeguay, el 20 de junio de 2010.


Juan José Saer, la silenciosa tarea de escribir

A cinco años de la muerte del escritor santafesino


La figura de Juan José Saer ha ido creciendo a través del tiempo, agigantándose, tal vez, a medida que nuevas generaciones de lectores descubren a este escritor litoraleño que murió en París hace cinco años, el 11 de junio de 2005. En esa ciudad francesa tan relacionada con nuestra cultura, dónde varios escritores argentinos eligieron vivir, Saer arribó en 1968.


“Cuando me fui a París, relataba Saer en una nota periodística, no pensaba ir a París, no tenía ninguna intención de hacerlo, además cuando fui fue sólo por seis meses y finalmente me quedé por muchas razones de diferente tipo. No quiero disminuir el valor de esa experiencia que fue para mí extremadamente rica, pero no puede decirse que lo haya hecho de manera consciente, deliberada, voluntaria. Ahora bien, el hecho de haberme ido supone que ya había en mí los elementos necesarios que me permitían ese cambio, mucha gente ha tenido la oportunidad de irse y no lo ha hecho, otras debieron irse por razones obligatorias, impuestas exteriormente por gobiernos autoritarios o por situaciones económicas desesperadas o por rupturas violentas con un medio ambiente familiar o por lo que fuera”.


Juan José Saer nació en Serodino, provincia de Santa Fe, el 28 de junio de 1937. En la Universidad Nacional del Litoral fue profesor, enseñó Historia del Cine y Crítica y Estética Cinematográfica.


Sobre su experiencia de haber vivido en Europa, lejos de su país, Saer confesaba en una entrevista en 1998 que le había resultado bien irse del país “porque por primera vez lo vi como un conjunto, de lo contrario tenía una óptica demasiado situada como para verlo en su totalidad, no diré que lo vi claro en su conjunto, simplemente lo vi como a una totalidad, de ahí a que mis análisis sean más o menos confusos o más o menos claros es otro problema. Por primera vez lo vi como una totalidad, lo vi desde fuera, como cuando uno está en la habitación de una casa y cuando sale afuera ve la fachada, el exterior, ve más o menos las dimensiones generales; al mismo tiempo e inversamente, el hecho de entrar, penetrar, vivir y trabajar en Europa, tener hijos que han nacido allí, me dio una perspectiva nueva de Europa, que antes sólo veía desde el exterior, se produce una especie de inversión, eso para mí fue muy fructífero, lo fue hace 20 o 25 años. Los primeros 10 años de mi estadía en Europa fueron extremadamente fructíferos desde el punto de vista intelectual (desde el punto de vista personal es otra cosa), porque me permitió relativizar tanto mis experiencias argentinas como mis experiencias europeas y ponerlas en un contexto nuevo y diferente”.


Muchos afirman que Saer ha sido discípulo de Juan L. Ortiz a quien solía frecuentar en la ribera del Paraná. “Juan L. Ortiz era muy afrancesado y no es un insulto ser afrancesado, para Juan L. la cultura francesa era muy importante, la revolución francesa, la comuna, el PC francés, Aragón, Proust, todo eso para Juan L era una mitología muy fuerte, para mí nunca lo fue, aunque algunos escritores franceses son fundamentales para mí, como por ejemplo Flaubert, Proust, Baudelaire y otros.


Sobre los escritores en general y la tarea de escribir, Saer sostenía que “los escritores son esencialmente autodidactas y tratan de expresar, a través de su formación cultural, aunque tengan títulos universitarios la parte que usan es esencialmente una parte autodidacta, entonces ellos, por medios que les son propios, medios un poco improvisados, tratan de expresar esa especie de visión personal que tienen del mundo y no saben si es o no original, pero es lo que están sintiendo, pensando, percibiendo o rememorando cuando escriben. Con el tiempo se va formando una especie de visión global del mundo, pero tiene que ver más con las necesidades constructivas del texto que con una verdadera convicción o un discurso afirmativo o autoafirmativo”.


Sin eufemismos, el escritor afirmaba que hay también escritores que exaltan a otros escritores como sus maestros, pero que no reflejan en sus obras esa admiración. “Admirar supone ciertas obligaciones. Para poder admirar a un escritor hay que merecerlo. No decir que se admira a Shakespeare y escribir como Paulo Coelho. Justamente Coelho dijo en Buenos Aires que para él los dos escritores más importantes de América Latina eran Jorge Amado y Jorge Luis Borges. Yo opino que alguno de los dos tendría que protestar”.


Con notable claridad de conceptos, en un reportaje y ante la pregunta de si él consideraba que una ética debe ir acompañando a la estética de un escritor, Saer consideraba que no; “porque por ejemplo hay muchas cosas de Borges que yo no comparto o me río de ellas, pero Borges es un gran escritor y eso es lo que me importa. Lo principal es que sea un gran escritor”.


La prolífica obra de Saer es considerada entre las mejores de la literatura contemporánea argentina; abarca los libros de cuentos: “En la zona” (1960), “Palo y hueso” (1965), “Unidad de lugar” (1967), “La mayor” (1976), “Lugar” (2000) y las novelas: “Responso”(1964), “La vuelta completa” (1966), “Cicatrices” (1969), “El limonero real” (1974), “Nadie nada nunca” (1980), “El entenado” (1983), “Glosa” (1985), “La ocasión” (1986), “Lo imborrable” (1992) y “La pesquisa” (1994); “Las Nubes” (1997), “La grande” (2005) además de ser autor de ensayos como “ El concepto de ficción” (1997) y “La narración – objeto” (1999).


En el año 2004, Saer fue distinguido con el XV Premio Unión Latina de Literaturas Románticas, por decisión de un jurado reunido en París que consideró que el escritor santafesino había desarrollado “una obra rica y variada de modo silencioso, alejado de los grandes círculos de la publicidad literaria”. Por esa razón – ese modo silencioso, ajeno al ruido publicitario, de una modestia pocas veces vista entre los escritores- Saer no es tan reconocido. Pero quizás, de a poco, su figura vaya encontrando un merecido lugar en nuestra literatura.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay, EL DIARIO de Gualeguay y Análisis Digital de Paraná, el 13 de junio de 2010.


Ignacio Ezcurra, la vida por el periodismo


Murió asesinado en Vietnam donde era corresponsal de guerra del diario La Nación

"Saigón, 8 de mayo. Correrá mucha sangre en mayo…" Esto fue lo último que escribió Ignacio Ezcurra en una hoja que quedó en su máquina de escribir, en el comienzo de una crónica que nunca llegó a terminar. Sobre su cama, en la habitación del hotel Eden Roc quedaron papeles y apuntes dispersos. En el armario, sus ropas y su uniforme, indispensable para viajar con los militares. En el baño, su máquina de afeitar y sobre la mesa, un telegrama sin abrir del diario La Nación, que lo había enviado como corresponsal de guerra para cubrir uno de los conflictos bélicos más importantes del siglo XX; la guerra en Vietnam. Había llegado a Saigón el 24 de abril de 1968 para una visita de un mes, con el fin de narrarles a los lectores cómo era vivir o tratar de sobrevivir en medio de una guerra.


François Pelou, director de la agencia France Presse en Saigón fue quien entró en la habitación del periodista argentino que había desaparecido. Pelou le comentó luego a la periodista italiana Oriana Fallaci, enviada especial de L’Europeo de Milán para cubrir la guerra, que Ezcurra no había ido al Norte y no había sido hecho prisionero sino que –para él- había tenido el mismo fin que Piggott, Laramy, Cantwell y Birch, cuatro periodistas muertos por el vietcong, acribillados a sangre fría en barrio Cholón.


Días después de la muerte de los periodistas, y un día antes de su desaparición, Ignacio Ezcurra declaró en televisión en La voz de América: "Siento mucho la muerte de los colegas que fueron asesinados días atrás por el Vietcong. Estaban desarmados y tuvieron tiempo de decir que eran periodistas. Fue una crueldad inútil eliminarlos. Por otra parte, entiendo que el periodismo ha sido sumamente imparcial con el Vietcong. También entiendo que todos los que estamos aquí sentimos que estamos corriendo ese riesgo. Y ése es un precio que tenemos que pagar por estar cubriendo la historia más grande y tal vez más triste de este momento".


En su libro Nada y así sea, Oriana Fallaci relata en tiempo presente:
"Estamos preocupados por Ignacio Ezcurra. Ayer por la mañana se fue en busca de noticias con dos corresponsales de la Associated Press y uno de Newsweek. En Cholón, cerca del lugar donde mataron a Piggott y sus compañeros, dijo de apearse para echar una ojeada. Se apeó del coche, echó a andar y por la tarde aún no había regresado al hotel. Tampoco regresó por la noche, y tenía una cita para la cena. ¿Lo habrán hecho prisionero? ¿Anda en pos de una noticia especial? ¿Se ha ido hacia el norte? (…) François me ha dicho que esta noche irá a su hotel para ver cómo ha dejado Ezcurra la habitación en el momento de partir. (…)
10 de mayo. Lo han matado. Esta mañana un fotógrafo japonés ha vendido a la Associated Press un rollo de fotografías hechas en Cholón y en una fotografía se ve el cadáver de un blanco. Yace tendido sobre una acera, junto al cadáver de un vietnamita. Lleva pantalones grises sujetos por un cinturón claro, camisa blanca de mangas largas y calza zapatos. Tiene los brazos atados a la espalda, se ve la cuerda a la altura del codo. (…)"

Ignacio Ezcurra murió en Cholón el 8 de mayo de 1968, tenía 28 años; su cuerpo nunca se recuperó.

Para Ignacio Ezcurra "Vietnam era algo más que un desafío periodístico era un imperativo del espíritu, un mandato ético, según las palabras de Bartolomé de Vedia, Jefe de editoriales de La Nación. Por eso pidió ser destinado corresponsal de guerra. Y cuando La Nación accedió a su pedido, partió a toda prisa, casi sin despedirse, como si una misión entrañable lo estuviese esperando".

Malcom W.Browne, corresponsal del New York Times escribió: "Yo personalmenteconseguí sobrevivir cinco años reporteando la guerra del Viet Nam con poco más que algunos rasguños. Pero alrededor de cuarenta de mis amigos y colegas, que representaban los medios de información de una docena de países, murieron en Indochina… Ignacio era uno de ellos…Parecerá fatuo a algunos si digo que esos periodistas murieron por una causa importante. Pero para mantener su libertad de elección un pueblo necesita tener conocimiento; y el conocimiento a veces tiene que ser pagado con sangre. Tal es el uso dentro de lo mejor del periodismo, e Ignacio Ezcurra era de lo mejor".


Su vida


Ignacio Ezcurra nació en San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, el 7 de octubre de 1939, era el quinto entre doce hermanos, en el seno de una familia tradicional descendientes directos de Juan Manuel de Rosas y de Bartolomé Mitre, fundador del diario La Nación.


Se recibió de bachiller en 1956 en el colegio "El Salvador" de Buenos Aires. Comenzó la carrera de Letras en la UBA y simultáneamente ingresó al diario La Nación en la sección de avisos clasificados.


En 1958, luego de dos viajes, uno al Brasil en moto y otro al Perú, inició junto con dos amigos, un viaje "a dedo" atravesando Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y México, hasta llegar a Estados Unidos. Llegó allí ocho meses después y en 1959 trabajó en dos trabajos temporarios para mantenerse y siguió cursos de perfeccionamiento de inglés en la Universidad de Columbia.


En 1960 pudo estudiar Periodismo en la Universidad de Missouri gracias a una beca que ganó por concurso. Un año después regresó a nuestro país donde hizo el servicio militar y fue enviado por la Secretaría de Cultura de la Nación y el Instituto Di Tella a recorrer más de sesenta ciudades del interior para ofrecer espectáculos audiovisuales y películas documentales.


En 1962 viajó a Perú y Bolivia para traer material periodístico que publicaron la Editorial Atlántida y La Nación. En ese momento se incorpora al diario fundado por Mitre, su antepasado, como cronista volante de la redacción e ingresa en las carreras de Sociología e Historia de la UBA.


En 1963 viajó en una regata a Río Grande, Brasil, y a la vuelta visitó lugares a los que sólo se tiene acceso por mar. Ese mismo año, trabajó para el suplemento dominical de La Nación.


En 1965, invitado por la embajada de Siria, visitó Medio Oriente, intuyendo y anunciando en sus notas la inminencia de un conflicto. Su espíritu aventurero lo llevó a EEUU, en 1967, para investigar los conflictos raciales que se vivían en el país del norte y escribir sobre "El poder negro". Allí tomó contacto con figuras como Robert Kennedy y el líder negro Martin Luther King. Al año siguiente se desempeñó como reportero hasta su desaparición en Saigón el 8 de mayo de 1968.

El escritor Manuel Mujica Láinez, que conoció a Ezcurra en la redacción de La Nación escribió sobre él: "Tengo la certeza de que Ignacio Ezcurra vivió como hubiera deseado vivir y de que su fin, con lo que entraña de pródigo heroísmo, corresponde casi mágicamente a su fervoroso ideal. Su imagen, la del periodista absoluto, continuará siempre alerta, siempre activa, siempre impregnada de tensa juventud. No conocerá la bonanza de los años altos, pero no sabrá su melancolía. Y su clara sonrisa seguirá siendo invulnerable.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay, EL DIARIO de Gualeguay, El Miércoles de Concepción del Uruguay y Análisis Digital de Paraná, el 6 de junio de 2010.

Reencuentros

Un mes especial, de gratos y emotivos reencuentros


Siempre son gratos y emotivos los reencuentros. Mucho más cuando se trata de personas que han tenido una influencia importante en nuestras vidas. Y para mí, este mayo que termina, fue un mes importante por los reencuentros que me tocó vivir.


Los protagonistas de esos reencuentros fueron tres personas que gozan de mi más alta estima y admiración. Influyeron, cada uno a su manera y seguramente sin proponérselo en este camino marcado por la actividad periodística en aquellos primeros años, en el comienzo de lo que era una vocación insoslayable por la comunicación.


Las personas de las que hablo son Mario Alarcón Muñiz, Roberto Romani y Miguel Enrique Diorio.


A las dos primeras, Mario y Roberto, tuve la alegría de encontrarlos en el stand de la imprenta de Entre Ríos en la Feria Internacional del Libro que se llevó a cabo en el Predio Ferial de Palermo a principios de este mes.


El miércoles 5 de mayo fue el día elegido por la provincia para desarrollar diferentes eventos y presentar en esta feria internacional las actividades culturales. De ahí la presencia del subsecretario de Cultura de la provincia, Roberto Romani, a quien después de varios años de no ver personalmente pude saludar con un afectuoso abrazo y descubrir que a pesar del tiempo y del cargo, nunca tan bien merecido, que hoy ostenta este hombre de la cultura, su sencillez y simpatía siguen intactos. Encontrar a Roberto casi igual a aquel joven director artístico de Radio Gualeguay donde comencé a trabajar, hizo nutrir la charla de anécdotas de aquellos años inolvidables cuando LT 38 era la única radio de la ciudad.


Esa tardenoche junto a Romani y desde el stand de la imprenta de la provincia, Mario Alarcón Muñiz transmitió su programa “La Calandria” que se emite de lunes a viernes a las 19 por LT 14 Radio General Urquiza de Paraná. Este programa, que lleva 10 años en LT 14, ha recibido el reconocimiento del público de la provincia por la difusión realizada durante muchos años por Mario Alarcón Muñiz de la historia y la cultura entrerriana.


El reencuentro con Mario fue sentido, como el de maestro a alumno. Tras el afectuoso abrazo vino la frase del maestro; “he leído varias de las cosas que escribiste, me gustó la nota…” y ahí siguió el detalle de lo que el alumno siente como una aprobación por parte de quién tuvo mucho que ver en los primeros años caminados en la comunicación.


“No te vayas, vamos a charlar”, me dijo Mario mientras se ponía los auriculares para salir al aire. Para los que alguna vez trabajamos en radio, ese “vamos a charlar” significa hablar al aire, a micrófono abierto. Cosa que ocurrió un rato después donde, como hacía muchos años, compartimos el micrófono hablando de anécdotas de otros tiempos y de la tarea periodística actual.


Merced a la buena voluntad de Mario Alarcón Muñiz y al ímpetu que yo demostraba, comencé a trabajar en Radio Gualeguay. Siempre recuerdo –y en la charla en su programa no faltó esa anécdota- que Mario me enseñó que para trabajar en la radio era necesario saber cebar mate. Lo primero que me dijo el día que fui a hablar con él y le conté que yo quería ser locutor y periodista fue: “bueno ahora vamos a ir al estudio, te vas a sentar al lado mío y vas a cebar mate”. Con esto echó por tierra mis ansias juveniles y me demostró que ganarme un lugar me iba a llevar tiempo y esfuerzo. Eran otras épocas, donde la radio se hacía de otra forma, donde los códigos de la comunicación eran más formales y salir al aire implicaba una responsabilidad que hoy en día casi no existe.


Varios días más tarde de mi encuentro con Mario y Roberto, recibí el llamado telefónico de Miguel Diorio que estaba en Buenos Aires y aprovechamos la oportunidad para vernos personalmente después de muchos años. Encontrarme con Miguel, con Elsita su mujer, Josefina su hija, y Juani su hijo, futuro periodista deportivo que heredó de su padre y de su abuelo “Pototo” Diorio esa vocación por la comunicación, fue realmente movilizador.


Miguel ha sido un excelente profesional de la radio, pero por sobre todas las cosas lo caracteriza algo mejor; ser muy buena persona. Esto -a mí entender- es mucho más valorable. Porque uno puede ser un muy buen profesional pero si no se es buena persona, de poco vale lo primero.


A él me une una amistad que a pesar de los años y la distancia pareciera que el tiempo no ha transcurrido. Por aquellos años de mis comienzos en la radio, Miguel me brindó su apoyo y amistad. Compartimos muchos momentos en los informativos, en el programa de automovilismo que él conducía: “Autódromo y Camino” y compartimos la locución comercial en el equipo deportivo de la radio que transmitía el campeonato de la Liga Departamental de Fútbol.


El último trabajo juntos fue precisamente haciendo la locución deportiva en la transmisión que hizo Radio Gualeguay en el año 1985 cuando jugó el Club Atlético Urquiza con la tercera división del Racing Club, como parte del convenio por la venta de Ramón Medina Bello al club de Avellaneda. El relato de ese partido fue de Panchi Cosso, con comentarios de Mario Acuña y la locución comercial de Miguel y mía.


Por supuesto que el encuentro con Miguel estuvo cargado de anécdotas pero no solo eso, sino de cosas familiares, personales; además de temas que nos gustan y que tienen como eje la comunicación.


Estos encuentros con gente querida y admirada, que influyeron en mi vocación por la comunicación, me dejaron una sensación de nostálgica alegría porque “el tiempo no para…” como decía una canción, pero los afectos siguen intactos.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay y en EL DIARIO de Gualeguay el 30 de mayo de 2010.

Las verdades de Mayo

La Semana de Mayo estuvo muy lejos de ser un apacible tránsito de vendedores ambulantes


Uno podría preguntarse con todo derecho: ¿la Revolución de Mayo fue un acto económico, un acto político, un acto militar? Y responderse: no, fue un acto escolar.
(Mitos de la historia argentina, Felipe Pigna)

Es difícil escaparle estos días al tema de la Revolución de Mayo porque no es menor el tema de cumplir nada más ni nada menos que 200 años. En ese sentido, deberíamos pensarnos privilegiados de ser testigos de un acontecimiento de tal magnitud. Y en una fecha como esta, tal como escribió Felipe Pigna en el principio de un capítulo dedicado a este acontecimiento en su libro Mitos de la historia argentina, para muchos de nosotros –y sin vergüenza me incluyo- la Revolución de Mayo fue, durante bastante tiempo, solo un acto escolar. Y fue así tal vez por el tipo de educación que recibimos en la escuela, donde los próceres son bustos de bronce o mármol que habitan los patios de edificios públicos y no seres humanos con emociones, miserias, aciertos y errores, como los de cualquier mortal.

Desde hace unos cuantos años a esta fecha, merced a los revisionistas históricos, muchos aprendimos y entendimos algunas cuestiones que hasta hace poco tiempo era un terreno vedado para el común de la gente. Y es bueno que sepamos “secretos” de la historia argentina que no nos contaron en la escuela, quizás de esa forma podamos entender y comprender algunas de las cosas que nos pasan como argentinos.

Más allá de lo que la Historia –así con mayúsculas- nos cuenta de la Revolución de Mayo, hay cosas que llaman la atención. Antes que nada es necesario entender que la revolución que tuvo lugar en Buenos Aires hace doscientos años; solo en Buenos Aires. No fue una revolución de todo el entonces Virreinato del Río de la Plata, ni mucho menos, sino una revolución armada por unos cuantos miles de hombres que habitaban el Buenos Aires colonial, algunos de los cuales tendrían sentimientos patrióticos verdaderos y muchos de ellos intereses económicos que tenían que ver con el movimiento comercial del puerto.

Quiero significar con esto que detrás de la utopía de la libertad de un país americano nuevo, había un innegable interés económico de por medio.

En ese Buenos Aires colonial de 1810, donde los habitantes gustaban dormir largas siestas –ya que no había mucho para hacer- preparándose para las tertulias nocturnas en las casas de las acaudaladas familias como la de Don Tomás O’Gorman y su esposa Ana Perichón, solía concurrir el virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, caballero de la Orden de Carlos III, nacido en Cartagena en 1755. Cisneros era un destacado marino que, como vicealmirante de la armada española, había peleado valientemente en el combate de Trafalgar. Con su desempeño se había ganado el reconocimiento de los propios ingleses y el ascenso a teniente general de la Real Armada Española. Es decir que Don Baltasar, de 55 años, no era precisamente la imagen amanerada con peluca blanca que uno puede imaginarse, sino un hombre de armar llevar y experimentado a la hora de batallar.

A principios de 1810, a Cisneros se le planteaba un dilema puramente económico pero con repercusiones políticas. Con la apertura del puerto el comercio había dejado a las arcas virreinales unas muy interesantes ganancias en materia de impuestos aduaneros y se había recuperado parte de lo que el virrey anterior, Liniers, había perdido con una mala administración. Esta libertad aduanera facilitaba el libre comercio pero afectaba a los influyentes comerciantes españoles que vivían de las restricciones impuestas por el comercio monopolista, que les permitía llevar adelante una actividad muy lucrativa: el contrabando. Lo notable de esto son los apellidos de estos comerciantes españoles perjudicados, algunos de los cuales, todavía recorren la historia reciente: uno era Martín de Álzaga y el otro José Martínez de Hoz.
Ante esta situación, Cisneros priorizó ayudar a los sectores más conservadores y anuló el decreto de libre comercio. Esto trajo aparejado problemas con los comerciantes ingleses que imponían su condición de que Inglaterra era aliada a España en la lucha contra Napoleón. Cisneros dio entonces, cuatro meses de plazo para que los comerciantes ingleses terminaran con todos los negocios que tenían pendientes, ese plazo vencía el 19 de mayo de 1810.

Los problemas con el tráfico de mercaderías en el puerto de Buenos Aires, sumado a los problemas que tenía la monarquía española en manos de Napoleón, no hacía más que encender en varios de los hombres que después fueron protagonistas de los acontecimientos históricos, la idea de aprovechar el contexto para tomar en sus manos los destinos del territorio de lo que luego de muchos años será nuestro país.

Por esos días de 1810 la que hoy es Plaza de Mayo, por entonces La Plaza de la Victoria, era ganada por unos 600 hombres llamados la “Legión Infernal” armados con cuchillos y pistolas, al mando de Domingo French y Antonio Luis Beruti, que distaban bastante de ser aquellos amables señores que vestidos de elegantes frac y galera, entregaban a los que deambulaban por la plaza, cintas blancas y celestes, que nos enseñó la escuela primaria.

Frech y Beruti comandaban lo que sería una especie de fuerza de choque urbana, que se encargó de presionar a quienes estaban dentro del Cabildo y hacerles saber que si las autoridades españolas no cumplían con los pedidos “del pueblo”, las cosas se podían poner difíciles.

Como se podrá apreciar, 200 años después, ganar la Plaza de Mayo es todavía uno de los objetivos de los grupos que son comandados por los French y Beruti modernos.

En resumidas cuentas, como escribió Felipe Pigna, “la Semana de Mayo estuvo muy lejos de ser un apacible tránsito de vendedores ambulantes – los cuentapropistas y subocupados de la época- y damas antiguas, como se nos enseñó prolijamente en nuestras tiernas infancias. Estaban en juego muchos intereses, nacionales y extranjeros, y las pasiones, en algunos casos legítimas y en otros unidas directamente a los bolsillos”.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay y EL DIARIO de Gualeguay el 23 de mayo de 2010.





Enrique González Tuñón, figura significativa de la historia del periodismo argentino

A 67 años de su muerte


“Cuando yo muera no planten un sauce en mi tumba, planten una máquina de escribir”
(Enrique González Tuñón)



Enrique González Tuñón es uno de los nombres indefectiblemente ligado a la historia del periodismo y de la literatura argentina. Fue periodista, escritor y poeta. Hermano del mundialmente reconocido poeta Raúl González Tuñón. Su corta vida y la fama de este último quizás ha hecho olvidar, muchas veces, su reconocida labor en las letras.



Amigo de Roberto Arlt, su vida tiene muchos puntos en común con el autor de El juguete rabioso. Los dos tenían casi la misma edad, ejercieron el periodismo y pertenecían al mismo grupo literario –de Florida- aunque se los relaciona también con el grupo de Boedo por el contenido de sus obras. A Enrique González Tuñón, como a Roberto Arlt, le interesaba la vida en los arrabales de Buenos Aires donde abundaban los inmigrantes, las prostitutas y los malandras, acompañados por el ritmo del tango con letras escritas en lunfardo. Los dos fueron personajes de esa bohemia que se vivía en el Buenos Aires de entonces. Y existe algo más que los unió: una vida corta pero febril en lo literario. Los dos murieron a los 42 años; Arlt el 26 de julio de 1942 y González Tuñón el 9 de mayo de 1943.



El propio Arlt nombra a su amigo en el final de una de las mejores crónicas que se han escrito en el periodismo argentino; la del fusilamiento del anarquista Severino Di Giovanni titulada “He visto morir”: Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna de la Razón, Álvarez de Última hora, Enrique González Tuñón de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían (…)



Por esos años, compartían la actividad como periodistas de policiales y dejaban su impronta en las crónicas escritas con maestría, aportando una cuota innovadora en las páginas de los diarios a principios de la década del ’30.



Enrique González Tuñón, nació en Buenos Aires, en el barrio de Once, en 1901 y allí se crió, cuando la que hoy es Plaza Once era, en las palabras de su hermano Raúl, “un verdadero parque, boscoso, denso”. Desde chico fue un ávido y desordenado lector de Quevedo, Dickens, Gorki, Chéjov, entre otros.



Empezó en el periodismo en 1922 en el semanario El Noticiero, y al año comenzó a colaborar también en Caras y Caretas. A partir de 1924 y junto a Raúl comenzaron a participar en el grupo de Florida, también llamado movimiento Martinfierrista, colaborando con el periódico Martín Fierro y la revista Proa de Ricardo Güiraldes, donde escribía también el secretario privado de Güiraldes, Roberto Arlt.



En 1925 ingresó en Crítica, el legendario diario de Natalio Botana. Según César Tiempo “con la entrada de Enrique González Tuñón a Crítica la noticia conquistó la cuarta dimensión, el arrabal tomó posesión del centro; la prosa municipal y espesa de los gacetilleros se hizo luminosa y abigarrada; la metáfora tomó carta de ciudadanía en el mundo de la información, se empezó a escribir como Enrique, a jerarquizar lo popular, el tango, cuyo primer exegeta culto fue Enrique”
Seis años después, en 1931, pasó a Noticias Gráficas, y comenzó a colaborar en el suplemento literario de La Nación, algo que prestigiaba a quienes lograban llegar a escribir en el diario fundado por Bartolomé Mitre. Colabora además con El Mundo donde aparecen sus últimos trabajos literarios, sus poemas en prosa, algunos de los cuales integraron el libro La calle de los sueños perdidos.




Un hombre ha perdido un sueño y no lo puede encontrar.
Muchos seres perdieron un sueño. ¿Cuántos siguen el rastro del sueño perdido?
Un sueño puede perderse de día o de noche, a la hora indecisa de la madrugada, en la calle, en la casa, en un hotel, en una plaza, en un vagón de ferrocarril, en un barco. En cualquier lugar puede perderse un sueño como se pierde una llave.
¿Ha encontrado usted alguna vez una llave en la calle?
¿Ha encontrado un sueño perdido?
(¿De qué le vale una llave, un sueño, si no es su llave, su sueño?)
El mundo está lleno de sueños perdidos.
El honrado chofer devolvió la valija olvidada en su coche de alquiler.
El honrado transeúnte devolvió la cartera repleta de billetes.
Nadie, que yo sepa, ha devuelto un sueño.
Nadie.(…)

(La calle de los sueños perdidos)


Según su hermano Raúl, “más que un fin, el periodismo fue para él un medio, pero lo ejerció fervorosamente. Fue el cronista magistral de la ciudad. Él y yo conocíamos y amábamos todos sus barrios (…). Por sus calles anduvimos muchas veces con Nicolás Olivari, Roberto Arlt, Santiago Ganduglia, Carlos de la Púa (…)”



Enrique González Tuñón fue además guionista de cine en dos películas: Mañana me suicido, en 1942 y Pasión imposible en 1943. Escribió letras de tangos como Pa’l cambalache que fue grabado por Carlos Gardel en 1929, piezas teatrales y sainetes.


Su obra publicada está conformada por Tangos (1926), El alma de las cosas inanimadas (1927), La rueda del molino mal pintado (1928), Apología de un hombre santo (1930), Camas desde un peso y El Tirano (1932).



Los últimos años de su vida, debido a problemas en su salud y por recomendación médica, los pasó en la ciudad cordobesa de Cosquín, lugar donde lo visitaba Raúl que por esos años vivía en Chile. Raúl describió su último encuentro con su hermano; “lo hallé febril, agotado. Varias veces había vencido su mal, viajaba a la paz de su luminosa casa en Cosquín, al aire puro. Me pareció que estaba como apurando a la muerte. Le rogué que se cuidara, que no hiciera tonterías. No lo vi más. Recuerdo su mano espléndida dibujando un ademán náufrago en el vacío, y caer sobre el pecho como un pájaro herido”.



Un tiempo después, el 9 de mayo de 1943, Enrique González Tuñón murió en Cosquín, la ciudad que lo albergó en sus últimos momentos. En 22 años inmersos en el periodismo y la literatura supo dejar su impronta en uno y en otra. Muchos afirman que fue el más porteño de los cronistas de la época, el que mejor supo “pintar” el Buenos Aires de las décadas del ’20 y del ’30.


“No era un general, escribió Raúl González Tuñón, no era un primer ministro, pero era un artista, era un poeta, tenía la llave de la calle”.



Claudio Carraud


ccarraud@hotmail.com



Publicado en EL DIA de Gualeguay, EL DIARIO de Gualeguay, Análisis Digital, el 9 de mayo de 2010.


lunes, 3 de mayo de 2010

Amaro Villanueva, un cronista de la cultura popular argentina

La Editorial de la UNER presentó sus Obras completas


Una sola es en el fondo, amigo, la voz del canto, / pero hay que preparar las voces, todas la voces, para el que ha de florecer, / inclinados, como tú, un momento, sobre las gotas que suben / de la pura fuente del diálogo, y la ofrenda…
(“Para Amaro Villanueva”, Juan L. Ortiz)


El nombre de Amaro Villanueva -junto al de Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Juan José Manauta, Emma Barrandeguy, Alfredo Veiravé- enorgullece al ámbito de la cultura de Gualeguay.

La Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) acaba de editar “Amaro Villanueva. Obras completas” bajo la dirección del escritor Sergio Delgado y la coordinación de Guillermo Mondejar.

Esta obra, compuesta por tres volúmenes, fue presentada el viernes pasado en la Sala Julio Cortázar de la 36º Feria Internacional del Libro que se está realizando, por estos días, en el predio ferial de Buenos Aires de La Rural.

En este gran trabajo de la editorial de la UNER colaboraron -entre otros- Guillermo Alfieri, Pablo Ansolabehere, Federico Bibbó, Eduardo Broguet, Edgardo Dobry, Daniel García Helder, Héctor Izaguirre, Juan José Manauta y Claudia Rosa.

Amaro Villanueva fue periodista, escritor, poeta; con una enorme cualidad; la de saber observar, escuchar, investigar y registrar la mayoría de las cosas que pasaban a su alrededor. Era, sin dudas, un hombre interesado por la cultura, entendida como toda manifestación del hombre. Tanto es así que fue, junto a otros destacados exponentes de la cultura como José Gobello y Nicolás Olivari, fundador -el 21 de diciembre de 1962- de la Academia Porteña de Lunfardo en cuyo Boletín publicó diferentes trabajos y proyectó, entre otros libros, un diccionario lunfardo.

Según escribió Carlos Mastronardi, “en la obra de Amaro Villanueva coexisten de manera armónica las certeras conclusiones del indagador consciente y el sabor de lo autóctono, de las expresiones y formas que más arraigo tienen en el alma de nuestro pueblo, en el contexto social argentino. Preciso es recordar que el estudioso que esclarece y eslabona con justeza los hechos se aliaba en él a una intensa pasión que lo llevó a identificarse con el ámbito nacional y con las costumbres verbales de sus gentes. Innecesario es destacar que esa pasión, ese fuerte y abarcante sentimiento, engendró al erudito, y no al revés, como corresponde a toda rica naturaleza estética. El hombre versado y experto en todo lo que concierne a nuestra tierra fue la consecuencia natural de una sensibilidad vibrante y compleja, la que se acuña en libros que sin duda el porvenir recogerá con veneración".

Amaro Villanueva nació en Gualeguay el 13 de septiembre de 1900 y en esta ciudad vivió su infancia y juventud. En la Gualeguay de principios de siglo pasado y en medio del ámbito rural, un joven Villanueva comenzó a tomar nota de los matices del lenguaje popular y a introducirse en el oficio de periodista, pero además empezó su interés por la historia y la política. Por aquellos años se cimienta su amistad con Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi. Según el autor de “Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre…”, en esos tiempos nació, con Villanueva, “una vecindad que duró toda la vida”.

Villanueva se recibió de maestro en 1920 y dos años después viajó a Rosario para estudiar medicina, estudios que abandonó al poco tiempo para comenzar a trabajar en Vialidad Nacional. Con este trabajo comienza a ganarse la vida, y continúa -como siempre- observando, estudiando y registrando los hechos de la cultura popular.

Desde 1927 y por treinta años, Amaro Villanueva se radicó en Paraná. En la capital entrerriana participó de varios proyectos periodísticos como el diario Entre Ríos, en 1930 y 1931, donde trabajó como jefe de redacción. En 1930 comienza a publicar en El Diario de Paraná los Versos gauchipolíticos y dos años más tarde se incorpora a ese medio donde llega a dirigir su página literaria. Realiza también, algunos proyectos independientes como el semanario Comarca en 1937, y publica en ese mismo año su primer libro Versos para la oreja.

El periodismo pasa a ser su principal medio de vida y a partir de 1940 colabora también con el diario El Litoral de Santa Fe. Por esos años comienzan a aparecer sus crónicas, relatos y ensayos que serán la base de sus distintos libros, principalmente los de El arte de cebar en 1938 y Crítica y pico en 1945.

Participó, además, de la fundación del Círculo de Periodistas de Paraná y del grupo cultural “Vértice”, los dos a principios de la década del ’30.

Desde Paraná, Villanueva colaboró con varios medios de Buenos Aires como Crítica, La Nación, Nosotros y Columna, la revista que se publicó hasta 1942 y que dirigía el periodista y escritor César Tiempo.

En 1956 decide radicarse en Buenos Aires donde vivió hasta su muerte, en 1969. En esta ciudad desarrolla una notable actividad. En 1957 publica el ensayo Garibaldi en Entre Ríos y el libro de relatos La mano y otros cuentos. En 1960 se publica, corregida y ampliada, la segunda edición de uno de sus libros más conocidos: El arte de cebar, su libro central sobre el mate que será completado por El lenguaje del mate en 1967.

A mediados de la década del ’60 y fundada la Academia Porteña de Lunfardo, Villanueva continúa con su trabajo que había establecido con los lenguajes populares a través del mate y los gauchos. Sus estudios sobre el lunfardo -jerga porteña- no hacen más que reafirmar el interés del periodista y escritor por la cultura popular argentina.

Quienes han estudiado la obra de Villanueva sostienen que cada una de sus ciudades de residencia; Gualeguay, Paraná y Buenos Aires, acompaña las distintas etapas de su itinerario intelectual y establece una profunda dinámica entre el lenguaje y su lugar.

El escritor Juan José Manauta escribió, en oportunidad de la muerte de este hombre de la cultura: “No nos recuperaremos de esta muerte. Porque con ser importante, fundamental diría, y vasta en sus proyecciones la obra que Amaro Villanueva deja escrita, parte de ella inédita y buena parte no acabada, obra que hará necesario e ineludible su recuerdo, es la persona de Amaro, el ser humano incalculable, el amigo cotidiano y no solamente derecho, sino profundo, el que ahora perdemos, lo que más amábamos de él, lo que en definitiva nos desgarra".

Amaro Villanueva fue, como escribió José Aricó, “…un caso emblemático de esa marginalidad o “falta de éxito”, como en confianza le decía a algún amigo, de una franja de intelectuales democráticos y socialistas más bien excéntricos a una forma determinada de organización de la cultura. Desde su muerte, ocurrida el 5 de agosto de 1969, muy pocos lo han recordado.”

Por eso, rescatar la obra de este gualeyo, cronista de la cultura popular agentina, es un merecido homenaje realizado por la Editorial de la UNER.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com