viernes, 25 de junio de 2010

Las verdades de Mayo

La Semana de Mayo estuvo muy lejos de ser un apacible tránsito de vendedores ambulantes


Uno podría preguntarse con todo derecho: ¿la Revolución de Mayo fue un acto económico, un acto político, un acto militar? Y responderse: no, fue un acto escolar.
(Mitos de la historia argentina, Felipe Pigna)

Es difícil escaparle estos días al tema de la Revolución de Mayo porque no es menor el tema de cumplir nada más ni nada menos que 200 años. En ese sentido, deberíamos pensarnos privilegiados de ser testigos de un acontecimiento de tal magnitud. Y en una fecha como esta, tal como escribió Felipe Pigna en el principio de un capítulo dedicado a este acontecimiento en su libro Mitos de la historia argentina, para muchos de nosotros –y sin vergüenza me incluyo- la Revolución de Mayo fue, durante bastante tiempo, solo un acto escolar. Y fue así tal vez por el tipo de educación que recibimos en la escuela, donde los próceres son bustos de bronce o mármol que habitan los patios de edificios públicos y no seres humanos con emociones, miserias, aciertos y errores, como los de cualquier mortal.

Desde hace unos cuantos años a esta fecha, merced a los revisionistas históricos, muchos aprendimos y entendimos algunas cuestiones que hasta hace poco tiempo era un terreno vedado para el común de la gente. Y es bueno que sepamos “secretos” de la historia argentina que no nos contaron en la escuela, quizás de esa forma podamos entender y comprender algunas de las cosas que nos pasan como argentinos.

Más allá de lo que la Historia –así con mayúsculas- nos cuenta de la Revolución de Mayo, hay cosas que llaman la atención. Antes que nada es necesario entender que la revolución que tuvo lugar en Buenos Aires hace doscientos años; solo en Buenos Aires. No fue una revolución de todo el entonces Virreinato del Río de la Plata, ni mucho menos, sino una revolución armada por unos cuantos miles de hombres que habitaban el Buenos Aires colonial, algunos de los cuales tendrían sentimientos patrióticos verdaderos y muchos de ellos intereses económicos que tenían que ver con el movimiento comercial del puerto.

Quiero significar con esto que detrás de la utopía de la libertad de un país americano nuevo, había un innegable interés económico de por medio.

En ese Buenos Aires colonial de 1810, donde los habitantes gustaban dormir largas siestas –ya que no había mucho para hacer- preparándose para las tertulias nocturnas en las casas de las acaudaladas familias como la de Don Tomás O’Gorman y su esposa Ana Perichón, solía concurrir el virrey Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, caballero de la Orden de Carlos III, nacido en Cartagena en 1755. Cisneros era un destacado marino que, como vicealmirante de la armada española, había peleado valientemente en el combate de Trafalgar. Con su desempeño se había ganado el reconocimiento de los propios ingleses y el ascenso a teniente general de la Real Armada Española. Es decir que Don Baltasar, de 55 años, no era precisamente la imagen amanerada con peluca blanca que uno puede imaginarse, sino un hombre de armar llevar y experimentado a la hora de batallar.

A principios de 1810, a Cisneros se le planteaba un dilema puramente económico pero con repercusiones políticas. Con la apertura del puerto el comercio había dejado a las arcas virreinales unas muy interesantes ganancias en materia de impuestos aduaneros y se había recuperado parte de lo que el virrey anterior, Liniers, había perdido con una mala administración. Esta libertad aduanera facilitaba el libre comercio pero afectaba a los influyentes comerciantes españoles que vivían de las restricciones impuestas por el comercio monopolista, que les permitía llevar adelante una actividad muy lucrativa: el contrabando. Lo notable de esto son los apellidos de estos comerciantes españoles perjudicados, algunos de los cuales, todavía recorren la historia reciente: uno era Martín de Álzaga y el otro José Martínez de Hoz.
Ante esta situación, Cisneros priorizó ayudar a los sectores más conservadores y anuló el decreto de libre comercio. Esto trajo aparejado problemas con los comerciantes ingleses que imponían su condición de que Inglaterra era aliada a España en la lucha contra Napoleón. Cisneros dio entonces, cuatro meses de plazo para que los comerciantes ingleses terminaran con todos los negocios que tenían pendientes, ese plazo vencía el 19 de mayo de 1810.

Los problemas con el tráfico de mercaderías en el puerto de Buenos Aires, sumado a los problemas que tenía la monarquía española en manos de Napoleón, no hacía más que encender en varios de los hombres que después fueron protagonistas de los acontecimientos históricos, la idea de aprovechar el contexto para tomar en sus manos los destinos del territorio de lo que luego de muchos años será nuestro país.

Por esos días de 1810 la que hoy es Plaza de Mayo, por entonces La Plaza de la Victoria, era ganada por unos 600 hombres llamados la “Legión Infernal” armados con cuchillos y pistolas, al mando de Domingo French y Antonio Luis Beruti, que distaban bastante de ser aquellos amables señores que vestidos de elegantes frac y galera, entregaban a los que deambulaban por la plaza, cintas blancas y celestes, que nos enseñó la escuela primaria.

Frech y Beruti comandaban lo que sería una especie de fuerza de choque urbana, que se encargó de presionar a quienes estaban dentro del Cabildo y hacerles saber que si las autoridades españolas no cumplían con los pedidos “del pueblo”, las cosas se podían poner difíciles.

Como se podrá apreciar, 200 años después, ganar la Plaza de Mayo es todavía uno de los objetivos de los grupos que son comandados por los French y Beruti modernos.

En resumidas cuentas, como escribió Felipe Pigna, “la Semana de Mayo estuvo muy lejos de ser un apacible tránsito de vendedores ambulantes – los cuentapropistas y subocupados de la época- y damas antiguas, como se nos enseñó prolijamente en nuestras tiernas infancias. Estaban en juego muchos intereses, nacionales y extranjeros, y las pasiones, en algunos casos legítimas y en otros unidas directamente a los bolsillos”.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

Publicado en El Día de Gualeguay y EL DIARIO de Gualeguay el 23 de mayo de 2010.





No hay comentarios: