viernes, 13 de marzo de 2009

Arnaldo Calveyra hace de la poesía una riesgosa aventura

Así lo definió Carlos Mastronardi en 1959


Considerado uno de los poetas argentinos más relevantes en la actualidad, reside en Francia desde 1960 hacia donde fue, becado, con el objetivo de escribir una tesis sobre los trovadores provenzales y se quedó a vivir en París. ¿Definitivamente? “Definitivamente es una palabra que no entra ni entró nunca en mi vocabulario, sostiene Calveyra, todo y cada cosa siguen abiertos a las contingencias, azares y cosas buenas o menos malas que nos puedan suceder”.

Estando en Francia conoció a Julio Cortázar con quien cultivó una estrecha amistad. “Lo conocí en el año 1960, él asistió a una lectura de poemas donde yo leí, entre otros, el texto sobre la rayuela de Cartas para que la alegría, cosa que lo impresionó mucho pues él estaba terminando en ese momento Rayuela, este fue nuestro primer encuentro de la serie de azares que fueron nuestros encuentros y nuestra amistad. Amigo perfecto, amigo siempre presente fuera cual fuera la circunstancia”.

La editorial Adriana Hidalgo editora, publicó a fines del año pasado el libro Poesía reunida donde consta la obra poética de Calveyra. El libro incluye: Cartas para que la alegría (1959), Iguana, iguana (1985), Diario del fumigador de guardia (2002), El hombre del Luxemburgo (1997), Apuntes para una reencarnación (2002) , Libro de las mariposas (1962), Maizal del gregoriano (2005), Diario de Eleusis (2006).

Este poeta, novelista, cuentista y dramaturgo, siempre ha escrito en castellano, pero muchas de sus obras fueron traducidas y publicadas primero en francés.

Arnaldo Calveyra nació en Gobernador Mansilla, departamento Rosario del Tala, el 23 de febrero de 1929. “Nací en el campo, a unos siete kilómetros de Mansilla, casi al lado de mi casa, paraísos de por medio, quedaba el camino que llevaba y lleva -sólo que bastante modificado- a Rosario del Tala. De ahí que no tenga sino escasos recuerdos del poblado en mis primeros años, sino es el de haber ido alguna vez con mi padre a ver un circo que pasaba por el pueblo, puesto que, como te digo, me crié en el campo. El paraje se llamaba chacras de Mansilla. A los 9 años, de la escuela del campo que era a la vez mi casa, donde vivía con mis padres, hermanas y hermanos, pasé a la escuela del pueblo donde terminé la escuela primaria, porque en la escuela del campo sólo había los primeros grados. Ese cambio de vida, del campo al pueblo no pasó sin penas, no entendía porqué tenía que abandonar un paraíso, así fuera por pocas horas”.

- ¿Qué recuerdos tiene de esos años?
- De esa época tengo recuerdos pueblerinos y en particular de mi vida como alumno de la escuela Nº 8, fueron cuatro años intensos en que, pese a que tuve que viajar diariamente desde mi casa hasta el pueblo, esas horas me permitieron llegar a conocer cada casa, cada nombre, calle y apellido de cada mansillense que con seguridad, por serme gratos, recuerdo hasta hoy. En mis libros he querido dar una idea del esplendor de la vida en el campo por aquellos años.

- ¿Cómo era la relación con su madre?
- Mi madre, que era maestra y que venía de Concepción del Uruguay adonde había nacido, me enseñó a leer en un libro de esa época, de primer grado inferior. Se llamaba Pininos, escrito por el maestro Pablo A. Pizzurno, razón de más, para mantener con ella una relación privilegiada que duró hasta el final de su vida.

- Cuando ella murió, usted escribió Libro de las mariposas…
- Tenés razón, a su muerte en 1962, yo pasé unos días en la abadía de Solesmes donde escribí ese libro que mencionas, Libro de las mariposas.

En ese libro, Calveyra escribió:

No me has encontrado, me anduve empapando de rocío. Temprano irisado.
Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto.
Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.

Cuando termina la escuela primaria, Calveyra ingresa en el Colegio Superior de Concepción del Uruguay “Justo José de Urquiza” y en 1950 empieza a cursar la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata. Por esos años comienza a trabajar los fines de semana como fumigador en los muelles de Ensenada, y es ahí donde escribe Diario del fumigador de guardia, libro de poemas que publicará, por primera vez en Argentina, la editorial Vox de Bahía Blanca en el año 2002.

Para 1959, cuando viaja por primera vez a Francia, Arnaldo Calveyra ya había publicado su libro Cartas para que la alegría y la obra de teatro El diputado está triste. Si bien ha escrito cuentos, obras de teatro y ensayos, la poesía es la que lo ha llevado a trascender.

Cuando se publica Cartas para que la alegría, Carlos Mastronardi escribe en la revista Sur Nº 261 de noviembre de 1959: "El movimiento poético que recorre este libro singular, donde Calveyra intenta un osado experimento estilístico, aparece regido por una suerte de música que viene de su infancia y a cuyo ritmo se muestra dócil. Las páginas de ’Cartas para que la alegría’ exhuman remotos hechos y borrosos estados de ánimo. Un lenguaje de tono parejo y homogéneo nos permite acceder a esas sustancias volátiles”.

Calveyra, siempre ha llevado consigo su tierra y el paisaje; su lugar. Su obra tiene raíces profundas en Entre Ríos.

En Cartas para que la alegría escribió:

El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de "aquí van a suceder cosas", y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua.
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.

- ¿Cómo ha vivido el desarraigo?
- Cuando tuve que irme a Concepción del Uruguay para iniciar el bachillerato, sentí el mismo arrancón que cuando pasé de la escuela del campo a la del pueblo. Y también algo semejante, pero de algún modo diferente porque ya tenía dieciocho años, al irme a La Plata a seguir la facultad de Letras. Por suerte, en Buenos Aires estaba Carlos Mastronardi.

- ¿Cuándo conoció a Mastronardi?
- En 1949 en un viaje a Concepción del Uruguay con motivo del centenario del Colegio Nacional. Fui a saludarlo y le pedí que me ayudara a escribir poemas; él accedió; desde entonces lo visité los fines de semana durante los siguientes diez años en su casa de Buenos Aires. Con él era la calma del diálogo, el dejaba que las cosas se organizaran en la mente de uno, adquirieran su color, tampoco él tenía apuro, le debo, simplemente, haberme conectado -con semejante generosidad- con la gran poesía.

- ¿Qué cosas aprendió de él?
- El aprendizaje de la lectura al que perpetuamente me convidaba, con él aprendí a concentrarme en una página, en un poema que leíamos, y, simplificando mucho, puedo decirte que me enseñó la atención, me enseñó a estar atento, a concentrarme. A propósito de concentración, qué bueno sería escribir un cuento o algo por el estilo con tres personajes, por ejemplo, en lo posible poetas, no sé por qué me parece que los poetas son los que más tienen que ver con esto de la concentración, que “cuenten” la manera que tiene cada uno de ellos, siempre tres, de ponerse en situación, sería tal vez y de paso, una buena manera de dilucidar el misterio de los heterónimos de Pessoa* y también de los sueños porque, ¡cuántas veces en un sueño nos vemos confrontados a noticias, mapas, conocimientos, lenguas, realidades, irrealidades que ignorábamos en toda la línea del alambrado!. Por eso, vista de aquí y de ahora, la poesía, escribir un poema, sigue representando una posibilidad única de concentración, pero claro, por los caminos que vos te has ido forjando a través de los años en busca de esa concentración o incandescencia, está lejos de ser una concentración “a pedido”, un tema con seguridad incomunicable, sí; ha de pertenecer a las cosas incomunicables. Habría, con todo, que intentar escribir sobre ese movimiento que te lleva al poema. Petición de concentración.

- La escritora Inés Fernández Moreno me dijo, una vez, que la poesía es el lugar donde se condensa la literatura…
- Estoy completamente de acuerdo, la poesía ha de ser el lugar donde se condensa la literatura, y agrego: es el lugar desde donde una lengua se piensa…



* N de A: La poesía de Fernando Pessoa se fundamenta en el juego de personalidades que crea a través de los heterónimos, poetas inventados por él con personalidad y sensibilidad propia, creadores de diferentes mundos poéticos. Los principales heterónimos de Pessoa son Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Foto: gentileza Héctor Rio

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