sábado, 25 de octubre de 2008

“La radio es el medio en el que me desenvuelvo más libre y suelto”

Entrevista al locutor y periodista Quique Pesoa
Quique Pesoa (58) vive hace cuatro años en San Marcos Sierras, un pueblito serrano al noroeste de la provincia de Córdoba, junto a su esposa Leda y su hijas Mercedes (15) y Catalina (8). “San Marcos no está de paso para ningún sitio, tenés que desviarte diez kilómetros de la ruta 38, entre Capilla y Cruz del Eje. Mucha gente se ha venido para estos lares últimamente, creo que demasiada. Mientras no aparezca algún salame a querer pavimento, luz de mercurio, cajero Banelco, estación de servicio y shopping, estaremos más o menos bien”.

- ¿Cómo es la gente del pueblo?
- Este pueblo es una especie de babel cultural. En los años ‘20 llegaron los naturistas, en los ‘60 los hippies que no se iban a El Bolsón, luego los Krishnamurtianos, los Saibaba y tantos otros. Por fin nosotros, los expulsados de las ciudades después del 2001. Te imaginarás que es imposible ponerse de acuerdo en nada.

Desde San Marcos, Pesoa transmite todos los domingos de 11 a 14 hs. su programa El Desconcierto del Domingo. “Armé mi estudio aquí pegadito a mi casa. Recibí una oferta de Radio Nacional Córdoba para hacer un programa semanal. Hace unos tres años apareció la banda ancha por estos pagos, así que comencé a usarla como medio de enlace con Córdoba capital. Y El Desconcierto del Domingo se escucha en toda la provincia vía LRA 7 AM. Fue pasando el tiempo y varias emisoras pidieron transmitir también el programa. En este momento hay más de treinta que reproducen el programa, en directo o en diferido. La bajada es libre y gratuita. Este es un nuevo medio de comunicación cuyo fundamento es la gratuidad. Seguramente este rasgo hará que los Vila, Manzano, Eurnekian y compañía se mantengan alejados y nosotros a salvo de sus peligrosas mordeduras”.

Quique Pesoa comenzó a trabajar en radio en 1970 en LT2 de Rosario, su ciudad natal. “Trabajé varios años en Rosario hasta que, movido por constantes disputas con los propietarios de los medios, me fui a buscar suerte a Buenos Aires y me fue bien”.

- ¿Te sentís un tipo del interior?
- Siempre fui un tipo del interior. Cuando vivía y trabajaba en Rosario, miraba a Buenos Aires con ojos de chacarero deslumbrado. Luego fui a vivir y a trabajar a esa ciudad que puede ser despiadada o maravillosamente hermosa. Allí lo pasé muy bien. Esos casi veinte años fueron de mucha producción y desafíos.

- ¿Extrañás algo de Buenos Aires o de Rosario, tu ciudad natal?
- No extraño absolutamente nada de Buenos Aires. De Rosario tampoco. Algunos me preguntan ¿encontraste tu lugar en el mundo?... no lo sé. Por ahora y aquí, estamos bien. Mañana veremos. Nada es para siempre.

- Cómo se dio esto de irte a vivir a San Marcos?
- A este pueblo venimos a veranear desde hace más de 25 años. Lo conocimos por una etiqueta de un frasco de miel. Hace 18 que nos hicimos una casa grande. Debo reconocer que en Buenos Aires no llegamos a estar mal. Nos fuimos cuando intuimos que la cosa se iba a ir poniendo más espesa, especialmente en materia de medios donde laburar con cierta soltura. Así que durante el 2003, último año de un programa que duró tres y se llamó En la vereda por radio Municipal gestión (Juan Alberto) Badía, fuimos cerrando puertitas prolijamente, vendimos nuestra casa, cochera y otro departamento donde funcionaba el estudio de grabación. Cuando llegamos, en enero de 2004, compramos los terrenos circundantes con la idea de construir una hostería. Primero estuvimos seis meses tomando mate y mirando las sierras, admirados del cambio de vida, de no tener que levantarte temprano, bañarte y leer los diarios para ir a la radio. Lo disfrutamos mucho. Las chicas empezaron sus escuelas y nosotros, después de tanto mate, decidimos ponernos en marcha y en el transcurso de un año y medio se levantó la hostería que está funcionando ya desde hace tres años. Se llama La Merced y es hermosísima.

- ¿Por qué decidiste no hacer más el programa en radio Municipal?
- El programa que hacíamos duró tres años. Para un programa diario está bien como extensión en el tiempo. Creo que uno no debe eternizarse en un medio, en un horario fijo. Me da la sensación de claustrofobia. Siempre me gustaron los cambios. Son revitalizadores. Después de tres años, todos los días, cuatro o cinco horas, comenzás a escucharte decir las mismas cosas repetidas una y otra vez. Listo. Es hora de levantar el culo del sillón y buscar otros horizontes.

-¿Te considerás un rebelde de los medios?
- Quizás sea esta característica la que me rotule como rebelde. Por otra parte no soy de negociar demasiado nada. Recuerdo algunas discusiones feroces con el director de Radio Rivadavia, en las que yo terminaba gritándole: está bien, hacé vos el programa... cuando no me necesiten más en esta radio, hago mi bolso y me voy a casa. Así y todo, él parecía ser uno de esos tipos que respetan más al que los enfrenta que al genuflexo. Estuve tres años en el horario que había dejado Antonio Carrizo cuando decidió irse. Tengo la certeza de que lo que más genera esta cuestión de supuesta rebeldía, es mi forma de expresión. Esto de pensar las cosas en voz alta, ir y venir dialécticamente con la imaginación. Decir y desdecir... Pienso que este sistema es mas honesto con el oyente, más genuino.

- Sos un hombre de radio pero trabajaste también en televisión…
- Hice poco en televisión. Es un medio en el que tenés la sensación es estar actuando permanentemente. La única condición que me impuse para trabajar en ese medio, fue hacer algo que no me hiciese poner colorado. Algo que pudiese sentarme a ver con mis hijas, sintiéndome orgulloso de ese trabajo. Quizás por eso hice tan poco. Lo que hice, me gustó. Obviamente la radio es el medio en el que me desenvuelvo más libre y suelto. Creo que tiene menos condicionamientos. Desde el punto de vista de los empresarios, produce menos dinero que otros medios y eso, creo que es lo que la mantiene a salvo de tanta dentellada.

- Una vez dijiste que los medios de Buenos Aires son los que instalan los temas y hablaste de monopolización de los medios...
- Uno de los tantos motivos del alejamiento de Buenos Aires, fue percibir la generación de un pensamiento único en casi todos los medios. El crecimiento desmesurado del poder del multimedio Clarín, fijando los contenidos y la agenda del día del resto de los canales, radios y diarios, me hizo tomar conciencia del peligro de esta situación. No como trabajador, sino como simple ciudadano sometido a los designios de esta corporación. Veinticinco años de democracia de baja intensidad no lograron cambiar este statu quo. 300 diputados y 150 senadores no pudieron con los intereses de los medios. El único artículo que se reformó, fue el 45, que le impedía a Clarín tener otros medios de comunicación. Me duele reconocer que esa ley, firmada por la dictadura, tenía un artículo antimonopólico y que la supuesta democracia lo reformó para que el grupo Clarín se apoderase de la comunicación en este país.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

lunes, 20 de octubre de 2008

"No entendimos los mensajes que Perón nos iba marcando"

Entrevista al ex líder montonero Dante Gullo


Juan Carlos Dante Gullo es licenciado en Sociología y diputado nacional por el Frente para la Victoria. Nació el 8 de junio de 1947 y es padre de cuatro hijos: Juan Ernesto, Emiliano, Carlos y Salvador.
Militante político desde que tenía quince años, cuando comenzó trabajando en grupos de solidaridad en villas y barrios obreros llegó a ser uno de los máximos dirigentes de la Juventud Peronista ( JP) en los años ’70.
“El Canca”, sobrenombre que lleva desde la época de militancia en la organización Montoneros fue uno de los responsables de la campaña “Luche y Vuelve” que culminó con el retorno al país de Juan Domingo Perón el 17 de noviembre de 1972, después de casi 18 años de exilio.
En abril de 1975 es detenido y permanece preso por más de 8 años, hasta el advenimiento de la democracia en 1983. Al poco tiempo de estar preso, su madre, Ángela Aieta de Gullo es detenida y desaparecida junto a uno de los hermanos de Dante, Salvador.
Por estos días, a partir de la aparición del libro Operación Traviata del periodista Ceferino Reato sobre el asesinato del líder sindical José Ignacio Rucci, su nombre y sus declaraciones han circulado por los medios, ya que el “Canca” Gullo ha sido uno de los protagonistas de esos años turbulentos en nuestro país.
Sobre el libro Operación Traviata, Gullo sostiene: “ojalá que haya muchas plumas y muchos libros que signifiquen no solo revisar nuestro pasado reciente, sino además hacer de la historia un estudio, una reflexión y obviamente un aprendizaje constante. En este caso, tanto la familia de José Ignacio Rucci como muchos dirigentes gremiales, tienen todas las prerrogativas y las posibilidades no solo de ir a la justicia sino de reivindicar la figura de José Ignacio Rucci. Hay dos palabras, verdad y justicia que son un patrimonio de toda la sociedad”

- En esta época existe una revisión de los años ’70, ¿lo ve positivo?
- Sí, yo creo que todo lo que sea apertura hacia lo que es revisar no solo los ’70, todo el peronismo y no solo el peronismo, todo el marco de problemática con tradiciones políticas, sociales y económicas de nuestra sociedad es positivo.

- ¿Cómo fue ese 25 de septiembre de 1973, el día del asesinato de Rucci?
- Ese día yo iba a reunirme nada más ni nada menos que con el general Juan Domingo Perón, después de dos días de un triunfo tan determinante como el que habíamos vivido el domingo, era un martes. Estoy en un jardín de invierno que era una casa detrás de lo que era la originaria de Gaspar Campos, (en Vicente López, provincia de Buenos Aires) estoy con Isabel y en un momento determinado aparece el jefe de la custodia Juan Esquer y anuncia que algo había pasado. Isabel se conmovió, se levantó, un pocillo se cae, grita ¿qué pasó?... el general (pensando que le había sucedido algo a Perón) Esquer dice: no… hubo un atentado, todavía no sabemos nada, pero parece que es una situación grave. Bueno, cuando yo salgo de Gaspar Campos ahí intercambio algunas palabras con el General y yo me voy con la convicción y el análisis de que el atentado había sido de la CIA, que era una provocación. Decir esto en esos momentos no era una cosa estúpida porque además veníamos de una semana donde se había generado y provocado el golpe de Chile y obviamente el asesinato de Salvador Allende, estábamos todos además muy hipersensibilizados con esto.

- Muchos dirigentes montoneros sostienen, hoy día, que fue una gran equivocación el asesinato de Rucci. ¿Hubo dirigentes que pensaron lo mismo, inmediatamente después del atentado?
- No, porque el contexto post atentado a Rucci era que, primero la organización no se hizo nunca cargo, después había versiones de distinto tipo y se vivió toda una suerte de convulsión donde nadie sabía quién era quién o quién había sido, no era vox populi.

- Después de la muerte de Perón, usted y otros dirigentes montoneros se reunieron con Ricardo Balbín, ¿cómo sucedió?
- La búsqueda de mantener un gran espacio que le de sustento -en ese momento- a la democracia era una búsqueda permanente, nosotros lo hacíamos. Yo incluso, muerto Perón hice declaraciones que decían: “ante la grave situación que nos encontramos yo creo que Balbín tendría que ser una suerte de Primer Ministro”. Digo una suerte porque la figura de Primer Ministro no estaba reflejada en nuestras normas constitucionales. El día 3 de julio yo provoco que se reúnan (Mario) Firmenich y el doctor Balbín. Yo no estoy en la reunión, porque Balbín me dijo “vení, quedate” y le digo “no doctor, porque yo con usted hablo, hablen ustedes”.

- ¿Cómo evalúa la participación de Firmenich, dentro de la organización Montoneros, en esos momentos tan convulsionados de la década del ’70?
- Yo creo que tanto la organización Montoneros y la conducción, como otros actores importantes, en esos momentos, estaban sobrepasados y ya estábamos en tiempo de descuento. Había que edificar una democracia sustentada, con capacidad de generar un amplio frente, con capacidad de darle posibilidad a canales de participación y protagonismo del pueblo, pero no era una tarea fácil. Porque además el mundo cambiaba, sobre todo el contexto latinoamericano, se estaba aplicando la doctrina de seguridad nacional, esto yo lo había hablado con Perón antes de su muerte, el mundo cambiaba. Perón veía que más allá de que Mao decía que “el Imperialismo era un tigre de papel” y más allá de lo que era la guerra en Vietnam, acá se estaba provocando una nueva situación económica en el mundo producto de los petrodólares, que iba a generar un nuevo ciclo de dominación basado en el poder económico-financiero y de los grandes centros mundiales.

- Viéndolo a la distancia tantos años después, ¿cómo evalúa la actuación de Montoneros?
- Yo creo que nosotros no entendimos los mensajes que Perón iba marcando. Perón en un determinado momento post 11 de marzo (de 1973, día que gana las elecciones presidenciales Héctor Cámpora) lanza que había llegado el momento de transmutar la fuerza generadora de violencia en fuerza generadora de reconstrucción, trabajo y paz. Y nos tendríamos que haber abocado todos a eso.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

domingo, 12 de octubre de 2008

"A Rucci lo mató un comando montonero"

Ceferino Reato es periodista y licenciado en Ciencias Políticas. Es autor del libro Operación Traviata, una investigación periodística sobre el asesinato del líder sindical José Ignacio Rucci, ocurrido el 25 de septiembre de 1973. Este es su tercer libro; los anteriores son El gran botín, el negocio de gobernar en la Capital (Sudamericana, 1996) y Lula, la izquierda al diván (Catálogos, 2006).
Operación Traviata, editado por Sudamericana, se lanzó el 1 de septiembre y es un éxito editorial con más de 35 mil ejemplares vendidos.
Reato nació en Crespo el 10 de octubre de 1961, es casado y tiene una hija de tres años y medio. En marzo de 1980 viajó a Buenos Aires con el objetivo de estudiar y trabajar. “Pero voy siempre a Crespo que sigue siendo mi ciudad y donde tengo mis parientes. Cada vez que cruzo el puente, siento que entro a mi tierra. Estoy muy orgulloso de mi entrerrianía”. Sobre sus recuerdos de los años ’70, una época muy convulsionada de nuestro país, Ceferino afirma que son “muy pocos, vivía en Crespo, a 40 kilómetros de Paraná. Del atentado contra Rucci no me acuerdo absolutamente nada. Tenía 11 años. Sí me acuerdo del retorno definitivo de Perón, pero no mucho: la televisión era en blanco y negro y las transmisiones llegaban muy mal a la ciudad donde vivía. Me interesaban otras cosas: el fútbol, la escuela...”
Ceferino Reato comenzó en el periodismo como redactor de Política Nacional en el diario Clarín entre 1991 y 1997. Trabajó como asesor de prensa en la embajada argentina ante El Vaticano y en la agencia de noticias ANSA. Actualmente es periodista en el diario Perfil.
- ¿Qué te motivó a escribir sobre el asesinato de José Ignacio Rucci?
- Viví cuatro años en Brasil, entre 2001 y 2005, trabajando como corresponsal para la agencia internacional de noticias ANSA. Volví en julio de 2005 y comencé a trabajar en el periódico Perfil. Quería hacer un libro sobre algún hecho histórico pero que también me sirviera para recuperar un poco lo que había perdido al vivir fuera del país. Estaba muy en auge la revisión de los 70, impulsada por el gobierno de Néstor Kirchner, que se postulaba como el heredero de los jóvenes de aquella generación. Elegí un tema fuerte, el asesinato del ex líder de la CGT y hombre de confianza de Juan Perón, sobre el que no se había escrito casi nada. Me pareció muy interesante; tenía que parecerme interesante porque de otra manera no lo habría escrito ya que recién conseguí editorial luego de que lo terminé. Es decir, no contaba con editorial ni con el dinero de anticipo que usualmente se paga y que sirve como aliciente para encarar y terminar un libro de estas características.
- ¿Cuánto tiempo te llevó la investigación y la escritura del libro?
- Comencé las entrevistas en diciembre de 2006. Para junio de 2007, ya las había finalizado, en buena parte. El 14 de junio de 2007 comencé a escribirlo y me llevó cuatro meses de escritura. Recién en febrero de este año firmé contrato con la editorial Sudamericana.
- ¿Con qué dificultades te encontraste en la etapa de investigación?
- Algunos encumbrados personajes del kirchnerismo, como el diputado Carlos Kunkel, no quisieron recibirme. Pero, otros sí lo hicieron. Encontré también mucha predisposición de ex montoneros que no participan de este gobierno y quienes no estaban contentos con esta visión edulcorada que impulsa el gobierno nacional sobre Montoneros y otras organizaciones político militares.
- ¿Según tu investigación los responsables del asesinato de Rucci fue la organización Montoneros?
- Según mi investigación, fue un comando montonero el que mató a Rucci. La Triple A no tuvo nada que ver porque recién comenzó sus nefastas actividades dos meses después, el 21 de noviembre de 1973, con el atentado contra el senador radical Solari Irigoyen.
- ¿La intención fue una demostración de fuerza hacia Perón o tuvo otro trasfondo?
- Fue una demostración de fuerza hacia Perón, un mensaje político del tipo: "Sin nosotros no vas a poder gobernar". Montoneros veía que Perón se les estaba corriendo hacia la derecha y quisieron apretarlo. También fue para calmar la irritación de sus bases por la matanza en Ezeiza, el 20 de junio de 1973.
- ¿Los responsables del asesinato fue Montoneros como organización ó un grupo perteneciente a Montoneros con autonomía propia?
- Creo, según los indicios recogidos, que el atentado fue realizado con al menos el conocimiento de la nueva cúpula de Montoneros, que para la fecha había completado su fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Pero, la cúpula nunca reconoció la autoría del atentado. En realidad, según mis fuentes, nunca pensaron en hacerlo porque pensaban que, si lo hacían, a Perón no lo quedaría otra jugada que aplastarlos. Y ellos querían que este atentado les reabriera las puertas a una negociación con Perón.
- ¿Esperabas que tu libro tuviera la repercusión que ha tenido y sirviera como disparador para abrir un debate en los medios y en la sociedad sobre la historia tan convulsionada de los '70?
- No, no lo esperaba. Me sorprendió: se ve que era algo que estaba en el aire. Al terminar el libro, me di cuenta de que era bueno; quedé satisfecho, pero nunca esperé esta repercusión. Es algo que me excede porque los libros son así: una vez publicados, se te escapan, y cada persona o cada sector pasa a darle la interpretación o el uso que crea conveniente. En ese uso, vuelve a interpretarlos, a veces más allá de las intenciones del autor. Pero, eso no es algo que me preocupe mucho. Los libros son así y es bueno que lo sean.
- ¿Creés que es positivo un debate en la sociedad sobre los hechos ocurridos en los años '70?
- Sí, claro. Si la gente se involucra es porque es bueno. Los debates siempre son útiles, cuando son realizados con altura y respetando la legitimidad de cada persona o de cada grupo para intervenir en ellos.
- La familia de Rucci te propuso como testigo porque creen que hay cosas muy importantes que vos podés aportar a la causa…
- Declaré el jueves 2 de octubre durante casi tres horas. Creo que no aporté mucho porque todos los datos que tenía los incluí en el libro. Mi único interés ha sido estrictamente periodístico: la verdad o acercarme lo máximo posible a la verdad sobre un hecho ocurrido hace 35 años. Hice un uso moderado de fuentes anónimas, cuando comprendí que, de otro modo, la gente, y los hijos de Rucci en primer lugar, nunca llegarían a saber quiénes, cómo y por qué lo habían matado. Son fuentes que tuvieron una participación en el operativo y que pidieron permanecer en el anonimato. Frente al juez Ariel Lijo me amparé en el secreto periodístico, que está protegido incluso en la Constitución.
- ¿Te gusta trabajar en periodismo de investigación? ¿Es difícil hacer periodismo de investigación en nuestro país?
- Creo que todo buen periodismo es siempre periodismo de investigación: una simple crónica es periodismo de investigación. No hay que hacerla muy complicada. En Argentina, creo que es fácil hacer periodismo de investigación. Sólo hay que decidir primero si uno quiere ser periodista o quiere utilizar el rol de periodismo para hacer otras cosas como, por ejemplo, defender una idea política o una posición política. Cuando uno quiere defender una posición política o una idea política, lo mejor es dedicarse a la política, que es una profesión muy noble. Pero, el periodismo es otra cosa: es pensar sólo en que el lector, el oyente o el televidente merece y necesita la información más completa y verídica.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

sábado, 4 de octubre de 2008

Relato de un recién llegado

“Durante toda mi vida me he esforzado por aceptar, sin intentar comprenderlas, las imágenes compulsivas que se me presentaban”.(Luis Buñuel)


Llegué a Buenos Aires desde Gualeguay en febrero del ‘85. El viaje había sido largo, doce horas en total. Era un viaje que en esa época no llevaba más de cuatro pero nosotros -un amigo y yo- habíamos decidido hacerlo a dedo para ahorrarnos el pasaje. Al llegar a Zárate, luego de ocho horas de trajín, ya nos habíamos arrepentido y decidimos hacer el último tramo hasta Retiro en tren y de ahí en subte hasta la pensión de Constitución, la que sería nuestro hogar en los próximos meses.
Cuando llegamos lo primero que hice fue darme un baño para refrescarme. Había tragado demasiada tierra durante el viaje, tenía los labios resecos y los ojos completamente irritados por el sol del verano. Estaba realmente cansado después de viajar en un camión con ovejas, en la caja de una camioneta destartalada, en el vagón sucio de un tren y en el caluroso subterráneo de la línea C que une Retiro-Constitución. Aunque cansado, me sentía bien de estar en mi nuevo lugar, con muchas expectativas y el desafío de poder adaptarme y mantenerme en la gran ciudad, para lo que era una condición elemental conseguir trabajo para costearme los gastos y poder estudiar.
La pensión estaba en la avenida San Juan casi llegando a Lima. Era un departamento amplio en la planta baja de un edificio antiguo de los años 30. La dueña era una mujer sesentona, de pelo corto, rubio oxigenado, excedida en peso y bastante antipática, que –según nos enteramos unos días más tarde- tenía amoríos con un muchachito joven. Ella ocupaba la primera habitación de la casa, la única con ventana a la avenida. A nosotros nos tocaba la segunda, dando la vuelta a la izquierda por el pasillo oscuro que servía de hall de entrada. Era bastante amplia, con el techo alto como se hacían las casas de antes, las paredes pintadas de verde claro, con tres camas, dos mesas de luz, una mesa con tres sillas y un ropero antiguo con espejo. La ventana daba al patio donde se podía colgar la ropa después de lavarla en un piletón. El único problema era que había que vigilarla de vez en cuando porque era común que desapareciera algo de la soga.
- ¿Cómo les va chicos?- fue la bienvenida que nos dio Julia, la encargada de la pensión. Julia era un verdadero personaje. Tenía en común con la dueña el pelo rubio oxigenado, aunque largo hasta la cintura, y la edad - que si bien no la conocíamos exactamente - también rondaba los sesenta largos. Pero a diferencia de ella, Julia era más simpática, tenía una sonrisa picarona casi permanente. Era de estatura mediada, gordita y con la cara medio aindiada que contrastaba ineluctablemente con el color del pelo. Julia tenía una costumbre bastante curiosa; se le daba por pasear dos perros chicos que convivían en su pieza de la pensión, en la plazoleta que quedaba en el medio de Lima y la avenida 9 de Julio, a la madrugada y vestida en camisón. Era extraño, pero al cabo de un tiempo pasó a ser algo común para nosotros escucharla pasar por el pasillo hablándoles a sus perros en plena madrugada.
En una ocasión fui hasta su habitación, a la que nadie tenía permitida la entrada, para preguntarle algo y me hizo pasar. Las paredes estaban pintadas de rojo, había poca luz, tenía unas velas encendidas y estampitas de santos. Había un aroma fuerte a sahumerio mezclado con el olor de los perros, y en la cima de una pila de colchones su gato negro, durmiendo plácidamente.
Para nosotros Julia era como una especie de informante y protectora. Nos ponía al tanto de nuestros inevitables compañeros de pensión; todos hombres de más de cuarenta años para los que nosotros éramos unos nenes de pecho venidos del interior, con apenas veinte años. Recuerdo algunos de ellos: un gordo pelado y de bigotes con cara de pocos amigos que -según Julia- era taxista. Otro delgado y alto, correntino, que se emborrachaba y gritaba buscando pelea y al rato se largaba a llorar sin consuelo. Y un tipo flaquito, don Hugo le decían, petiso, medio pelado, que vivía en la única pieza con una sola cama y que estaba al lado de la nuestra. Se dedicaba a vender toallas y sábanas por la calle. Don Hugo hablaba con voz suave, no era simpático pero si amable.
- Macanudo don Hugo -le comentamos a Julia a los pocos días de llegar- el otro día nos quedamos sin yerba y se ofreció a darnos un poco y azúcar también por si queríamos.
- Tengan cuidado con él – fue la respuesta de Julia con su clásica sonrisa.
- ¿Por, qué pasa?
Julia nos miró con picardía, se acercó y en voz baja dijo: es puto.
- Dale... dejate de joder Julia...
- De verdad les digo, ya van a ver que de noche viene un negro a verlo – y volvió a sonreír.
Unos días después, pudimos comprobar lo que nos había dicho Julia. Una tarde sonó el timbre y como ella estaba en el fondo, en la cocina, fui yo. Cuando abrí la puerta estaba un morochón, de estatura mediana, delgado y con bigote medio ralo.
- Vengo a ver a don Hugo.
- Pasá... ¿sabés cual es la pieza de él? – le pregunté por decir algo. Me imaginé que era el tipo del que nos había hablado Julia.
- Sí... ta’ bien – me respondió y entró como si viviera en la pensión.
Don Hugo esperaba a la tardecita a su amigo, tomaban unos mates, después le preparaba la cena y finalmente el morocho se quedaba a dormir, como haciendo vida de casados.
Para nosotros era algo extraño convivir con la homosexualidad. En esa época, cuando recién teníamos un año desde la vuelta a la democracia en nuestro país, la homosexualidad era algo bastante oculto. Recuerdo que al segundo día de llegado a Buenos Aires, estaba parado en una esquina de la Avenida de Mayo y vi como dos mujeres jóvenes tomadas de la mano caminaban rumbo al subterráneo. Cuando llegaron a la entrada mirándose a los ojos se dijeron algo y se besaron en la boca. Una bajó y la otra siguió su camino por la avenida. Me quedé mirando toda la escena como si se tratara de una película prohibida para menores y yo era, en ese momento, un espectador de lujo.
La ciudad era todo un mundo por descubrir. Por lo menos eso creía yo. Cinco meses después de vivir en la pensión decidí regresar a Gualeguay. En febrero del año siguiente viajé nuevamente a Buenos Aires para quedarme definitivamente, aunque no volví nunca más a la pensión.
Muchos años después –sin proponérmelo- pasé una madrugada por la avenida 9 de Julio a la altura de Constitución. Ahí estaba Julia, como siempre, el pelo rubio oxigenado hasta la cintura, en camisón, paseando sus perros, en una visión que se parecía a una película surrealista. Pensándolo bien, y viéndolo a la distancia, toda la pensión se parecía más a una película surrealista... que a la realidad.
Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com