domingo, 31 de mayo de 2009

“San Martín tuvo que traicionar para no traicionarse a sí mismo”

Reportaje a Jorge Fernández Díaz, autor de La Logia de Cádiz

- Usted pudo haber sido el Napoleón de América, pero se retiró –dijo Balzac, fijando su mirada en San Martín-. Qué ironía. Toda una vida construyendo una patria para luego abandonarla.
- Tal vez la patria me abandonó a mí –dijo el general estoicamente. No tenía respuestas para tantas paradojas.
(La Logia de Cádiz, Jorge Fernández Díaz)

Un José de San Martín, hasta ahora, casi desconocido por el común de la gente es lo que muestra La Logia de Cádiz, el último libro de Jorge Fernández Díaz. Un San Martín previo al gran Libertador de América. El capitán San Martín que en 1808 con treinta años, formaba parte del ejército español que peleó contra Napoleón. A partir de ahí comienza esta historia de batallas y de héroes. A partir de Bailén, cuando los soldados españoles vence al ejército de Napoleón y San Martín se convierte en un héroe de la resistencia.

- ¿Cómo nace la idea y qué te motivó a escribir sobre San Martín y sobre todo, de esa etapa de San Martín como oficial del ejército español?
- Nace cuando descubro, hace unos años, que mis hijos adolescentes detestaban la historia argentina, por aburrida. Y que amaban la historia universal, gracias a películas y novelas. Me di cuenta que alguien nos había robado la épica. Y empecé a investigar la vida de San Martín para realizar una novela de aventuras, al viejo estilo de la Colección Robin Hood, que les probara a mis hijos que no estaban en lo cierto. Lo que más me interesó, naturalmente, fueron todo esos años prehistóricos de San Martín en España, donde guerreó, estuvo en asaltos, conspiraciones, donde casi lo lincharon, donde conoció a Napoleón y a Wellington. Sin esa prehistoria no se entiende bien la gesta sanmartiniana.

En su libro, Fernández Díaz narra la historia de San Martín en el ejército español, su llegada a Buenos Aires, la creación del ejército de Granaderos a Caballo y la batalla de San Lorenzo. Pero además describe las relaciones de un experimentado soldado, ex oficial del ejército español con los gobernantes del Río de la Plata y con la sociedad colonial porteña que lo miraba con cierto recelo.

- Para escribir el libro hiciste una investigación bastante ardua ¿qué tan dificultosa resultó la tarea?
- La investigación duró cuatro años. Contraté a un periodista sanmartinólogo con quien revisamos toda la bibliografía y con quien discutimos palmo a palmo los detalles. Fue una tarea fatigosa y a la vez fascinante.

- ¿Cuánto tiempo te llevó de investigación y de redacción?
- La investigación cuatro años, la escritura un año más.

Jorge Fernández Díaz es escritor y periodista. Nació en el barrio porteño de Palermo en 1960. Escribe desde 1972, cuando su madre le regaló la Colección Robin Hood. Durante más de veinte años fue alternativamente cronista policial, periodista de investigación, analista político, jefe de redacción de diarios y director de revistas. Dirigió la revista Noticias y es actualmente secretario de redacción del diario La Nación y director de AdnCultura, el suplemento cultural del mismo diario.

- En la última parte del libro contás que La Logia de Cádiz es la novela que te hubiera gustado encontrar en la Colección Robin Hood ¿cuánto hay de novela y cuanto de rigor histórico en tu libro?
- Hay rigor histórico sin ser historia. Hice una investigación rigurosa pero le añadí un soplo literario, practiqué la "imaginación histórica", como le dicen los historiadores, y llené los huecos de la historia con ficción.

- ¿Qué visión de San Martín te dejó la escritura del libro?
- En Europa era la vanguardia de la vanguardia de los ejércitos. Una especie de Boina Verde. Luego intentó ser un estadista y fracasó, y esa es la verdadera amargura que se lleva a la tumba. Aún así, qué pedazo de hombre, ¿no? Qué héroe de capa y espada. Qué cojones.

Fernández Díaz publicó las novelas El asesinato del wing izquierdo (1985), El dilema de los próceres (1997), y Fernández. Además publicó la biografía no autorizada de Bernardo Neustadt El hombre que se inventó a sí mismo (1991), la colección de relatos de Corazones desatados, y Mamá (2001), la crónica novelada de su madre inmigrante que estuvo treinta semanas en las listas de best sellers y que agotó doce ediciones en la Argentina y cinco en España.

- Me llama mucho la atención y hasta me impresiona la visión de un San Martín en cierta forma traidor de sus camaradas españoles, realmente tienen que haber sido muy fuertes sus convicciones para no sentirse un traidor…
- Tuvo que traicionar para no traicionarse a sí mismo. Era admirador del progresismo de la Revolución Francesa, pero tenía que combatir con Napoleón, que se había convertido en lo que combatía: un emperador autocrático. Y tenía que defender a los españoles, que preparaban la llegada de un rey infame y oscurantista, Fernando VII. Estaba entre la espada y la pared. Se dio cuenta, junto con otros americanos, que ya no había una España. Que la verdadera España estaba en América, y que debían ir a refundarla.

- ¿Cuánto influyó la masonería en las cosas que hizo San Martín?
- La masonería fue más bien instrumental en la vida de San Martín. Usó ese instrumento para sus propósitos revolucionarios.

- ¿Cuánto pensás que hubo de sacrificio y patriotismo en San Martín y cuando de ego personal, o de tratar de destacarse en esta patria nueva?

- No puedo juzgar eso sentado aquí en Buenos Aires, con mis lecturas de Freud y mi pobre mirada de pequeño burgués letrado. Creo que San Martín fue un despatriado congénito que se pasó toda una vida tratando de construir una patria en la que no pudo vivir. Es triste esa parábola, ¿no? Es triste pero está en el gen de los argentinos.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

lunes, 25 de mayo de 2009

Reflexiones de Mayo

A un paso del Bicentenario

Una de las primeras desilusiones que tuve con la Historia Argentina –así, con mayúsculas- que me contaron en la escuela, fue la de enterarme que en 1810 no existían los paraguas y por lo tanto era imposible que los pobladores de la Buenos Aires colonial que concurrieron el día de la Revolución de Mayo al Cabildo, se cubrieran de la lluvia con este elemento.
Si bien se le atribuye a los chinos el haber usado en la antigüedad algo similar al paraguas para cubrirse del sol, no es sino hasta cerca del año 1730 que se le incorporaron tejidos impermeables, y todavía no tenía varillas plegables.
Alrededor del 1800, un paraguas tenía una estructura hecha de madera y hueso de ballena y pesaba casi cinco kilogramos. En 1852 el inglés Samuel Fox de Sheffield inventa una estructura de acero y construye algo muy similar al paraguas que conocemos hoy.
Vale decir que en 1810 era imposible que el pueblo reclamara que quería “saber de que trata”, a la intemperie pero con la cabeza cubierta por paraguas, tal cual nos lo enseñaron las ilustraciones de los manuales de historia.
¿Y cuántas cosas más nos habrán contado mal? Y cuántas verdades dichas sean, tal vez, mentiras.
Durante años nos contaron “historias oficiales” de quienes nos gobernaron y siempre los próceres fueron de bronce o de mármol. Y muchas cosas de la historia nos la ocultaron, omitieron o cambiaron.

Siempre recuerdo a nuestro profesor de Historia en la secundaria, Evar Ortiz Irazusta –hijo del poeta Juan L. Ortiz- que nos decía -fuera del aula- que había cosas que no nos podía contar sobre la historia. Cosas como que Carlos María de Alvear, amigo de San Martín, miembro de la masonería y resentido con España; quería que el virreinato del Río de la Plata dependiera del rey de Inglaterra y sostenía que el pueblo estaba deseoso de abrazar la bandera inglesa. Esas cosas, a fines de los ’70 durante la dictadura militar, no se podían enseñar e incluso había libros específicos que estaban prohibidos.
Por esos años, Pacho O’Donnell todavía no se dedicaba a escribir libros de historia, y Felipe Pigna estaba por terminar la secundaria en su Mercedes natal.
Afortunadamente, desde hace unos cuantos años, han sido varios los escritores que trataron de desempolvar esa historia almidonada para tratar de hacerla más humana, más real y más cercana a nosotros.
Un notable periodista y escritor ya fallecido, Osvaldo Soriano, a quien le habían enseñado en la escuela esa historia mal contada y almidonada, se puso a investigar hechos históricos. Y justamente la Revolución de Mayo lo apasionó en sus últimos años de vida, intentando encontrar en 1810 el origen del mal argentino.
Lo primero que hizo fue conseguir los 23 volúmenes de la casi inhallable Biblioteca de Mayo. “Es infernal leerlos, son volúmenes de cuatro mil páginas cada uno, no alcanza la vida para leerlos, pero ahí está casi todo” sostenía Soriano.
“La historia argentina está mal narrada y en la escuela no nos cuentas estas cosas” expresó cuando avanzaba en la lectura de los documentos de Mayo.
Y basado en todas las lecturas y cruzamiento de datos escribió, en Página 12, relatos ensayísticos sobre la Revolución de Mayo y los meses posteriores. Uno de los más conocidos publicado en su libro “Cuentos de los años felices”, es “1810” donde trató de contar los hechos en su real dimensión, sin paraguas y sin escarapelas, mostrando a los protagonistas como hombres de carne y hueso.
“En los grabados de época los nueve miembros de la Primera Junta aparecen más tiesos y beatos que un puñado de frailes viejos. Son figuritas desteñidas y tediosas que ocultan la pasión de la libertad con dignidad y justicia”, escribió una vez en la contratapa del diario Página 12.
Soriano afirmaba, muy acertadamente, que las crónicas que se escribieron sobre esa época eran rimbombantes y adjetivadas. San Martín es “genio y figura”, Belgrano, “abnegación y sacrificio”; Moreno, un “preclaro maestro”; Rivadavia, un “coloso de la modernidad”.
Para nosotros, los que nos enseñaron la historia de esa manera, los próceres fueron personas respetables, elevadas, y de la más alta distinción social, cómo define el diccionario. Aunque hoy sabemos que muchos de ellos no fueron tan respetables ni tan elevados.
Pero más allá de ello, lo importante es que fueron hombres de carne y hueso, terrenales, con ideales, con defectos, virtudes, anhelos y miserias.
Me pregunto qué dirían Saavedra, Castelli, Moreno, Paso, Belgrano; de los gobernantes de hoy. Y me pregunto qué dirá la Historia –con mayúsculas- sobre los hechos actuales.
Qué dirá la Historia cuando se narre que en el Bicentenario el país era gobernado por la primera presidente mujer.
Qué se escribirá sobre aquella noche donde el país estuvo atento a lo que pasaba en el Congreso de la Nación, cuando el vicepresidente Julio Cleto Cobos pronunció la frase “…que la Historia me juzgue, mi voto no es positivo…” y quedaba como patriota para algunos y como traidor para otros.
Como dijo Cobos esa noche, la Historia juzgará, pero les queda a los gobernantes el deber de trabajar día a día para honrar a quienes creyeron en la libertad, que lucharon y que dieron la vida por un país mejor.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

domingo, 17 de mayo de 2009

¿Está mal opinar?

La relación de los gobernantes con la prensa
El periodismo nunca se ha llevado bien con los gobiernos. Los gobernantes nunca se han llevado bien con los periodistas. Esto, bien sabido es, ha sido desde siempre, desde que uno tiene uso de razón. En general, tanto a los políticos como a los funcionarios o quienes tienen la tarea de gobernar o gestionar, no les cae en gracia la crítica periodística, la toman como si fuera un ataque personal hacia ellos, en particular; o hacia su gestión, en general.
En nuestra ciudad parecería ser que está ocurriendo esto mismo que acabo de comentar. Daría la impresión de que la crítica periodística es, hasta cierto punto, destructiva, dañina por naturaleza.
Deberíamos ponernos a pensar cuál es el papel o el rol que tienen los periodistas en la sociedad o qué funciones cumple la prensa.
La primera y que todos conocemos es la de informar. Informar sobre hechos que ocurren en la sociedad. Esta sería una función aséptica, es decir, simplemente informar lo que pasa. Muchos hablan -en este punto- de la objetividad del periodismo. Informar objetivamente. Cosa que, debo confesar, no creo demasiado. No creo en un periodismo objetivo hecho por sujetos, creo en el periodismo subjetivo bien hecho, o éticamente bien realizado.
La segunda función es la de interpretar los hechos. Esto es, sobre un hecho específico lograr ir un poco más allá de la información aséptica, hilar un poco más fino, inferir, sacar conclusiones sobre las consecuencias o las implicancias que puede tener un hecho.
Y la tercera función es la de opinar. La opinión en el periodismo normalmente es crítica y es necesario que así sea.
Reflexionando sobre este tema, sobre la responsabilidad que nos cabe a los periodistas y comunicadores y sobre la relación conflictiva –en cierto punto- de los gobernantes y la prensa, recordé un artículo que leí una vez del periodista Mariano Grondona, hace unos cuantos años.
En este artículo titulado “El periodista y la honestidad” dice cosas con las que estoy plenamente de acuerdo y que viene muy bien a cuento de la relación de los gobernantes con la prensa.
Dice Grondona que la función de opinar del periodismo “es una función que refleja la comparación entre la situación actual y la situación ideal. Creo que los periodistas tenemos el deber de recordar constantemente el ideal de medir cuan distante está el gobierno, la oposición, la sociedad, tal o cual sector de ese ideal”.
Más adelante sostiene que “hay países, entre ellos el nuestro, donde se hace difícil asimilar la crítica como algo positivo. Se tiende a pensar que la crítica es un acto negativo, un acto de pesimismo, de mostrar siempre lo malo, deprimente. Y yo creo que por el contrario, la crítica es un acto tremendamente positivo porque es como decirle a la sociedad: ¡Mirá cuán lejos está del ideal! ¡vamos!.
En definitiva, el periodismo de opinión –que es crítico- no hace más que “exigir” ese ideal del que habla Grondona. Deberíamos pensar que uno le exige cosas a alguien que cree que puede dar mucho más, que es capaz, a quien es inteligente. Poco podríamos exigirle a alguien que -se sabe- su capacidad no da para más.
Por esa razón, cuando el periodismo opina, exige, reclama, lo hace a sabiendas de que el gobernante es capaz de hacer mejor las cosas, o de hacer mucho más. Siguiendo este razonamiento, no se debería fustigar a quien ejerce el legítimo derecho, como periodista, de expresar una opinión. No se debería caer en el juego innecesario de tratar de descalificar o inferir que un periodista puede responder a interesas espurios.
El periodismo de opinión es necesario en una sociedad democrática y debe ser ejercido con responsabilidad. La misma responsabilidad que deben tener los gobernantes o los funcionarios para con el pueblo, con la sociedad.
Sostiene Grondona en “El periodista y la honestidad” que “en cuanto a la interpretación y la crítica, yo creo que gobierna otra virtud, que es la honestidad intelectual, porque interpretar, criticar, opinar, son acciones más subjetivas, donde se da por sentado que hay una subjetividad en juego. Por lo tanto, es discutible. Si la información fue veraz, es indiscutible: ocurrió tal cosa ayer a las cinco de la tarde. La interpretación y, más aún, la crítica y la opinión, son discutibles. Entonces acá no gobierna ya la veracidad, lo verificable de lo que se está diciendo, pero sí la honestidad intelectual del que lo dice”.
A la prensa se la denomina, muchas veces, “el cuarto poder” y se puede discutir si es tan así o no, pero no se puede soslayar que el periodismo tiene influencia en la gente o que la gente se deja influenciar por el periodismo. Pero tampoco debemos menospreciar el poder de análisis que tiene la sociedad. Es decir que esa supuesta influencia de la prensa siempre estará limitada por el poder de análisis de los ciudadanos.
Los periodistas deberemos ser conscientes y responsables de lo que decimos o escribimos. Pero más conscientes y responsables deberán ser los gobernantes y los funcionarios porque sus decisiones tendrán repercusión directa en la sociedad y tenderán al bienestar o no de los ciudadanos.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

sábado, 9 de mayo de 2009

“¡Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo!”

Se cumplen 35 años del asesinato del Padre Carlos Mugica

“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.

(Padre Carlos Mugica, en 1971)


Estas palabras las pronunció el cura Carlos Mugica tres años antes de que su cuerpo quedara tendido en el piso producto de cinco disparos de fuego, cuando salía de la iglesia San Francisco Solano después de dar misa, la noche del 11 de mayo de 1974.
Mugica se había transformado en el abanderado de los pobres, de los que menos tienen, de los que mucho necesitan.
Proveniente de una familia de la clase alta de Buenos Aires, había decidido servir a los pobres, ejercer el sacerdocio para llevar a los que más necesitan, la palabra de Jesucristo.
En una entrevista que le realizó la revista Siete Días en 1972, Mugica hablaba de Dios y decía: “Definitivamente, Dios no es una idea sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre y por eso todo hombre que da su vida por los otros sea un ateo, un marxista, o lo que fuere, ése, verdaderamente se une a Cristo”.
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el 7 de octubre de 1930 en Buenos Aires. Era el tercero de siete hijos de Carmen Echagüe, proveniente de una familia adinerada y de Adolfo Mugica, diputado conservador del período 1938-42 y ex-ministro de Relaciones exteriores del presidente Arturo Frondizi en 1961.
Durante su niñez y adolescencia, el mundo de los pobres le era totalmente desconocido, como él mismo decía.
Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde terminó, con excelentes calificaciones, en 1948. Al año siguiente comenzó los estudios de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Allí conoció y se relacionó con Roberto Guevara, hermano de Ernesto “Che” Guevara. En 1950, con motivo del Jubileo o Año Santo, viajó con varios sacerdotes y con su amigo Alejandro Mayol a Europa y ahí comienza a pensar en la idea de ingresar en el seminario, cosa que haría en marzo de 1952, a los veintiún años.
Mientras estudiaba, en noviembre de 1957 escribe su primera obra “El católico frente a los partidos políticos” para la revista del Seminario. Desde entonces comenzó a sentir el compromiso hacia los pobres, e integró grupos misioneros que viajaban a diferentes puntos del interior del país.
El 21 de diciembre de 1959 es ordenado sacerdote, y acompaña a monseñor Iriarte, obispo de Reconquista, al Chaco. Ahí es donde toma contacto con la extrema pobreza de la zona. Cuando vuelve a Buenos Aires, en 1963, lo destinan como vicario cooperador en la parroquia Nuestra Señora del Socorro, en el exclusivo Barrio Norte de la capital, y es asesor de la Juventud de Acción Católica, en su ex colegio el “Nacional Buenos Aires”.
La figura de Mugica era muy atractiva para los estudiantes católicos, que se acercan a él como guía espiritual. Así conoce a Gustavo Ramus, Abal Medina y Mario E. Firmenich, quienes serían, tiempo después, parte de la cúpula fundadora de la organización Montoneros.
La periodista Magdalena Ruiz Guiñazú cuenta en una nota periodística en abril de 1998. "Conocí a Carlos Mugica en 1962. Mejor dicho, asistí a una de sus misas dominicales en la Parroquia del Socorro y creo que me enseñó a rezar. Es quizás difícil, para aquellos que no lo conocieron, imaginar hasta qué punto la profunda piedad y la oración personal y a la vez convocante de Carlos, llamaban la atención (…) Carlos estaba efectivamente a disposición de quien pudiera necesitarlo. Sentía que Dios le había confiado un ministerio y por eso estaba permanente dispuesto, de día y de noche. Tenía un enorme respeto por aquellos que, aún en causas no compartidas, ofrecían la vida en forma de entrega. Rendía culto a la generosidad, a la solidaridad, y ello le valió infinidad de problemas, con la jerarquía eclesiástica a la cual siempre respetó y obedeció, con el entonces Ministro de Bienestar Social, José López Rega, y con la cúpula montonera”.
Hacia 1963, Mugica que era muy crítico con el gobierno del presidente Arturo Illia, comienza a tener problemas con la cúpula eclesiástica que no veía bien que “se metiera demasiado en política”. Muchas personas piden el traslado para otra parroquia del padre Carlos. “Creo que la misión del sacerdote es evangelizar a los pobres e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento en que los ricos no quieren que se les predique más, como sucedió en el Socorro cuando me echaron. Las señoras gordas le fueron a decir al párroco que yo hacía política en la misa”, decía Mugica, quien pasa como vicario a la parroquia Inmaculada Concepción de María, en la calle Independencia.
Durante un viaje, estando en París, Mugica se entera del nacimiento del Movimiento Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM) y da su adhesión incondicional. Por ese mismo tiempo empieza a colaborar con el “cura villero” Jorge Goñi en el llamado Equipo Intervillas fundado en agosto de 1968.
Tiempo después, la parroquia San Martín de Tours, decide abrir una capilla en la villa de Retiro y confía esta tarea al Padre Mugica, quién con la ayuda económico de su hermano Alejandro, levanta un salón multiuso. Así, en el barrio Comunicaciones se levantó la capilla “Cristo obrero”, donde ejerció su máxima actividad pastoral entre sus “hermanos villeros”. También cubría tareas pastorales en la parroquia San Francisco Solano, ayudando a su amigo el Padre Vernazza.


La participación del Padre Mugica, cada vez más activa, en el Movimiento Sacerdotes del Tercer Mundo, lo llevó a enfrentarse con el Arzobispo Juan Carlos Aramburu. Sus opiniones políticas y sus apariciones, cada vez más frecuentes, en los medios de comunicación, incomodaban a muchos y en especial a la cúpula de la Iglesia.
En 1973, Mugica tiene serias discrepancias con José López Rega, ministro de Bienestar Social y luego responsable de la Triple A. Una noche, ante un grupo de vecinos de la villa, el Padre Mugica sostuvo: “Lopez Rega me va a mandar matar”. Por ese mismo tiempo, Mugica tomaba distancia de la Organización Montoneros. El 7 de diciembre de 1973, en una misa en conmemoración por la muerte de Gustavo Ramus y Abal Medina, sostenía: “Como dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados”. Esto marcaba la posición de Mugica sobre la lucha armada de Montoneros que ya parecía insalvable.
“No tengo miedo de morir. De lo único que tengo miedo es de que el Arzobispo me eche de la Iglesia”, decía el Padre Carlos, intuyendo el destino que le esperaba.
El sábado 11 de mayo de 1974, a las 20.15, cuando el Padre Carlos Mugica iba a subir a su Renault 4L estacionado junto a la iglesia de San Francisco Solano, en la calle Zelada 4771, donde instantes antes había celebrado misa, un individuo con una ametralladora Ingram- M10 le disparó cinco tiros que le afectaron el abdomen y un pulmón. El tiro de gracia fue por la espalda. El Padre Vernazza, al oír los disparos corrió a darle la unción. Mugica fue llevado agonizante a un hospital donde antes morir alcanzó a decirle a una enfermera: “¡Ahora más que nunca tenemos que estar junto al pueblo!” Eran las 9 de la noche, y el Padre Carlos Mugica, ya era parte de la historia trágica de la Argentina de los años ’70.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

sábado, 2 de mayo de 2009

A la caza de un gigante

A 27 años del hundimiento del crucero “General Belgrano”


William “Billy” Guinea era el suboficial encargado de la identificación de barcos en el submarino nuclear “HMS Conqueror”. Era especializado en identificar barcos rusos que eran los únicos con los que se había topado el Conqueror, hasta abril de 1982.
Cuando estalló el conflicto del Atlántico Sur a Guinea le ordenaron estudiar detalladamente los barcos de la flota argentina. Buscó información en la base donde estaba el Conqueror, en Faslane –Escocia-, pero no encontró material que le sirviera. Así que le pidió al fotógrafo de la base que le copiara y ampliara las ilustraciones del “Jane’s Fighting Ships”, un libro de referencia de publicación anual, que trata sobre todos los navíos de guerra del mundo ordenados por país, y que incluye información sobre los nombres, dimensiones y armamento, además de siluetas identificativas y fotografías.
El 4 de abril de 1982 el Conqueror zarpó rumbo al Atlántico sur al mando del comandante Chris Wredford-Brown, su nuevo capitán.
Durante las próximas dos semanas de travesía hasta llegar a la zona de exclusión total, la tripulación del submarino nuclear se dedicó a hacer prácticas de ataque y de control de fuego. Todos eran conscientes de que el primer error de un tripulante de submarino, en la mayoría de los casos, es el último.
Una vez que el submarino llegó a su destino –la zona de exclusión- y comenzó a patrullar, la sensación de la tripulación era de total aburrimiento. Los días transcurrían iguales uno tras otros: seis horas de guardia y el resto era para dormir, ver películas de guerra, jugar a las cartas, o leer.
Todo era monótono hasta la tarde del 1 de mayo donde todo cambió. El Conqueror detectó la presencia de tres barcos. A Billy Guinea le tocó el turno de demostrar lo que había aprendido estudiando con el “Jane’s Fighting Ships”. Le costó muy poco tiempo detectar e identificar a dos destructores argentinos: el “Piedra Buena” y el “Hipólito Bouchard” y el crucero de 10.650 toneladas “General Belgrano”, comandado por el capitán Héctor Bonzo de 49 años de edad.
Algunos sostienen que el crucero General Belgrano estaba de patrulla a 50 millas al suroeste de la zona de exclusión, con un rumbo de 270 grados, navegando hacia el oeste buscando el continente argentino y que la orden que tenía era de no adentrarse en la zona. Otros, en cambio, afirman que el barco de la Armada Argentina era una amenaza muy seria porque tenía una considerable potencia de fuego, con cañones de 15,6 pulgadas, de trece millas de alcance y misiles antiaéreos Sea Cat.

Crucero General Belgrano

Lo cierto es que la flota argentina preparaba un ataque a los buques ingleses que estaban dando apoyo al bombardeo a Puerto Argentino.
El 1 de mayo los ingleses interceptaron las órdenes dadas por el vicealmirante Juan José Lombardo a las 19.03. Para ese entonces, hacía más de cinco horas que Billy Guinea había divisado e identificado al crucero argentino y el Conqueror había comenzado su cacería mortal.
Las Task Force (Fuerza de tarea conjunta) habían recibido un informe sobre la ofensiva argentina que decía: se cree que un gran ataque argentino está planeado para el 2 de mayo. El Belgrano se despliega para atacar al sur de las Falklans (…)
El gobierno británico había declarado una zona de exclusión de 200 millas alrededor de las Islas Malvinas, pero el problema consistía en saber dónde se situaba el centro para poder calcular el radio. El suboficial Billy Guinea, responsable de la navegación del Conqueror no tenía órdenes específicas sobre esta cuestión. Consultó al comandante Chris Wredford-Brown y eligió un punto en el mapa en el Estrecho de Falkland que separa la Malvina Oriental de la Occidental y trazó un círculo alrededor.
Sabía que no había manera de comunicarle a la flota argentina sobre esta zona de exclusión, pero más allá de donde cayera la línea de demarcación, cualquier barco de guerra argentino que saliera a navegar unas millas fuera de la costa, ya era una amenaza para la flota británica.
A las dos y diez de la tarde del domingo 2 de mayo, el Conqueror recibió la autorización para atacar el Belgrano. El capitán Wredford-Brown le ordenó al oficial de torpedos Billie Budding cargar los antiguos torpedos Mark 8.
A las 15.57 el Conqueror disparó el primer torpedo estando a menos de 3 millas de distancia. Dio al Belgrano en la proa de babor, matando a cerca de 10 hombres que estaban en ese lugar. El segundo torpedo dio en la popa. La mayoría de las víctimas estaban en la cantina del barco o en los dormitorios.
Al cabo de diez minutos el Belgrano se inclinó unos 15 grados a babor y diez minutos después, la inclinación llegaba a 21 grados.
El capitán Héctor Bonzo se dio cuenta que no había nada más por hacer y a las 16.23 dio la orden de abandonar el barco. Como los equipos de comunicaciones estaban destruidos por las explosiones, la orden se fue pasando de hombre a hombre y a voces. Se tiraron al agua 70 botes con capacidad para 20 hombres cada uno, y debido a la inclinación del barco, que era cada vez mayor, la tripulación pudo bajar por el costado del barco. En el crucero General Belgrano viajaban 1.093 tripulantes. Murieron 323.
El domingo 2 de mayo de 1982, la historia argentina escribiría una de sus páginas más tristes de la guerra de Malvinas.


Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com