sábado, 27 de diciembre de 2008

Tiempo de reflexión, festejos y agradecimientos


Cuando llega este tiempo de las Fiestas, en general, quién más quién menos comienza a recapitular lo ocurrido durante el año. Uno hace un balance de lo vivido, de lo pasado; los momentos buenos y no tan buenos; los logros y los objetivos alcanzados.
Convengamos que es un poco rara esta época, porque por un lado es de festejos y por el otro de reflexión. Por lo menos ese es mi caso.
Recuerdo las épocas de adolescencia cuando a uno no le interesaban demasiado las reflexiones -como es lógico- y lo único que se esperaba era que pasara rápido el brindis con la familia para después salir a festejar con los amigos. Y con ellos, que por fortuna eran muchos, uno se encontraba generalmente en una casa que era el punto de reunión, donde se seguía brindando para después salir a recorrer las calles céntricas de la ciudad llenas de gente festejando. Y terminábamos bailando en la vieja Delgas o La Fábrica, como se llamó después. Siempre recuerdo de Delgas ese techo corredizo que tenía, que dejaba ver las noches estrelladas en el verano gualeyo. Eran lindas épocas, donde –creo- éramos un poco más ingenuos de lo que hoy son los adolescentes. Eran, en definitiva, otras épocas.
Pero volvamos a lo que decía en un principio. A esta altura del año uno hace un balance. Y yo hago el mío, vale decir, empiezo a recordar todo lo escrito durante este año. Desde la primera publicada el 10 de febrero hasta ésta de hoy han pasado cuarenta y ocho notas. Varias de ellas de opinión, otras de interés general, varios reportajes y algún que otro relato que no escribí este año, sino hace algunos años atrás y que estaban guardados entre los archivos de mi computadora esperando la oportunidad de ser publicados.
Seguramente algunas notas gustaron o se destacaron más que otras, eso es inevitable. Pero debo ser sincero en esto: soy un poco egoísta. Es decir, todo lo que escribí fue porque algo me motivó a escribirlo y fue pensado y escrito sin tener en cuenta si le gustaría o no a quién lo leyera. Si uno pensara todo el tiempo en el lector correría el riesgo de transformarse en un demagogo de la palabra, algo que –por lo menos en mi caso- no me interesa.
Uno escribe -como decía Félix Laiño, maestro de periodistas- por el solo hecho del alumbramiento de ideas. Uno siente un alivio al poder expresarse y de eso se trata: de poder expresarse y comunicarse. Pero no todo es egoísmo porque en definitiva lo que hacemos los periodistas además de informar es brindar contenido. Y eso precisamente es lo que he tratado de hacer durante este año: brindar contenido al lector y espero haber logrado ese objetivo que me propuse cuando comencé a escribir en Gualeguay al día.
Escribir en este medio me ha permitido conectarme nuevamente con mi ciudad de la cuál, como ha dicho el gran escritor gualeyo Juan José Manauta: “nunca me fui”.
En una nota publicada este año titulada “Gualeguay a la distancia”, dije que escribía a la distancia y es así en realidad. Pero los poco más de doscientos kilómetros que me separan de mi ciudad no me impiden tener el mismo sentimiento que cualquier gualeyo y querer lo mejor para mi pueblo.
Desde este lugar he tratado de aportar mi granito de arena poniendo lo mejor de mi esfuerzo en lo que he escrito, desde la primera letra hasta el último punto. Se me podrá criticar desde mi poca o mucha calidad periodística o literaria hasta algunas opiniones vertidas en alguna nota; pero no se me podrá criticar falta de compromiso o dedicación en lo que hago. Eso, en definitiva, me deja tranquilo.
Este tiempo de reflexión también me hace pensar en personas a las que debo agradecer la colaboración que me han brindado este año. Debo comenzar por Horacio Palma porque fue un poco el artífice para que yo colabore con el semanario; debo seguir por Jorge Barroetaveña por brindarme la libertad absoluta para escribir y expresarme, sin modificar nada de lo que he escrito y eso debe ser valorado en su justa medida; y finalmente a toda la gente que forma parte de Gualeguay al día y de Radio Gualeguay.
Debo por último referirme a usted, “estimado lector” o “amigo lector” o simplemente “lector” que es en definitiva quién juzga nuestra labor, quién nos elige o nos rechaza. A usted que dedica cinco minutos en leer lo que escribo debo agradecerle porque es –creo yo- el amigo lector. Y esto es verdad, el lector termina siendo un amigo, un amigo a la distancia. Y precisamente sobre esto viene a mi memoria un breve relato sobre los indios Chiriguanos, de Eduardo Galeano.
“Los indios Chiriguanos, eran guaraníes establecidos en Bolivia. A principio del siglo XVIII habían llegado allí curas franciscanos que traían en las alforjas libros. Los indios Chiriguanos nunca habían visto libros, jamás. No sabían lo que era el papel porque nunca lo habían visto. Y no tenían palabra para llamarlo, porque uno sólo tiene palabras para llamar lo que existe o para llamar lo que necesita. Y ellos no sabían que el papel existía, ni sabían que podían necesitarlo. Y cuando preguntaron a los curas que era eso, los curas les dijeron que esa era una cosa que servía para enviar mensajes a los amigos que están lejos. Y cuando los indios supieron que el papel era una cosa que servía para enviar mensajes a los amigos que están lejos, resolvieron llamarlo Piel de Dios. Y ése, es el nombre que el papel tiene en lengua chiriguana: Piel de Dios. Y cuando yo lo supe –concluye Galeano- descubrí que en el fondo lo que uno hace escribiendo es eso: mandar mensajes a los amigos que están lejos, a los amigos que uno conoce y a los miles y miles de amigos que uno no conoce, pero que se hacen amigos a través de esa suerte de abrazo que es la ceremonia de la lectura”.
Por eso, desde aquí y para los amigos que conozco y los no conozco pero que se han hecho amigos a través de esa suerte de abrazo que es la ceremonia de la lectura, mis más sinceros deseos de que tengan un ¡Feliz Año Nuevo!
Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

sábado, 20 de diciembre de 2008

Yo...fui testigo

Testigo. El diccionario define esta palabra como: persona que atestigua una cosa. Persona que asiste a otra en ciertos actos. Esta última definición se adecua a lo que yo fui... yo fui testigo. Esta es la historia.

Una mañana de diciembre recibo un llamado en mi celular; era el vasco.
- ¿Cómo andás, todo bien?
- Bien, ¿y vos?
Después de todos los saludos de rigor que uno se brinda con los amigos me dice:
- Mirá, te llamo porque necesito que me hagas un favor.
Debo confesar que en ese momento y en unos pocos segundos, traté de imaginarme qué tipo de favores le podía hacer al vasco estando a un poco más de doscientos kilómetros de distancia.
- ¿Qué necesitás? - le respondí, ya ansioso por saber.
- Resulta que me caso y quería saber si vos podés ser mi testigo de casamiento... si no tenés problemas.
Totalmente sorprendido por la noticia, ya que con el vasco tenemos más de cuarenta años y es medio raro escuchar a una persona de nuestra edad que se case, y más en estos tiempos, le respondí...
- ¿Te casás?... ¿con quién? Dos preguntas en una y todo por el mismo precio.
- Con Fabiana – le escuché decir.

A esta altura del relato tengo la obligación de explicar algunas cosas para que usted, amigo lector, entienda mejor.
Con el vasquito nos conocemos desde que tenemos nueve años. Vivíamos cerca aunque no íbamos a la misma escuela. Pero cuando empezamos la secundaria en la vieja escuela de Comercio, el destino hizo que fuésemos compañeros y el vasco fue uno de mis primeros amigos por esos años.
Tenemos, como la mayoría de los amigos, muchas historias compartidas. Muchas salidas de sábado a la noche, algunas que otras borracheras adolescentes, incontables partidos de fútbol, de truco y horas y horas de mate con charlas interminables.
El vasquito es de esos tipos que hace lo que comúnmente se dice: un culto de la amistad. Recuerdo que tenía la costumbre de sentenciar: "no disuelvas reuniones" a quien osaba abandonar una reunión de amigos por más que fuera a altas horas de la madrugada.
Cuando terminamos la secundaria, a él le tocó hacer el servicio militar y yo me quedé para seguir estudiando un profesorado y trabajando en la radio.
Al año siguiente, cuando ya había cumplido con las obligaciones militares de entonces, el vasquito se fue a estudiar veterinaria a Corrientes, y un tiempo después yo me fui a Buenos Aires con la expectativa de estudiar periodismo.
Seguimos siendo amigos y viéndonos cuando yo viajaba a Gualeguay a visitar a mi familia. Así transcurrió el tiempo hasta que algo sucedió. Por algunos problemas que surgieron entre nosotros, cosas que tienen que ver con pavadas que uno hace en la vida, nos distanciamos. El orgullo que uno tiene cuando es joven, impidió que nos volviéramos a juntar y todo quedó ahí. Cada uno siguió su camino, viviendo la vida de la mejor manera posible.
Así transcurrió el tiempo hasta que hace casi dos años, con la excusa de una reunión de ex compañeros de secundaria, nos reencontramos en su casa.
Lo bueno fue que -a pesar de los años, que eran muchos- parecía que el tiempo no había pasado. Los sentimientos estaban casi intactos.
Cuando uno comienza a transitar la segunda mitad de la vida o lo que nos resta de ella, es positivo comenzar a cerrar las puertas que han quedado abiertas, las deudas pendientes; es bueno comenzar a pacificar y pacificarse, es –creo- una forma de entender la adultez. Los bríos de la juventud deben dar paso a la reflexión y a la valoración real de las cosas. En definitiva, de eso se trata vivir.
Esa noche de febrero, como tantas otras noches, nos quedamos hablando de nuestras cosas, de lo que nos había pasado esos años, hasta que el amanecer de un día de verano dio por terminada la charla.
Esa misma noche me contó de Fabiana con quién se había reencontrado hacía apenas unos días, después de no verla durante años. Fabiana, había sido su novia de la adolescencia durante mucho tiempo, pero por cuestiones de la vida se distanciaron. Ella se fue a Buenos Aires a estudiar, se recibió y se quedó a vivir en la capital.
Años después, un día en Gualeguay se reencontraron. Ese día, según me contó esa noche de febrero el vasquito, él le dijo:
- Yo me voy a casar con vos.

Esa mañana de diciembre, el vasco me explicó por teléfono:
- Mirá... este año me pasaron dos cosas muy buenas: me reencontré con vos y con Fabiana, así que me pareció que si podés y querés, tenés que ser el testigo de mi casamiento.
Y así fue. Hace un año, el jueves 20 de diciembre al mediodía, en el registro civil de la calle Uruguay, el vasco, nervioso ante uno de los acontecimientos más importantes en su vida, dio el sí frente al Juez. Se casó.
Y yo... fui testigo.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

domingo, 14 de diciembre de 2008

Romero & Julieta en pleno Palermo Hollywood

Un emprendimiento de dos gualeyos: Jorge Britos y Fabricio Fumaneri

En el barrio de Palermo vivió Jorge Luis Borges. Un barrio de casas antiguas, de balcones con flores que perfumaban el aire. De calles angostas, de arrabales y de guapos que dirimían sus disputas a punta de cuchillo. Ese era el Palermo que describió Borges y donde hay una calle con su nombre.
Pero el Palermo de Borges ha ido cambiando en los últimos años y ha adoptado con el transcurso del tiempo diferentes nombres: Palermo Viejo, Las Cañitas, Palermo Hollywood, Palermo Soho, etc.
Caminar por Palermo Hollywood es descubrir lugares nuevos casi todos los días. Su nombre surge porque en esa parte del barrio se instalaron, desde hace tiempo, canales y productoras de televisión.
Las casas antiguas, los talleres mecánicos y los galpones de otrora han ido transformándose, poco a poco, en restaurantes, parrilas, trattorias y pubs, creando así un importante circuito gastronómico, visitado por turistas argentinos y extranjeros y por los porteños que disfrutan de la noche eterna de la ciudad, esa noche que nunca termina y que tanto fascina a propios y ajenos de Buenos Aires.
En este circuito gastronómico se destaca un lugar particular: en Gorriti 5675 está Romero & Julieta, Resto Bar. Si bien es una opción más dentro de Palermo Hollywood, Romero & Julieta no debe pasar desapercibido para un gualeyo. ¿Por qué? Porque sus propietarios son de Gualeguay. Jorge “Pipi” Britos y Fabricio Fumaneri comenzaron con este proyecto a mediados de este año. “Empezamos a trabajar en el local en agosto pero recién abrimos hace poco, el 15 de octubre”, cuenta Pipi Britos.
El local es amplio, con un estilo sobrio y agradable. Una decoración austera y de buen gusto logra crear un clima adecuado para poder disfrutar de una oferta gastronómica tentadora.
En las paredes claras cuelgan diferentes oleos de Mariana Martín, una joven artista plástica amiga de los dueños del restó. Además de las mesas oscuras con sillas al tono, uno puede optar por comer en cómodos sillones de cuero color manteca que contrastan con las mesas ratonas de madera color wengue, y velas que crean un ambiente más intimista.
“La gente primero mira el lugar, la onda que tiene, y como les gusta miran la carta. Lo bueno es que no se decepcionan con la comida, todo lo contrario, se van contentos”, dice Britos.
El chef Fabricio Fumaneri sostiene que “la gente, hoy día, mira mucho el tema de los precios. Nosotros la idea que teníamos era hacer buenos platos con una comida casera, rica y con precios adecuados”.
Romero & Julieta tiene un menú ejecutivo al mediodía donde se puede comer pescado fresco, carnes, pastas y ensaladas o tartas. Por la noche el menú cambia y es más variado. “La gente al mediodía sale a comer porque tiene que comer, sostiene Fabricio, quiere comer bien, rico y rápido. A la noche sale a disfrutar también el lugar, el ambiente, hay más tiempo, la gente viene más relajada, viene a tomar un buen vino, a charlar”.
Fabricio Fumaneri se recibió de Chef hace ocho años en la Escuela Superior de Hotelería. Trabajó en diferentes lugares: en temporada de invierno en el Cerro Catedral, en Bariloche y la temporada de verano en Uruguay. Luego se desempeñó como jefe de cocina durante más de tres años en un restaurante hasta que finalmente emprendió su propio proyecto – junto a Pipi Britos- con Romero & Julieta.
Con respecto al estilo de la carta Fabricio expresa: “Yo quería que fuera mediterránea, por los productos y porque es la que más me gusta; fusionado con cocina de autor, es decir, que yo pudiera cambiar, que no fuera estructurada, que pueda sacar un salmón con una omelette de hongos, por ejemplo. La carta la tengo pensada desde siempre, desde que pensé que un día iba a poner un restaurante. Quería tener un plato de pastas rellenas, que en este caso son de cordero. La idea es tener carne de todos los tipos, tenemos carne de cerdo o de pescado, carne de vaca, cordero, otro de pastas rellenas, uno más light con ensaladas, es decir, tenemos todas las variantes”.
Cabe destacar que el restaurante cuenta además, con una apropiada carta de vinos para acompañar, de la mejor forma, el plato que uno elija.
Una de las especialidades de Romero & Julieta es la bondiola braseada en cerveza negra. “Nuestra bondiola, se entusiasma Fabricio al explicar, está braseada –braseada es una cocción muy lenta, de cinco o seis horas rotándola- en un medio líquido, ese medio líquido es una cerveza negra, queda muy rica y súper tierna, especial para acompañarla también con una cerveza”.
Jorge Pipi Britos y Fabricio Fumaneri esperan que Romero & Julieta se transforme en un lugar de encuentro para la gente de Gualeguay que vive o que viaja a Buenos Aires. Y seguro que así será, no solo por lo bien que se puede comer sino, además, por la buena onda que se respira en el lugar.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

martes, 9 de diciembre de 2008

Recetas de cocina con historias que emocionan

Entrevista a la escritora Cristina Bajo


Elogio de la cocina, el último libro de la escritora Cristina Bajo, editado por Sudamericana, es un libro de esos que se ven en contadas ocasiones. Con una calidad de impresión notable y hermosas ilustraciones que refieren a otros tiempos, lleva en sus entrañas recetas de cocina e historias que emocionan porque remiten a ese lugar común que es la infancia.

“Elogio de la cocina es un homenaje a mi madre y a mi infancia en las sierras. Me considero una persona feliz, pero en cuanto a mi niñez, excepcionalmente feliz, hasta me atrevería a decir dichosa. Quizás eso se transparente en el libro, pues personas muy jóvenes se han emocionado al leerlo”.

“La idea –sostiene la autora- nació como un lindo libro de recetas y anécdotas. Con el tiempo, pensamos con Paula Viale, de Sudamericana, que podía muy bien ser un libro objeto, especial para regalo. Terminó siendo esta belleza”.

- ¿Quién eligió las imágenes que ilustran el libro y de dónde sacó las recetas?
- La búsqueda de imágenes la inicié hace tiempo, armé una galería de arte en mi computadora que acreciento constantemente. Para este libro, una joven amiga, Magui, me ayudó en la búsqueda y selección de éstas para los diferentes capítulos. Por supuesto, intervino el departamento de diseño de la editorial, a quien debemos la exquisitez del proyecto gráfico. Queríamos que imágenes, papel, formato y viñetas, transmitieran sensaciones agradables, como de tiempos más ingenuos.
La mayoría de las recetas son mías o variaciones sobre las de mamá y de mi abuela; también las hay de algunas escritoras, como Lilia Lardone, cuya receta probó “a orillas del Paraná.” Otras son robadas de textos viejísimos, como las Aves a la Montiño, del siglo XVII, o las Truchas a la Chambord, de un libro del siglo XIX que mi abuela trajo de España.

- Es un libro hermoso por el texto y por lo estético, lo visual...
- Pero tiene algo más: literatura, cine, poesías. Hay postres dedicados a personajes legendarios del cine –con fotos de las actrices -: Lady Scarlett (por Vivian Leigh en Lo que el viento se llevó), la Copa Gilda (por Rita Hayworth) y la tarta Sabrina (por Audrey Hepburn). En algún capítulo digo: “A veces, cuando uno saborea una comida, huele una especie, o prepara un plato, va más allá del oficio de cocinar y sin darnos cuenta, estamos saboreando literatura.”

- Su libro habla de la cocina como el centro de reunión de la casa...
- El título indica, además que el acto de cocinar; el lugar en que se come. Papá decía que era la habitación más importante de la casa, el corazón del hogar. Por eso, las construía grandes, con comedor de diario donde se recibía, como un privilegio, a los amigos íntimos.

- Por lo que leí en su libro, usted hace “un culto" de la amistad. ¿Qué significado tienen sus amigos en su vida?
- Tengo amigos de la infancia a los que veo con frecuencia. Muchos de los Cenadores -los que vienen a cenar- que nombro en el libro, pertenecen a esa época. Tanto ellos como los nuevos amigos son muy, muy importantes para mí. Y me encanta reunirlos alrededor de mi mesa y cocinar para ellos.

Cristina Bajo nació en Córdoba en 1937 y se crió en las Sierras. “Cuando llegamos a Cabana, en las sierras de Córboba, a principios de los años cuarenta, fuimos a parar a un caserón levantado sobre una loma, de la época en que arribó el ferrocarril a Unquillo, pintado de ocre desvaído y con algunos detalles de verde. La cocina era una habitación amplia, alta, cuyo techo de vigas a la vista nunca pudimos ver con claridad pues cubría una capa de hollín de treinta años. Tenía un fogón muy viejo, estucado, y una cocina a leña enorme, de hierro negro y detalles de bronce, donde se podía cocinar, por sus dimensiones y los dos hornos, para veinte personas a la vez”, escribió en el principio de su libro.

“Mi infancia fue sumamente feliz y libre – sostiene la escritora- en compañía de cinco hermanos más, en contacto con la naturaleza y animales como zorros, pumas y corzuelas”.

Comenzó a escribir desde muy chica, pero su primer libro lo publicó en 1995. “Yo empecé a los 9 años y enseguida supe que era eso lo que quería hacer cuando fuera grande. El lapso fue largo, pero no me pesó, publiqué a los 57 años”.

En 1995, su amigo Javier Montoya dueño de la editorial Ediciones del Boulevard, decidió publicar su novela Como vivido cien veces. A ésta le siguieron En tiempos de Laura Osorio y Sierva de Dios, ama de la muerte. Escribió además Tú que te escondes (2004) y La trama del pasado (2006). Actualmente escribe una columna todos los domingos en la revista Rumbos. En 2005, recibió el Premio Literario Academia Argentina de Letras por Tú que te escondes y el Premio Especial Ricardo Rojas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por Sierva de Dios, ama de la muerte, que la editorial Sudamericana relanzó con el nombre de El jardín de los venenos que ya fue traducida a tres idiomas.

A lo largo de su vida, fue maestra rural, abrió una librería, y diseñó ropa artesanal. “Me recibí de Maestra Normal y Profesora de Piano, lo usual entonces. Tengo una amplia cultura, mérito de mis padres que se preocuparon de estimularnos para que leyéramos de todo, poniendo a nuestro alcance libros de arte, de historia, animándonos a pintar, a escribir, a disfrutar la música clásica. Ejercí muchos oficios, algunos alocados, como una boutique de ropa artesanal “prerrafaelista”, copiada de los cuadros de Rossetti, Waterhouse, Leighton, etc.”

Cristina es madre de dos hijos varones y abuela de seis nietos “para quienes suelo cocinar, pero resulta que pertenecen a la generación de la hamburguesa”.

- ¿Cómo es esa anécdota de que escribió durante treinta años sin que nadie supiera qué escribía y que decidió publicar debido a una enfermedad que tuvo?
- Demoré treinta años en terminar Como vivido cien veces, pues me entretenía cambiarla, crear nuevos personajes, incorporar la historia apenas conocida. Casi nadie se interesaba en lo que yo hacía, así que, cuando estuve internada, comprendí que podía morir y mis hijos no iban a saber qué hacía yo sentada ante mi máquina de escribir.

Para esta escritora cordobesa, escribir es una necesidad. “Yo necesito escribir. Cuando nacieron mis hijos dejé de escribir durante lo que me pareció mucho tiempo. Pero como fechaba cuanto hacía, descubrí después que en realidad fueron unos meses, nada más.”

- ¿Se es escritor al publicar?
- Si escribimos con dedicación, diariamente, a través de los años, se es escritor. El editar hace que los demás nos reconozcan.

- ¿Qué influencias reconoce en lo que escribe?
- A los que he tomado como maestros, a los que, además de disfrutar, estudio: cómo resuelven escenas, el tratamiento que dan a los personajes, los diálogos, son Dickens, Mujica Láinez, Jane Austen, Graham Greene, Sarmiento, Balzac, entre otros…

- Ha leído mucha historia…
- En la biblioteca de mis padres había muchos libros de historia. De chicos, leímos la Historia Universal, seguimos con la argentina y finalmente papá me compró la historia de Córdoba. Siempre me gustó la novela histórica, que en casa abundaba. Las novelas de Manuel Gálvez, La Gloria de don Ramiro, de Larreta, y Lo que el viento se llevó me dieron la idea de hacer novelas a partir de Córdoba y del interior.

- ¿Es difícil llegar a ser reconocida viviendo en el interior?
- Desde las provincias cuesta llegar a todo el país y debemos hacerlo desde Buenos Aires.

- Según el dicho, Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires…
- No sé si Dios, pero las grandes editoriales están allá.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Fotos: gentileza David Juárez

jueves, 4 de diciembre de 2008

Una mina macanuda

Por Silvina Carraud en "A la intemperie"

Leo en el diario que hoy se cumplen siete años de la puesta en marcha, por parte del entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, de las medidas que luego se conocerían como "corralito financiero" .En junio del '98, gracias a las políticas neoliberales del menemato, cerraron las seccionales del interior de la provincia de la institución para la que había trabajado durante 16 años. Me despidieron y abonaron la indemnización que deposité, en dólares, en el banco. Si bien retomé mi tarea docente, fui usando ese dinero para vivir.En diciembre del 2001 me quedaban algunos dólares depositados, el único ahorro ("ahorro": leo esa palabra y me recuerda una libreta que tenía cuando era chica ¡qué antigüedad!) con el que contaba.Pues bien, me lo robaron! Sí, convirtieron los dólares en pesos, y de a puchitos, y a fuerza de "acampar" días enteros en el banco, me tiraron los pesos que me alcanzaron para comprar el Escort '90 que milagrosamente, conducido por mí, todavía circula.
Historias mínimas, como la que cuento, hubo millares.
Bastaba sólo mirarnos las caras en las largas colas del cajero automático, o dentro de la sucursal, para averigüar algo que nos diera una esperanza... fallida, por supuesto.
Después vinieron los federales, el peregrinar en búsqueda de algún lugar que los aceptara...Nos siguieron saqueando.
Cuando me comunicaron que iba a pasar a las filas de los desocupados, uno de los entonces empleadores, me transmitió que todos sentían lo sucedido, porque: "sos una mina macanuda".
Cuatro palabras que, en otro momento de mi vida, volví a escuchar...
Ahora, según el diccionario, macanudo es ser: bueno, magnífico, extraordinario, excelente, en sentido material y moral.
Hablando del presente, ¿tendremos los argentinos que seguir siendo ..."macanudos"?