lunes, 14 de abril de 2008

Nunca es tarde cuando la nota es buena

Tarde, siempre tarde. Uno corre, se apura, escribe rápido corriendo el riesgo de cometer algunos errores de sintaxis, pero es tarde. Hay que entregar a tiempo porque sino la nota no sale. ¿Y qué pasó la semana pasada?. La nota no salió. Porque ya era tarde y no había lugar. Cuando pienso en esto de no había lugar, me imagino a todos los columnistas y periodistas juntos, apretados, tratando de ganarse un lugar en alguna página del semanario. ¿Vio como pasa a veces en los ascensores?. Uno entra a un edificio apurado, corriendo para llegar al ascensor que ya está lleno de personas y la puerta... se cierra. Y uno se queda parado, viendo como el ascensor emprende su viaje indiferente ante el esfuerzo que se ha hecho para llegar. La semana pasada yo me sentí igual. Llegué apurado con mi nota en la mano, corriendo para poder entrar al ascensor donde ya estaban Jorge Barroetaveña, Horacio Palma, Binóculo, Miguel Diorio, Héctor Jaime y hasta Específico Pérez que intercambiaba ideas con Genérico Gómez, y de repente la puerta se cerró y escuché que alguien desde adentro me espetaba un... ¡tarde!. Y ahí me quedé yo, con la nota en mis manos sin poder hacer nada más. ¿Y ahora?, pensé. Porque el lector no sabe algunas cosas que nos pasa a quienes escribimos. La nota que usted -amigo lector- tarda aproximadamente unos cuatro minutos en leer, a mí me llevó unos tres días pensarla, encontrar un tema que sea interesante, que tenga cierta actualidad, y por lo menos unas tres o cuatro horas ( con suerte) para escribirla, leerla, corregirla, volver a leerla, cambiar algunas cosas... en fin, son horas de dedicación para que el producto sea algo digno, para que usted dedique tan solo cuatro minutos en leerla. Son las reglas del juego: cuatro días para cuatro minutos.

La Guerra de Malvinas
La nota de la semana pasada, la que finalmente no salió, hablaba de la guerra de Malvinas, un hecho doloroso para todos los argentinos. Por estos días que transcurrimos se cumplen 26 años del Conflicto Bélico del Atlántico Sur, desde esa madrugada del 2 de abril de 1982, cuando un grupo de buzos tácticos al mando del Capitán Pedro Edgardo Giachino comenzaba la llamada Operación Rosario.
En el Reino Unido, el gobierno de Margaret Thatcher, llamada la Dama de Hierro –apodo que le encantaba- atravesaba por importantes problemas económicos y sociales. El conflicto bélico del Atlántico Sur, le serviría, tiempo después, para recuperar la popularidad perdida al punto de ser reelecta como Primer Ministro, al año siguiente con el 42% de los votos.
En nuestro país, al gobierno militar le sucedía algo similar. Con serios problemas en la economía que incluía una inflación anual del 150%, y tras seis años de gobierno dictatorial, la sociedad y los partidos políticos comenzaban a pensar que ya era tiempo de elecciones libres y de volver a un gobierno democrático. La derrota de Malvinas, que dejó un saldo de 649 soldados muertos, constituyó el principio del fin de la dictadura militar.

Mi recuerdo de la guerra
En la mañana de ese viernes 2 de abril de 1982 me enteré por la radio, como la mayoría de los argentinos, de la recuperación de las Islas Malvinas. La perplejidad fue el primer sentimiento que recuerdo. Si bien me habían enseñado en la escuela que las Islas Malvinas eran argentinas, era como algo ajeno, distante; algo de lo cual no tenía una real conciencia; un grupo de islas pequeñas, muy al sur, en medio del mar. Después surgió -como en todos- el sentimiento patriótico y el orgullo de que las islas dejaran de ser Falklands para ser definitivamente las Malvinas.
En 1982 estaba cursando el 5to. año turno tarde, en la Escuela de Comercio Celestino Marcó. Al mediodía, como lo hacíamos habitualmente, nos juntamos con mis compañeros en la plaza Constitución antes de entrar a clase. No recuerdo exactamente de quién fue la idea, pero entre varios decidimos ir a la Jefatura Departamental de Policía -frente a la plaza- y pedir prestada una bandera argentina. Cuando ya todos los alumnos estaban en la escuela, “los de quinto”, entramos juntos, jubilosos, formando dos filas con la bandera al medio sostenida por nuestras manos. Tengo en mi memoria la imagen grabada, entrando al patio de la vieja Escuela de Comercio, y los alumnos y profesores aplaudiendo y vivando por la recuperación de las Islas Malvinas. Entre mis compañeros de aquel 5to. año -que recuerdo con mucho cariño- hay varios que hoy son docentes, otros comerciantes; Matías, que hoy es dirigente ruralista y Analía, que es concejal.
Después de la guerra y durante muchos años, al acordarme de esa imagen, sentí vergüenza. Vergüenza por el sentimiento triunfalista de esos momentos, por la inconciencia de no saber la verdadera magnitud de lo significaba una guerra para nuestro país; vergüenza por la derrota y por los chicos de la guerra.
Con el tiempo aprendí a no avergonzarme y a sentir un profundo respeto y admiración por los soldados que fueron a Malvinas. Soldados, la mayoría de los cuales tenían apenas dos años más que yo y que fueron dispuestos a ofrendar lo más valioso que tiene una persona, su vida. Ellos merecen, por parte del gobierno, el estado y la sociedad, ser tratados como lo que son: héroes.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
Publicado en Gualeguay al día el 13/04/08

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