domingo, 11 de enero de 2009

Me olvidé de jugarle al 44

Cumplir años no es cosa de todos los días. Es más bien, cosa de una vez al año. ¿No es así? Bueno, a mí me ha tocado esta semana llegar al cuadragésimo cuarto aniversario de mi nacimiento. En pocas palabras, ¡cumplí 44 pirulos!, ni más ni menos. Esto se da cada once años: 11, 22, 33, 44, 55, etc. Vale decir que no es una fecha cualquiera, o no es un cumpleaños más. Esta circunstancia lo hace un tanto especial. O por lo menos para mí.
El 8 de enero de 1965 fue un día caluroso, esto es de fácil comprobación por dos razones muy sencillas: la primera, porque en el hemisferio sur en enero hace calor y supongo que ese día no habrá sido una excepción, y la segunda, porque así me lo ha hecho saber mi madre que estuvo presente en mi nacimiento. Yo también estuve el día de mi nacimiento pero como dijo el genial Groucho Marx, “debo confesar que nací a una edad muy temprana” y por ese motivo no recuerdo nada.
La cuestión es que ese día de enero yo estuve todo el día en la panza de mi madre como corresponde a un bebe que todavía no ha nacido. Pero se ve que en algún momento me habré cansado de estar nueve meses en el mismo lugar y por alguna razón que hasta hoy desconozco, a eso de las ocho y media de la noche, se me dio por salir a ver que pasaba afuera. A ver qué cosas existían en el mundo exterior y a comenzar a valerme –poco a poco- por mis propios medios. Y tan mal no me ha ido porque he llegado hasta aquí, hasta los 44 años.
Según cuenta mi madre, yo era flaco y largo. Y le creo, porque fui así hasta que me casé. Fue en ese momento que merced a que mi esposa cocina bastante bien y yo tenía un apetito de los buenos, comencé a engordar como corresponde a todo señor bien casado. Y es así que hoy, ya no soy tan flaco ni tan largo.
Esta parte de la nota ha sido escrita en honor a mi madre, sin cuya colaboración y la de mi padre, por supuesto, yo no estaría aquí, escribiendo esto. Así que si a usted, estimado lector, no le ha gustado lo que ha leído hasta aquí, puede hacérselo saber a mi madre, ella le dará las disculpas del caso ya que, por el momento, no me encuentro disponible en la ciudad.
Después de los cuarenta y tantos
Dicen algunos estudiosos del tema de la edad, que más o menos a los cuarenta y tantos, uno comienza a replantearse algunas cosas de su vida. Esto tiene que ver con que uno llega a lo que puede ser la mitad de la vida, comienza a transitar la segunda mitad y en ese momento uno está como parado en la mitad del río. Como dice la canción A mi manera: “estoy mirando atrás y puedo ver mi vida entera”. Si bien a los cuarenta y tantos uno mira atrás y no ve su vida entera, sí se puede ver una buena parte de ella y analizar cómo ha vivido esos años que pasaron, en definitiva: la mitad de la vida.
Esa mirada hacia atrás y ese análisis de los años vividos, muchas veces, según los especialistas pueden traer algunas depresiones que son características alrededor de los 42 años, más o menos.
Según un estudio realizado por dos economistas, los doctores Andrew Oswald de la Universidad de Warwick y David Blanchflower del Dartmounth Collage de New Hampshire, los hombres y mujeres alcanzan su menor grado de felicidad a la mitad de sus vidas.
Oswald y Blanchflower sostienen que los seres humanos sienten mayor felicidad en el inicio y el final de sus vidas. La angustia mental tiende a alcanzar el máximo a mediana edad. Esto tal vez se deba a que algunas personas se dan cuenta, a mediana edad, que no han logrado algunas aspiraciones que se habían propuesto. Esto sucede más allá de los sexos, condición social o económica y estado civil.
Los especialistas en este tema sostienen que personas de entre 40 y 45 años suelen tener síntomas como la pérdida de voluntad, preocuparse solo de temas depresivos, tienden a aislarse, pueden sufrir insomnio o todo lo contrario: hipersomnio. Otro de los síntomas son: la tristeza, llanto, falta de placer en lo que se hace y ausencia de apetito.
Me parece que, como cumplí 44, voy a tener que empezar a prestar atención a estos síntomas, no vaya a ser cosa que pase a engrosar, yo también, las estadísticas de los que se preocupan solo de temas depresivos.
Los cumpleaños de antes
Hablando de temas depresivos, recuerdo que cuando era chico las fiestas de cumpleaños no me producían mucho entusiasmo. Es más, me deprimían un poco. Por aquellos años de la década del ’70, los chicos no nos divertíamos como lo hacen ahora. Hoy en día, las fiestas de cumpleaños son muchísimo más divertidas que las nuestras. Ahora bailan y escuchan temas que no son infantiles. Nosotros nos teníamos que conformar con escuchar a Gaby, Fofó y Miliky, que eran muy buenos, pero convengamos que no era muy divertido escuchar infinidad de veces La gallina turuleca ó Adiós Don Pepito, adiós Don José, y a la hora de soplar las velitas cantar el: Feliz, feliz en tu día / amiguito que Dios te bendiga / que reine la paz en tu día / y que cumplas muchos más; también interpretado por los tres clowns gallegos.
Pero había algo más, algo que todavía recuerdo y que era lo que realmente me causaba un fastidio enorme en las fiestas de cumpleaños: los ridículos bonetes de cartón que nos ponían en la cabeza, que se sujetaban con un elástico sumamente molesto y que siempre me pellizcaba la piel debajo del mentón. A esos bonetes me encargué, a lo largo de los años, de odiarlos con todas mis fuerzas. Recuerdo fotos de esos cumpleaños infantiles donde estoy peinado a la gomina con uno de esos horrendos bonetes en forma de cono en mi cabeza.
Afortunadamente los años han pasado y los cumpleaños de hoy son diferentes a aquellos cumpleaños de otrora. Mientras termino de escribir esta nota, caigo en la cuenta de que me olvidé de hacer algo que tradicionalmente se hace en los cumpleaños: jugar a la quiniela los años que se cumplen. Y yo, ¡me olvidé de jugarle al 44!
Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

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