jueves, 29 de enero de 2009

Miguel Martino Davies y el arte como una actitud frente a la vida.

Nació en Entre Ríos y vive actualmente en El Salvador

El artista plástico y escultor Miguel Martino Davies afirma que “el arte es una actitud frente a la vida, una necesidad de expresión, una permanente y disciplinada actitud de trabajo”.
Martino nació el 10 de mayo de 1950 en Diamante, “pero viví de chico en Bovril, en la estancia El Salado, a cinco leguas del pueblo, no había ni luz eléctrica. Hoy ese espacio es una escuela agrotécnica. Mi abuelo materno, que era galés, de apellido Davies, era capataz de esa estancia que era propiedad de ingleses. De pequeño yo solo hablaba el inglés, aprendí el español como a los cinco años de edad”.
De esos primeros años de vida, Miguel recuerda las cosas típicas de campo. “Era una estancia ganadera, recuerdo el olor del ganado, las grandes extensiones, los animales, tractores, la volanta y el sulky; el calor, la naturaleza, y a Boyito, mi caballo, que murió como consecuencia de un rayo”.
Si bien no había nadie en su familia directa que se dedicara al arte, salvo un tío lejano de origen ruso que pintaba como hobby, comenzó a pintar desde chico. “Mis primeras pinturas deben ser de los ocho o nueve años, algunos ya en óleo. Desde pequeño sentí una gran atracción por el arte y por crear cosas: juguetes, muebles, utensilios, y construir casas en miniatura”.
Los estudios primarios y secundarios los hizo en Buenos Aires; primero tres años en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo y luego en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. “Me considero fundamentalmente autodidacta, el artista siempre está estudiando y experimentando, es como el alquimista”, sostiene Martino Davies.
A los dieciséis años comenzó a trabajar en una agencia de publicidad como cadete. “Recorrí, en treinta y cinco años, catorce agencias en seis ciudades latinoamericanas, pasé por todos los puestos del departamento de arte hasta llegar a director creativo”.
En 1981 viajó a Bogotá a trabajar en una agencia de publicidad, vivió luego en El Salvador, Costa Rica, varios años en México, “país al que amo, estoy casado con una mexicana, tengo la naturalización y una hija mía vive en Guadalajara”; hasta que en 1995 se radica definitivamente en El Salvador.
Martino, tiene dos hijos de su primer matrimonio; Sebastián que vive en Buenos Aires, es ilustrador con importantes trabajos realizados en publicidad y Laura, profesora de fotografía, fotógrafa y escultora, que vive en Guadalajara, México. De su actual matrimonio nació Camilo, que tiene trece años y es salvadoreño.
En forma paralela a la publicidad, siempre se dedicó al arte. “Más tiempo a la pintura, dibujo, grabado, pasteles, etc. Ahora hace como diez años que no he vuelto a pintar, me absorbe física y psíquicamente la escultura en madera, este material siempre fue mi devoción y con el cuál tuve que ver desde la niñez”.
En Suchitoto; un pueblo colonial antiguo de calles empedradas; dentro de una casa con paredes de adobe y techos de teja, se puede apreciar la obra del artista; pinturas, esculturas, dibujos y conocer su estudio-taller. “Siempre me apasionaron los pueblos pequeños, me permiten encerrarme a trabajar tranquilo, este pueblo es algo especial en El Salvador”.
En su casa funciona un restaurante, solo los domingos al mediodía y se pueden disfrutar carnes y verduras a la parrilla al mejor estilo argentino. “La cocina me encanta y las mesas están entre las herramientas, las esculturas y los troncos. No es un restaurante, es la casa del escultor y por supuesto tengo una parrilla a la leña diseñada por mí, donde consumo un mínimo de leñas”.
En sus obras, Martino utiliza madera reconstruida, es decir, de árboles caídos que encuentra en la selva o a partir del aparente desperdicio natural, industrial y humano; además de otros elementos como la piedra y el hierro.
El artista sostiene que el proceso creativo surge de la constancia. “No necesito inspiración para trabajar, solo tiempo para entrar a mi taller-estudio, mi santuario, y a veces me agarra la musa, la mayor parte del tiempo convivo en una relación de amor y odio con mis piezas”.
Para Miguel Martino, que ha expuesto sus obras en diferentes países y recibido varias distinciones entre las que se encuentra la “Manzana de Bronce” en la Bienal Internacional de Escultura de Valencia, el proceso creativo es muy catártico, es de entrega y pasión profunda, pero también de dolor, es la vida. “Si bien hay momentos de éxtasis y goce, casi sublimes, es una permanente lucha entre los opuestos: la vida y la muerte, el cielo y la tierra, el espíritu y la materia, el día y la noche”.
Según Martino, el proceso creativo es lo que más valor tiene. “La obra terminada es eso, solo otro paso en el camino, pero la relación de amor y odio es el proceso, es darle forma a una idea, es como la terapia, uno saca todo”.
“Mi esposa dice que cuando llega a verme, se da cuenta en mis ojos si estuve trabajando con mi obra, porque tengo una paz especial en la mirada.”


Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

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