lunes, 22 de junio de 2009

Dos personas, dos muertes, dos historias

“La muerte nos iguala a todos”, me dijo un amigo esta semana, y yo pienso que tiene razón. Pero si bien es justa en ese sentido, en el de igualar a todas las personas, es injusta cuando nos toca de cerca, es injusta cuando nos roza.
“La muerte nos iguala a todos” me dice este amigo, y pienso en la gente querida que la muerte me quitó. Y no puedo hacer otra cosa que pensar que la muerte es injusta por naturaleza. Esta semana fue un tanto especial en este sentido, porque la muerte se llevó a personas conocidas, a personas talentosas. Entonces no se puede pensar en otra cosa que no sea en la injusticia de esa señora que el imaginario popular ha vestido con un capote negro y una guadaña.

Oscar Ferreiro
La muerte de Oscar Ferreiro, ese famoso “malo” de la televisión, me impactó porque tuve la suerte de hacerle un reportaje en Radio Gualeguay, hace muchos años, junto a la actriz Erika Wallner.
Una tarde de domingo, allá por el año 1984, Oscar Ferreiro y Erika Wallner llegaron a Gualeguay para ofrecer en el Teatro Italia “El cepillo de dientes” de Jorge Díaz. La obra, de solo dos personajes, trata sobre el conflicto que genera la falta de comunicación, la violencia en las relaciones y la pérdida de la identidad. Una característica de la obra es que los personajes no tienen nombre, son solo El y Ella.
Esa tarde de domingo llegaron a la radio para promocionar la función, que sería esa noche y me tocó a mí – no por mérito, sino porque era el único locutor/periodista que estaba de turno – hacerles la nota.
Para mí -que era un novato, un ignoto locutor de una radio de pueblo- entrevistar a una actriz y un actor que tenían una amplia trayectoria en el teatro, el cine y la televisión, no era una tarea fácil de realizar.
Dos cosas me ayudaron en ese momento, mi característica “caradurez” juvenil, y la enorme experiencia de Oscar Ferreiro que colaboró en “remar” la nota para hacerla amena y desestructurada.
Por esos años, Ferreiro no estaba tan caracterizado en papeles de “malo”. Recuerdo que era un hombre alto y con una fuerte presencia. Esa aparente seriedad, antipatía y dureza, se transformaba en amabilidad ante el primer diálogo.
En un reportaje, aparecido hace dos años en el diario La Nación, Ferreiro decía sobre ese encasillamiento en el papel del “malo de la película”; “me encanta, me siento muy afortunado. En el mundo algunos actores son encasillados en ciertos roles y uno decide si, en verdad, está dispuesto a dejarse encasillar. Arranqué en la televisión haciendo galanes y ahora me llaman para estos papeles y me da gusto hacerlos, me divierto. El del melodrama es un campo muy amplio. Hitchcock decía que el melodrama es tan eficiente como eficiente es el retrato del malo. El malo siempre es el motor de la historia, el oscuro, el que se emborracha, el que se pone loco, el que traiciona, al que le pasan cosas. Me siento muy bien recreando a estos seres”.
Ferreiro era de esos actores que la actuación les sale de las vísceras. Actuaba con el cuerpo y con el corazón.

Fernando Peña
Era un artista con todas las letras. “Fernando no era neutral” dijo su amigo Jorge Lanata. Peña era uno de esos tipos que encontraron el lugar exacto y la dimensión exacta en donde estar. Amado y odiado. No se andaba con chicas; era blanco o negro.
Fernando Peña era un artista único en su tipo, raro, extravagante, sincero, provocador. Eso era Peña.
Hace muchos años, cuando comenzó trabajando en radio con Lalo Mir, hacía dos personajes que fueron la base de su carrera artística. Uno era el de una azafata centroamericana, Milagros López.
Milagritos era una señora mayor que hablaba con un acento cubano y que sabía hablar un inglés correcto pero sin dejar de estar influenciado por su acento centroamericano.
El otro era Rafael Orestes Porelorti; un tipo grande, corrupto, lobbysta, ligado a los círculos del poder.
Milagritos hablaba con una voz dulce y con su acento cubano, Porelorti tenía voz muy grave y con un acento porteño, de tipo corrupto, que siempre andaba metido en temas de poco claros del establishment.
Lalo Mir conoció a Peña cuando este era comisario de a bordo de una aerolínea y tenía la costumbre de hablar por los micrófonos del avión como si fuera este personaje: la azafata Milagritos López.
Mir, le propuso hacer este personaje en la radio y así comenzó la exposición mediática de Peña. Pero, por esos años, nadie conocía la cara de Peña, ni siquiera su nombre. Quienes escuchábamos la radio no sabíamos a ciencia cierta si Milagritos era un hombre o una mujer. Y tampoco sabíamos que Milagritos y Porelorti eran la misma persona.
Una vez, por mi trabajo, me invitaron a una presentación de la programación de la FM Uno, radio que era de Ideas del Sur, la productora de Marcelo Tinelli. La fiesta era en el Buenos Aires News, un lugar característico en los bosques de Palermo, cerca de la avenida del Libertador.
El lugar estaba colmado de gente. Cuando comenzó la fiesta, por los parlantes se escuchó la voz de Milagritos López dando la bienvenida a los presentes. Por una punta de escenario vi entrar a alguien, con una falda larga con colores vivos, una blusa al tono, pañuelo en la cabeza, muy maquillada. Ese día, para asombro de todos los que estábamos en el lugar, apareció Peña, develando ese misterio que le había dado-hasta ese momento- la radio. Después vino la popularidad que lo caracterizó en los últimos diez o doce años.
Siempre admiré de Fernando Peña, esa increíble capacidad para crear personajes y ponerle a cada uno una voz particular, característica.
Se fue un artista que no tendrá reemplazo, porque era único en su estilo. Se fue Peña.

Dos personas, dos muertes, dos historias.
La muerte nos iguala, me dijo un amigo. Y a mí, me sigue pareciendo injusta.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

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