jueves, 29 de enero de 2009

Miguel Martino Davies y el arte como una actitud frente a la vida.

Nació en Entre Ríos y vive actualmente en El Salvador

El artista plástico y escultor Miguel Martino Davies afirma que “el arte es una actitud frente a la vida, una necesidad de expresión, una permanente y disciplinada actitud de trabajo”.
Martino nació el 10 de mayo de 1950 en Diamante, “pero viví de chico en Bovril, en la estancia El Salado, a cinco leguas del pueblo, no había ni luz eléctrica. Hoy ese espacio es una escuela agrotécnica. Mi abuelo materno, que era galés, de apellido Davies, era capataz de esa estancia que era propiedad de ingleses. De pequeño yo solo hablaba el inglés, aprendí el español como a los cinco años de edad”.
De esos primeros años de vida, Miguel recuerda las cosas típicas de campo. “Era una estancia ganadera, recuerdo el olor del ganado, las grandes extensiones, los animales, tractores, la volanta y el sulky; el calor, la naturaleza, y a Boyito, mi caballo, que murió como consecuencia de un rayo”.
Si bien no había nadie en su familia directa que se dedicara al arte, salvo un tío lejano de origen ruso que pintaba como hobby, comenzó a pintar desde chico. “Mis primeras pinturas deben ser de los ocho o nueve años, algunos ya en óleo. Desde pequeño sentí una gran atracción por el arte y por crear cosas: juguetes, muebles, utensilios, y construir casas en miniatura”.
Los estudios primarios y secundarios los hizo en Buenos Aires; primero tres años en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo y luego en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. “Me considero fundamentalmente autodidacta, el artista siempre está estudiando y experimentando, es como el alquimista”, sostiene Martino Davies.
A los dieciséis años comenzó a trabajar en una agencia de publicidad como cadete. “Recorrí, en treinta y cinco años, catorce agencias en seis ciudades latinoamericanas, pasé por todos los puestos del departamento de arte hasta llegar a director creativo”.
En 1981 viajó a Bogotá a trabajar en una agencia de publicidad, vivió luego en El Salvador, Costa Rica, varios años en México, “país al que amo, estoy casado con una mexicana, tengo la naturalización y una hija mía vive en Guadalajara”; hasta que en 1995 se radica definitivamente en El Salvador.
Martino, tiene dos hijos de su primer matrimonio; Sebastián que vive en Buenos Aires, es ilustrador con importantes trabajos realizados en publicidad y Laura, profesora de fotografía, fotógrafa y escultora, que vive en Guadalajara, México. De su actual matrimonio nació Camilo, que tiene trece años y es salvadoreño.
En forma paralela a la publicidad, siempre se dedicó al arte. “Más tiempo a la pintura, dibujo, grabado, pasteles, etc. Ahora hace como diez años que no he vuelto a pintar, me absorbe física y psíquicamente la escultura en madera, este material siempre fue mi devoción y con el cuál tuve que ver desde la niñez”.
En Suchitoto; un pueblo colonial antiguo de calles empedradas; dentro de una casa con paredes de adobe y techos de teja, se puede apreciar la obra del artista; pinturas, esculturas, dibujos y conocer su estudio-taller. “Siempre me apasionaron los pueblos pequeños, me permiten encerrarme a trabajar tranquilo, este pueblo es algo especial en El Salvador”.
En su casa funciona un restaurante, solo los domingos al mediodía y se pueden disfrutar carnes y verduras a la parrilla al mejor estilo argentino. “La cocina me encanta y las mesas están entre las herramientas, las esculturas y los troncos. No es un restaurante, es la casa del escultor y por supuesto tengo una parrilla a la leña diseñada por mí, donde consumo un mínimo de leñas”.
En sus obras, Martino utiliza madera reconstruida, es decir, de árboles caídos que encuentra en la selva o a partir del aparente desperdicio natural, industrial y humano; además de otros elementos como la piedra y el hierro.
El artista sostiene que el proceso creativo surge de la constancia. “No necesito inspiración para trabajar, solo tiempo para entrar a mi taller-estudio, mi santuario, y a veces me agarra la musa, la mayor parte del tiempo convivo en una relación de amor y odio con mis piezas”.
Para Miguel Martino, que ha expuesto sus obras en diferentes países y recibido varias distinciones entre las que se encuentra la “Manzana de Bronce” en la Bienal Internacional de Escultura de Valencia, el proceso creativo es muy catártico, es de entrega y pasión profunda, pero también de dolor, es la vida. “Si bien hay momentos de éxtasis y goce, casi sublimes, es una permanente lucha entre los opuestos: la vida y la muerte, el cielo y la tierra, el espíritu y la materia, el día y la noche”.
Según Martino, el proceso creativo es lo que más valor tiene. “La obra terminada es eso, solo otro paso en el camino, pero la relación de amor y odio es el proceso, es darle forma a una idea, es como la terapia, uno saca todo”.
“Mi esposa dice que cuando llega a verme, se da cuenta en mis ojos si estuve trabajando con mi obra, porque tengo una paz especial en la mirada.”


Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

viernes, 16 de enero de 2009

“Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes”

A veinte años de la muerte de Alfredo Zitarrosa

Cuando Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca subió con él hasta los portones del Paraíso, por no dejarlo solo en esos trámites.
Y cuando volvió, nos contó lo que había escuchado.
San Pedro preguntó nombre, edad, oficio.
- Cantor- dijo Alfredo.
El portero quiso saber: cantor de qué.
-Milongas- dijo Alfredo.
San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó:
-Cante.
Y Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien.
San Pedro quería que aquello no acabara nunca.

La voz de Alfredo, que tanto había hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos.
Entonces Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró la oreja.

Y ésa fue la única vez que Dios no supo quién era Dios.

(“Cantor” de Eduardo Galeano)




En su habitación de la pensión de la calle Yaguarón 1021, en el centro de Montevideo, cerca del cementerio, había muchos libros, una figura de Beethoven, un retrato de Vallejo y su calavera Josefina con la inscripción “ser o no ser”. Ese era su universo, su mundo, su lugar. Al joven Zitarrosa le gustaba andar por los boliches, caminar por la rambla a la madrugada, y recitar los poemas de Lorca, Machado, Vallejo o Brecht. En esa época no era cantor, lo sería muchos años después. Desde los 18 años se ganaba la vida como locutor, oficio que ejerció durante diez años pasando por varias radios y por la cabina de locución del Canal 4 Montecarlo. En esas épocas se animaba a escribir sus primeros textos escritos en soledad.
Cristina -su hermana- recuerda: “Esa pensión estaba cerca del cementerio central, que era para los ricos y los héroes. Para los pobres está el cementerio norte. Era una pensión que mamá había alquilado cuando se vino del campo para sobrevivir. Alfredo se mudó con nosotros. Era una casa muy bonita. Había una escalera, una puerta cancel y una bohardilla donde se instaló Alfredo. Más arriba estaba el resto de las habitaciones. Tenía una gran biblioteca, su cama, una caja llena de diarios Época, que eran del partido socialista, y en uno de los laterales había hecho un universo. En el centro estaba Beethoven, a un costado tenía una foto de Vallejo con bastón, y del otro lado había un pico de un ave”.
En aquella bohardilla, Alfredo escribió sus primeros poemas. Incentivado por sus amigos, decidió llevar algunos versos a un concurso. Tenía 23 años cuando mandó Explicaciones, un librito que posteriormente ganó el Premio Municipal de Poesía Inédita, con un jurado que tenía, entre otros, nada menos que a Juan Carlos Onetti junto a Laura Cortinas y Vicente Basso Maglio.
La vida por esos tiempos transcurría entre amigos, algo que se mantendría a lo largo de su vida. La amistad fue una de las cosas más preciadas para Alfredo Zitarrosa.
“Sus amigos solían venir de noche, cuenta su hermana Cristina, a la una o dos de la madrugada a tirar piedritas contra el vidrio para llamarlo. Por la pensión pasaron escritores, pintores, dramaturgos. Era la época en que él era locutor y terminaba a la medianoche. Como era noctámbulo, si no lo encontraban en los bares cercanos a radio El Espectador, venían a casa para charlar sobre poesía, sobre danza. En esas charlas, también estaba la política. Se acercaban muchos compañeros del Partido Comunista, gente de la solidaridad con Cuba”.
Alfredo Zitarrosa, junto con Amanecer, hijo del anarquista Arístides Dotta y amigo de toda la vida, iban a talleres literarios y leían todo aquello que pudiera caer en sus manos. Cuando Amanecer conoció a Alfredo, había quedado impresionado con la cantidad de libros que tenía a su disposición para leer. Entre sus amigos también estaba Salvador Bécquer Puig, poeta y periodista, con quién compartía su gusto por la literatura y las artes en general.
Alfredo había nacido en Montevideo, el 10 de marzo de 1936, como Alfredo Iribarne –apellido materno-, luego adoptó el apellido Durán, por los tíos que lo criaron, hasta que finalmente, en su adolescencia un argentino –llamado Alfredo Zitarrosa- se casa con su madre y le da el apellido definitivo con el cual sería conocido mundialmente. Del matrimonio Zitarrosa-Iribarne nace la única hermana de Alfredo, Cristina Zitarrosa.



Su vida, junto a sus tíos, en una zona rural de Uruguay hasta su adolescencia, influye notoriamente en lo que será su repertorio musical, esencialmente de raíz campesina. "No soy folclorista; soy cantor popular uruguayo, y mi canto es fundamentalmente de raíz campesina; todo es milonga, milonga madre, madre incluso del tango y del candombe...".

A fines de los años ’50 y principios de la década del ’60, Alfredo Zitarrosa, seguía siendo solo Alfredo, “El flaco” o “El Pocho”. Trabajaba hasta la medianoche como locutor en radio El espectador y continuaba con su pasión por escribir textos que compartía solo con sus amigos. Muchas veces en El espectador era el encargado de leer al aire los editoriales que escribía su amigo Vicente Basso Maglio, de quién aprendió el oficio de periodista que ejerció más tarde en el célebre semanario Marcha, dirigido por Carlos Quijano, donde escribían Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano.

Zitarrosa comienza a dedicarse al periodismo a partir de la publicación en los semanarios: Sol, Marcha y Lucha Libertaria, de una carta en homenaje a Vicente Basso Maglio que, días antes de su muerte en 1961, había sido despedido de radio El espectador, la radio que él mismo había fundado treinta años antes. En esa carta Alfredo Zitarrosa decía: “El programa no ha cesado por la muerte de su autor, sino que el autor ha muerto por el cese de su opinión (…) Basso Maglio comprendió que con los años todo emprendimiento se transforma en una empresa, que los hombres se asocian y se organizan, que no son tan libres, que se vinculan con otros hombres y otras organizaciones y pierden otra parte de su libertad, que pierden con ella su propio rostro, ganan un gesto fijo, una risa idéntica a sí misma, una cara reconocible; empiezan a morir precisamente cuando empiezan a comprometer su alma”.

Merced a la publicación de esta carta, Zitarrosa se queda sin trabajo en El espectador y un tiempo después, Carlos Quijano le propone escribir en el semanario Marcha.

Con lo que cobra de indemnización proyecta un viaje a Cuba, pero solo llega a Perú donde trabaja como periodista en Siete días y Oiga de Lima. "Dejé ese empleo para irme con un gringuito que estudiaba antropología, en su automóvil por la Panamericana hasta México, donde un amigo, el gordo Dotta, me mandaría los pasajes para ir a Cuba. Pero a último momento, al gringuito no le dejaron sacar el vehículo, que era un jeep, porque era un material de deshecho del ejército peruano. El lo vendió, se fue en avión a EEUU, y yo quedé en 'banda', sin viaje, sin dinero y sin empleo”.

En octubre de ese año, antes de su debut como cantor, Zitarrosa le escribe una carta a su amigo Bécquer Puig. “Vos no sabés lo que significa para mí esta ajetreada obstinación que es mi existencia. No puedo evitar una sensación molesta de desdoblamiento. Aunque yo creo que en el fondo vos me comprendés, yo te aseguro que a pesar de tantas miserias como las que parecen definirme, me siento un hombrecito. Ya ni versos hago, y pienso que te vas a dar cuenta también, cómo entre tantas dudas hallé un momento para teclear un rato…Sigo pensando que nos hace falta una revolución, aunque para ciertos corazones, no con eso tal vez…”

Estando en Perú y con 27 años, Alfredo Zitarrosa debuta como cantor. “Un amigo, César Durán, sin conocimiento mío, me anuncia como cantor en el show de Tulio Loza en el Canal 13 Panamericano de Lima; canté dos canciones: Guitarrero y Milonga para una niña, cobré 50 dólares y ahí debuté como cantor. Sin embargo mi primera canción la compuse por 1960: Recordándote, una zamba compuesta como si la cantaran Los Chalchaleros y dedicada a un compañero de CX 14 que estaba ennoviado con una amiga mía”.


De regreso en Uruguay, en 1964, debuta como cantor profesional en el auditorio del SODRE (Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica) en Montevideo. "Al regresar a Uruguay, fui locutor de cabina y luego locutor de cámaras en Montecarlo TV Canal 4. También escribí cuentos en Acción y fui periodista en Marcha, donde por encargo de Hugo Alfaro, entrevisté a Silvie Vartan, George Maharis, Don Atahualpa, Onetti, etc.”.

Su primer disco, “Canta Zitarrosa”, un disco doble que en esa época se conocía como “extended simple” tiene en la cara A, Milonga para una niña y El Cambá y en la cara B, Mire amigo y Recordándote. Este disco abre el camino para la difusión de la música nacional de este género en Uruguay, compitiendo en ventas con el fenómeno popular de esa época; “The Beatles”.

Guillermo Pellegrino, periodista del suplemento Cultural del diario El País de Montevideo y autor del libro Cantares del alma, una biografía de Alfredo Zitarrosa sostiene en una entrevista realizada en la revista Sudestada: “No estoy seguro de que Zitarrosa produzca un quiebre, pero sí es un hito muy importante. Creo que en el canto popular uruguayo hay una influencia anterior que es la de Osiris Rodríguez Castillo, que es fundamental, pese a que no está debidamente reconocido. También la de Aníbal Sampayo, que murió hace poco, la de Amalia de la Vega, que Zitarrosa adoptó mucho de sus guitarras. Ellos, junto a Anselmo Grau, Los Carreteros y otros, fueron el movimiento anterior de lo que se llamó canto popular uruguayo. Zitarrosa entra en el segundo grupo, el de los ’60, con Los Olimareños, Daniel Viglietti, José Carvajal y otros. En esa camada se destacan poetas como Washington Benavides, a quien Zitarrosa le grabó más de veinte temas y es un nombre fundamental en esa etapa”.

Washington Benavides, poeta y compositor uruguayo sostiene que conoció a Zitarrosa “en la década del ’60 cuando me escribió una carta solicitando mi autorización para musicalizar los textos de mi libro Las milongas. Por ese entonces yo vivía en Tacuarembó, a 400 kilómetros de Montevideo, donde estaba Alfredo. Él cambió toda la música popular por dentro y por fuera: el color de su voz, abaritonada y sombría, su presentación con el atuendo casi de un cantor de flamenco. En la década del ’70, nos reunimos en Tacuarembó y es allí donde conoce las canciones de jóvenes músicos como Numa Moraes, Larbanois, Darnauchans y Carlos Benavides, entre otros. A partir de ese encuentro, él se deslumbra y se compromete a grabar muchas de esas canciones en sus siguientes trabajos. Creo que a Zitarrosa hay que recordarlo como un poeta de gran valía. Fue excepcional en todo lo que realizó: la locución, el periodismo, la narrativa, la poesía, ni qué decir en la composición musical. El toque Zitarrosa es inconfundible”.

El 29 de febrero de 1968, Alfredo Zitarrosa se casa con Nancy Marino. El 27 de enero de 1970 nace Carla Moriana, su hija mayor y el 12 de diciembre de 1973, María Serena. Sus dos hijas fueron inspiradoras de dos bellísimas canciones: Para Carla Moriana y María Serena mía.

Debido a su militancia política, las canciones de Zitarrosa son prohibidas en Uruguay a partir de las elecciones de 1971 y esa prohibición se consolida con la dictadura cívico-militar de 1973. Con el recrudecimiento de la persecución, lo convencen de salir de Uruguay rumbo a Argentina en 1976, hasta el comienzo de la dictadura militar, donde decide viajar a España, país donde vive hasta abril de 1979. Luego viaja a México, donde aparte de cantar, trabaja como periodista en el diario Excelsior y en Radio Educación. A pesar de que esa época, según el propio Zitarrosa, es la menos creativa debido al dolor por el desarraigo y el exilio obligado, graba y edita varios discos en España, México y Venezuela. Participa en diversos festivales internacionales, como abanderado de la lucha a favor de la libertad del pueblo uruguayo y de otras naciones, y como referente ineludible del canto popular uruguayo y latinoamericano.

Guillermo Pellegrino sostiene que “casi todos coinciden en que nunca se terminó de adaptar al exilio, que el tipo vivía afuera pero vivía como en Uruguay, y que le faltaban las cosas, los árboles, los animales, la gente, los paisajes de su país. Y no podía crear. Quien me lo contó muy sentidamente fue Silvio Rodríguez; me dijo que cuando lo iba a visitar salía llorando porque estaba muy mal en toda esa época”.

Desde 1965 hasta 1988, Zitarrosa grabó aproximadamente cuarenta discos, en diferentes países, pero fundamentalmente en Uruguay y Argentina. Recibió innumerables distinciones y premios, entre las que se destaca la Condecoración con la Orden “Francisco de Miranda” otorgada por el gobierno de Venezuela en 1978.

Con el advenimiento de la democracia en Argentina, en 1983, Zitarrosa vuelve para vivir en Buenos Aires y realiza un recital memorable en el estadio Obras Sanitarias. De ese recital, queda como testimonio, un disco grabado en vivo; “Zitarrosa en Argentina”, con los temas quizás más conocidos, como El violín de Becho, Si te vas, P’al que se va, Stefanie, Adagio a mi país, entre otros.
En el estadio de Obras Sanitarias y ante una multitud al grito de ¡Uruguay, Uruguay! Zitarrosa dice en la presentación: “Queridos hermanos, queridos hermanos uruguayos, queridos hermanos argentinos, queridos hermanos quienes no sean uruguayos ni argentinos. La ausencia ha sido larga, el exilio es duro. Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, muchas gracias. Ojalá a partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra”. Y piensa en un pronto regreso a Uruguay, lo que ocurre ocho meses después. El 31 de marzo de 1984, es recibido por una multitud que lo aclama y lo acompaña desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco, por todo Montevideo. Un Zitarrosa emocionado, con la profunda alegría por el reencuentro con su tierra, con los amigos, define ese momento como la experiencia más importante de su vida.

Pero esa última etapa en Uruguay no sería fácil, el país no era el mismo que él había dejado. Su hermana Cristina describe esos últimos años: “Alfredo regresó a un Uruguay que ya no tenía. Ya no interesaba tanto el canto popular de la misma manera. Otra cosa es que no había trabajo. Ya había otra música y el trabajo de verdad no estaba. Había que adaptarse con 50 años, no le fue fácil. Todo eso se juntó. Eso lo hablábamos con Numa Moraes. Toda la gente que había vuelto del exilio no encontraba su lugar, la canción de protesta no estaba en boga. No encontraban su lugar en el mundo. Uruguay es un lugar muy caro y difícil para vivir. Además, él había tomado su separación como un fracaso por toda su historia, donde nunca hubo familia, casa, núcleo, cosas importantes”.

Sobre los últimos tiempos cuenta Cristina: “nos juntábamos en la casa de Almería, donde estuvo la última etapa, que era como una cueva. No daba el sol ni el aire, algo que contrastaba con Alfredo, que era una persona a la que le gustaban las flores, los bichos, el agua. Cuando se enfermó, me llamó. Lo internamos junto con su representante y una amiga que tenía y estuvo solo. No vino nadie. De casualidad se enteraron los medios porque Yamandú Palacios avisó a la prensa”.

Washington Benavides recuerda que “la última vez que hablé con él, me había llamado desde Buenos Aires a la CX 30, la radio donde yo trabajaba. Estaba de gira, pero iba a suspenderla porque había tenido un desmayo feo. Ese mismo día, yo me iba para el Norte. Allá me persiguió un telegrama donde se me alertaba sobre la situación de Alfredo, que había regresado y estaba en coma. Al día siguiente, Alfaro, el director de Brecha, me comunicó su deceso y me urgía a que enviara una nota sobre Alfredo. Si su regreso al país fue un acontecimiento popular, su entierro también lo fue. Alfredo es mi hermano en todo. Para mí Alfredo es Gardel. Guitarra negra fue la culminación de su poesía profunda en milonga. Pocas veces se equivocó en ese camino.”

Para Guillermo Pellegrino, autor de Cantares del alma, “Zitarrosa ya está cerca de la categoría de mito, es un tipo que logra un lugar muy difícil; un consenso casi generalizado, lo quieren los jóvenes artistas de rock, lo veneran; y gente aún más joven también, tal vez un chiquilín no lo conoce, pero al tiempito ya sabe quién es Zitarrosa, por los padres, porque su figura está, se ven fotos, se habla de él, se escucha su música y yo creo que va en camino de tener una dimensión más grande aún. Creo que con el tiempo va para eso; y también es increíble la veneración que hay por él en Buenos Aires y que se repite en todo el interior”.

El 17 de enero de 1989, dos meses antes de cumplir los 53 años, Alfredo Zitarrosa murió. Su pueblo, el mismo que cuatro años antes lo había recibido en el aeropuerto de Carrasco, volvió a salir a la calle para acompañarlo y ubicarlo casi en la categoría de mito popular.

Vale como cierre, recordar un fragmento de Guitarra negra, una de las mayores obras del gran Alfredo Zitarrosa.

“Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Arístides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al Principe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes... A mi tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas... Y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... Y se echará en el piso como un perro... Y aguardará hasta la madrugada... Hoy... Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...”

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

Fuentes consultadas:
Revista Sudestada, Fundación Alfredo Zitarrosa





domingo, 11 de enero de 2009

Me olvidé de jugarle al 44

Cumplir años no es cosa de todos los días. Es más bien, cosa de una vez al año. ¿No es así? Bueno, a mí me ha tocado esta semana llegar al cuadragésimo cuarto aniversario de mi nacimiento. En pocas palabras, ¡cumplí 44 pirulos!, ni más ni menos. Esto se da cada once años: 11, 22, 33, 44, 55, etc. Vale decir que no es una fecha cualquiera, o no es un cumpleaños más. Esta circunstancia lo hace un tanto especial. O por lo menos para mí.
El 8 de enero de 1965 fue un día caluroso, esto es de fácil comprobación por dos razones muy sencillas: la primera, porque en el hemisferio sur en enero hace calor y supongo que ese día no habrá sido una excepción, y la segunda, porque así me lo ha hecho saber mi madre que estuvo presente en mi nacimiento. Yo también estuve el día de mi nacimiento pero como dijo el genial Groucho Marx, “debo confesar que nací a una edad muy temprana” y por ese motivo no recuerdo nada.
La cuestión es que ese día de enero yo estuve todo el día en la panza de mi madre como corresponde a un bebe que todavía no ha nacido. Pero se ve que en algún momento me habré cansado de estar nueve meses en el mismo lugar y por alguna razón que hasta hoy desconozco, a eso de las ocho y media de la noche, se me dio por salir a ver que pasaba afuera. A ver qué cosas existían en el mundo exterior y a comenzar a valerme –poco a poco- por mis propios medios. Y tan mal no me ha ido porque he llegado hasta aquí, hasta los 44 años.
Según cuenta mi madre, yo era flaco y largo. Y le creo, porque fui así hasta que me casé. Fue en ese momento que merced a que mi esposa cocina bastante bien y yo tenía un apetito de los buenos, comencé a engordar como corresponde a todo señor bien casado. Y es así que hoy, ya no soy tan flaco ni tan largo.
Esta parte de la nota ha sido escrita en honor a mi madre, sin cuya colaboración y la de mi padre, por supuesto, yo no estaría aquí, escribiendo esto. Así que si a usted, estimado lector, no le ha gustado lo que ha leído hasta aquí, puede hacérselo saber a mi madre, ella le dará las disculpas del caso ya que, por el momento, no me encuentro disponible en la ciudad.
Después de los cuarenta y tantos
Dicen algunos estudiosos del tema de la edad, que más o menos a los cuarenta y tantos, uno comienza a replantearse algunas cosas de su vida. Esto tiene que ver con que uno llega a lo que puede ser la mitad de la vida, comienza a transitar la segunda mitad y en ese momento uno está como parado en la mitad del río. Como dice la canción A mi manera: “estoy mirando atrás y puedo ver mi vida entera”. Si bien a los cuarenta y tantos uno mira atrás y no ve su vida entera, sí se puede ver una buena parte de ella y analizar cómo ha vivido esos años que pasaron, en definitiva: la mitad de la vida.
Esa mirada hacia atrás y ese análisis de los años vividos, muchas veces, según los especialistas pueden traer algunas depresiones que son características alrededor de los 42 años, más o menos.
Según un estudio realizado por dos economistas, los doctores Andrew Oswald de la Universidad de Warwick y David Blanchflower del Dartmounth Collage de New Hampshire, los hombres y mujeres alcanzan su menor grado de felicidad a la mitad de sus vidas.
Oswald y Blanchflower sostienen que los seres humanos sienten mayor felicidad en el inicio y el final de sus vidas. La angustia mental tiende a alcanzar el máximo a mediana edad. Esto tal vez se deba a que algunas personas se dan cuenta, a mediana edad, que no han logrado algunas aspiraciones que se habían propuesto. Esto sucede más allá de los sexos, condición social o económica y estado civil.
Los especialistas en este tema sostienen que personas de entre 40 y 45 años suelen tener síntomas como la pérdida de voluntad, preocuparse solo de temas depresivos, tienden a aislarse, pueden sufrir insomnio o todo lo contrario: hipersomnio. Otro de los síntomas son: la tristeza, llanto, falta de placer en lo que se hace y ausencia de apetito.
Me parece que, como cumplí 44, voy a tener que empezar a prestar atención a estos síntomas, no vaya a ser cosa que pase a engrosar, yo también, las estadísticas de los que se preocupan solo de temas depresivos.
Los cumpleaños de antes
Hablando de temas depresivos, recuerdo que cuando era chico las fiestas de cumpleaños no me producían mucho entusiasmo. Es más, me deprimían un poco. Por aquellos años de la década del ’70, los chicos no nos divertíamos como lo hacen ahora. Hoy en día, las fiestas de cumpleaños son muchísimo más divertidas que las nuestras. Ahora bailan y escuchan temas que no son infantiles. Nosotros nos teníamos que conformar con escuchar a Gaby, Fofó y Miliky, que eran muy buenos, pero convengamos que no era muy divertido escuchar infinidad de veces La gallina turuleca ó Adiós Don Pepito, adiós Don José, y a la hora de soplar las velitas cantar el: Feliz, feliz en tu día / amiguito que Dios te bendiga / que reine la paz en tu día / y que cumplas muchos más; también interpretado por los tres clowns gallegos.
Pero había algo más, algo que todavía recuerdo y que era lo que realmente me causaba un fastidio enorme en las fiestas de cumpleaños: los ridículos bonetes de cartón que nos ponían en la cabeza, que se sujetaban con un elástico sumamente molesto y que siempre me pellizcaba la piel debajo del mentón. A esos bonetes me encargué, a lo largo de los años, de odiarlos con todas mis fuerzas. Recuerdo fotos de esos cumpleaños infantiles donde estoy peinado a la gomina con uno de esos horrendos bonetes en forma de cono en mi cabeza.
Afortunadamente los años han pasado y los cumpleaños de hoy son diferentes a aquellos cumpleaños de otrora. Mientras termino de escribir esta nota, caigo en la cuenta de que me olvidé de hacer algo que tradicionalmente se hace en los cumpleaños: jugar a la quiniela los años que se cumplen. Y yo, ¡me olvidé de jugarle al 44!
Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com

sábado, 3 de enero de 2009

Máximo Chaparro: “Estamos cansados de la corrupción. Y lo que encontré en nuestra Facultad, es eso, corrupción”

Ex decano de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la UADER


Máximo Chaparro es Profesor en Filosofía recibido en la Universidad Católica de Santa Fe, Licenciado en Filosofía de la Universidad de Sevilla, posee Diploma de Estudios Avanzados en Investigación de esa misma universidad española y cuenta con más de cuarenta años de experiencia en la docencia universitaria.

Es autor de varios libros: América Latina, liberación y Filosofía (1992), El hombre y su mundo cultural (1993), Epistemología de la Educación (2005), El Mudo (cuentos, 2006) y coautor de Cultura Popular y Filosofía de la Liberación (1975) y El Hombre y la Cultura (1981)

El Licenciado Chaparro fue, hasta hace unos días, decano de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER), cargo del que fue desplazado en medio de una ola de rumores sobre su apoyo a la última dictadura militar. Por su lado, el ex decano denunció una serie de graves irregularidades en la UADER que tienen que ver con la falsificación de su firma en más de cien resoluciones, designación “a dedo” de profesores e intereses políticos partidarios que impiden un correcto funcionamiento de la universidad.

- ¿Cuándo y cómo nace su desplazamiento como decano?
- Mi desplazamiento como decano nace probablemente en el mismo momento que me designaron, hace tres meses. Los nueve meses anteriores había sido secretario académico. Me encontré con una situación que la reorientaba o los intereses político-partidarios primarían. En tal caso, yo sería un obstáculo. Siempre supe esto.

- ¿Usted había sido designado en forma interina por la rectora de la UADER?
- No. ¿Quién dijo que había sido designado en forma interina? Fui designado como Decano Normalizador, por Res. Rectoral Nº 978 -08, del 8 de septiembre pasado, como cualquier otro decano. Eso sí, siempre dije que yo no estaría hasta el fin del mandato, pues tenía mis compromisos en España. Pero esto lo decidía yo, cuando fuera conveniente.

- ¿Cuándo finalizaba, en teoría, su gestión?
- Cuando se normalizara la facultad y la universidad, es decir, se pudieran elegir democráticamente a las autoridades, al decano, consejo directivo, rector, consejo superior, etc. En principio este proceso debería finalizar en diciembre de 2010, con los concursos de profesores necesarios para que se eligiesen las autoridades.

- ¿Qué irregularidades descubrió en su gestión?
- Ya como secretario académico descubrí muchas irregularidades. Para mencionarle algunas: una organización absolutamente piramidal, el ejercicio discrecional del poder, un tejido de parientes y de personas que se decían “del palo”, favorecidos por este sistema implantado. Como decano, recién pude descubrir el trasfondo y en parte nomás, pues no tuve tiempo para averiguar todo lo que se debe averiguar. Por ejemplo, personas que por ser jubiladas en la provincia de Entre Ríos solo podían cobrar doce horas cátedras en la facultad y universidad, y sin embargo, cobraban y cobran– con la antigüedad- más de 48 horas. Otras personas habían sido designadas para funciones que nunca cumplieron, como por ejemplo, dictar clases en Concordia o Gualeguaychú y nunca fueron, o una administrativa categoría 10, designada para dictar el curso introductorio. Punteros políticos que cobraban horas sin trabajar ni en la sede, ni en la subsede, ni en unidad académica alguna, o el otorgamiento de categorías administrativas a hijos de funcionarios, además de regalarle horas cátedras por trabajo no cumplido como sucede con alguien que pertenece al área de Informática y Comunicación Institucional. Como reflejo de esta situación, fue la incalificable falsificación en más de cien resoluciones, lo cual es gravísimo. Con respecto a la falsificación de mi firma en las resoluciones, necesariamente deberán declarar la ex decana -la profesora Gloria Tarullo- y la que hacía de secretaria administrativa, María Antonia Barbera de Ríos. Ellas saben lo que ha sucedido y cómo han operado en estos tres meses de mi gestión como decano.
También hay que decir, y esto es más que relevante, el intento realizado en este año por llamar a concurso asignaturas de profesores que fueran “del palo”, como se decía en reuniones más o menos públicas.

- ¿Qué hizo al respecto?
- Bajé horas en todos los casos que pude, bajo el lema que proclamaba a los cuatro vientos: “se paga solamente por trabajo”. En el tema concursos de profesores ordinarios me esforcé para que existiese total transparencia, cosa lograda gracias al equipo que formamos. Pero hay que ver que sucederá en el futuro en este tema capital que decide el futuro de la UADER. Con respecto a la falsificación de mi firma, pedí a la rectora que formalizara el sumario administrativo que correspondía. El 12 de diciembre, al bajarme del avión proveniente de la Universidad de Sevilla, volví a reiterar lo mismo. El 19 de ese mes era destituido. Hice entonces la denuncia penal ante el Juzgado Nº 7 de Paraná, por la falsificación de mi firma en las ciento y tantas resoluciones, por los presuntos delitos que ellos implican, además del evidente de adulteración y falsificación de documento público. Es lo mínimo. Naturalmente que yo ya tenía pensado como debía obrar como última instancia para transparentar la gestión. Hasta ahora no me han citado para que esta grave denuncia se sustancie.

- ¿Cómo evalúa su gestión la frente del decanato?
- Mire, es muy difícil evaluar lo que uno mismo ha hecho. Solo quiero indicarle algo: hay que escuchar a los estudiantes. Los centros de estudiantes no son enemigos. Hay que escuchar a los profesores y trabajar con ellos. Creo que horizontalicé la toma de decisiones hasta donde pude. Inicié un proceso de informatización de la facultad y de comunicación institucional.

- ¿Cuál cree usted que es el trasfondo, si lo hay, de su desplazamiento?
- El trasfondo creo que es político partidario, y la de un sector que no quiere perder sus privilegios ni prebendas. Para ello no debían perder la Facultad de Humanidades, la más grande de la UADER. Y yo era un obstáculo insalvable, salvo que me echaran.

- A su entender la universidad está politizada…
- No me cabe la menor duda, en el mal sentido de la palabra “politizada”. Para ser más preciso: sectores políticos y gremiales han puesto a funcionarios en la facultad y seguramente también en rectorado. Para entendernos, un ejemplo: la secretaria de Extensión de nuestra facultad –una excelente persona por otro lado- fue puesta por cierto sector de la política entrerriana, y ella naturalmente respondía a sus jefes. Ella sabe muy bien que yo no estaba de acuerdo con ello, pues afectaba la progresiva autonomía universitaria que debíamos lograr. Lo mismo, pero mucho más grave, es lo que sucede con la secretaría de Investigación de nuestra facultad. Otro capítulo.

- ¿Qué hay de cierto en los rumores que circularon sobre su colaboración o apoyo a la última dictadura militar?
- Es verdad que los rumores existieron. Utilizaron la peor de las armas: la difamación. No podrán probar absolutamente nada, pues he estado muy lejos de apoyar a la dictadura militar. Nuestro libro: “Cultura Popular y Filosofía de la Liberación”, fue uno de los primeros que prohibió la dictadura militar. Le digo esto solamente como un ejemplo.

- ¿Usted apoyó el último gobierno militar?
- No he apoyado bajo ninguna forma los gobiernos militares, como tampoco los gobiernos democráticos, del signo que fuesen, cuando pretendieron utilizar la universidad para fines espurios a la misma universidad.

- ¿Tuvo alguna actividad política en su vida?
- Ninguna actividad política partidaria. Ni he pertenecido a ninguna agrupación política. Pero sí poseo una postura en filosofía política, y allí están mis escritos y libros para que cada uno la juzgue. En tal sentido la política debe estar presente en la universidad.

-¿Usted se considera un perseguido político?
- Es difícil contestar esta pregunta. He trabajado 46 años en universidades argentinas y también latinoamericanas. Lo que puedo decir es que no se perdona a quien piensa por sí mismo y no es funcional al Poder. Sí, en tal sentido, me considero un perseguido político.

- ¿Cómo es su relación con el gobierno provincial?
- Recuerde que si bien soy entrerriano de nacimiento, vengo de Santa Fe, sin ninguna vinculación con el gobierno de esta provincia. Una vez, hace dos meses, conocí al vicegobernador, el doctor Lauritto. Fue con motivo de la firma de un convenio que hicimos con la vicegobernación para dos proyectos destinados a carreras de nuestra facultad que se dictan en Concepción del Uruguay. Tuve una excelente impresión del vicegobernador. Pero no puedo decir nada más, porque carezco de elementos. Sí, agregarle algo, el convenio firmado con el vicegobernador implicaba el otorgamiento de 145.000 pesos para la implementación de los proyectos mencionados. Di instrucciones precisas al contador de la facultad para que tales fondos no se fueran para otro lado y que se pagase solo por el trabajo realizado. Hay que seguir este tema. Creo que los entrerrianos y los argentinos nos merecemos transparencia en los actos de gobierno, y publicidad de los mismos. Estamos cansados de la corrupción. Y lo que encontré en nuestra facultad, es eso, corrupción.

Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com