lunes, 14 de diciembre de 2009

Silvina Ocampo: su vida y su obra es un enigma que vale la pena descifrar

A 16 años de su muerte




Puede ocurrir que la figura de Silvina Ocampo sea un tanto difusa para el común de la gente, opacada quizá por el nombre y la popularidad de su hermana mayor Victoria, escritora emblemática ligada a lo mejor de las letras en el siglo pasado, creadora y directora de la revista Sur; o por la de su esposo el escritor Adolfo Bioy Casares, aquel que en 1940 tuvo la capacidad y lucidez de imaginar y escribir -probablemente su obra más famosa- La invención de Morel.

Pero Silvina Ocampo recorrió su propio camino en el arte, primero como artista plástica y luego como poeta y escritora.
“Desde muy chica Silvina se acostumbró a esconderse de la mirada de los otros, escribió Marcelo Pichón Riviere en un artículo titulado La misteriosa vida de Silvina Ocampo, publicado en 1998 en la Revista Ñ. Se sabía distinta, marcada por la diferencia. Cuando estaba con gente, nunca hablaba durante un silencio. Esperaba que alguien dijera algo y otro le respondiera. Entonces sí hablaba me contó una vez, en una entrevista realizada en la década del 70”.

Silvina Inocencia Ocampo Aguirre había nacido el 28 de julio de 1903, era la menor de seis hijas del matrimonio de Manuel Ocampo y Ramona Aguirre. De familia aristocrática, aprendió primero a hablar francés, luego inglés y recién después español. “Yo no me crié con el español, sino con el francés y el inglés. Cuando tenía cuatro años estábamos en París. Los sentía como idiomas ya hechos; en cambio, el español sentía que tenía que inventarlo, que había que rehacer el idioma. Además, me parece que pasar de un idioma a otro es muy interesante. La traducción es el trabajo más interesante”.

Siendo muy joven estudió dibujo y pintura en París con Giorgio de Chirico y Fernand Léger. En realidad Silvina quería estudiar con Picasso. Intentó verlo porque le gustaba la obra del pintor español, pero él apenas si entreabrió la puerta. Siguió insistiendo y fue a visitarlo varias veces pero a Picasso no le gustaba dar clases. Así que finalmente conoció a Giorgio de Chirico con quien comenzó a tomar clases.

Para Silvina Ocampo la escritura ya era, en ese entonces, algo común en ella. Había comenzado a escribir de la manera más simple. “Hacía composiciones larguísimas e incomprensibles. Yo insistía en alejarme del tema dado por la maestra”.

En 1934, cuando Silvina Ocampo se dedicaba solo a la pintura y no había incursionado en la literatura, conoce a Adolfo Bioy Casares. Marta Casares, madre de Adolfo, le dijo a su hijo que tenía que conocer a Silvina porque era la más inteligente de las Ocampo. Se encontraron en la casa del escritor y él la invitó a conocer su estudio. “Mientras subíamos las escaleras me di cuenta que me había enamorado, recordó años después Bioy Casares. Fue un flechazo. Yo me sentía tan atraído por ella y, sin haber hablado demasiado, la abracé y la besé. Silvina me aceptó desde ese momento, con total naturalidad”.

A pesar de que la madre de Bioy Casares se opuso luego a la relación de su hijo con Silvina porque era once años mayor que él, en 1940 se casaron en Pardo un pueblo cercano a la estancia Rincón Viejo, propiedad de la familia Bioy.

“La pareja formada por Silvina y Adolfo fue muy larga -escribió Pichón Riviere- y la multitud de hechos que la pueblan evoca la de esos matrimonios de la época victoriana, tan llenos de amor y de compleja dependencia como de historias de infidelidad. Durante muchísimo tiempo se habló de la fama de mujeriego de Bioy, de sus múltiples aventuras amorosas. Pero rara vez se conoció el nombre de una de esas mujeres”. En 1998 se publicaron cartas de Elena Garro, escritora mexicana, escritas a Bioy Casares. Además, en un libro que reúne parte de la correspondencia de la escritora Alejandra Pizarnik, se publicaron cartas de Alejandra a Silvina, que entretejen una historia amorosa.

Su obra

El primer libro de Silvina Ocampo, Viaje Olvidado fue publicado en 1937. Sobre este libro escribió su hermana Victoria, trece años mayor: “Hace años había yo empezado a escribir unos recuerdos de infancia –recuerdos que duermen en un cajón y que quizá publique. Se me había ocurrido preguntarle a Silvina si le gustaría ilustrarlos. Contestó que sí; pero todo quedó en proyecto. Descubrí más tarde que Silvina tenía algo mejor que hacer que ilustrar mis recuerdos. Tenía que contar los suyos propios, a su manera. Y eso es lo que un día me trajo”.


Los cuentos de Ocampo tienen como característica la inagotable imaginación de la autora que muchas veces se adentra en lo fantástico, enmarcado en un lenguaje cuidado que denota su habilidad lingüística.

Entre sus libros de cuentos figuran: Autobiografía de Irene (1946), La Furia (1959), Las invitadas (1961), Los días de la noche (1970), Y así sucesivamente (1987), Cornelia frente al espejo (1988). En poesía: Enumeración de la patria (1942), Espacios métricos (1942), Los sonetos del jardín (1946), Poemas de amor desesperado (1949), Los nombres (1953), Lo amargo por dulce (1962), Amarillo celeste (1972). Escribió además cuentos infantiles y Los que aman, odian (1946) en autoría con Adolfo Bioy Casares y Los traidores (1956), pieza teatral en autoría con J. R. Wilcock. Además colaboró en varias antologías con Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

Su obra literaria recibió varios premios; el Premio Municipal de Literatura en 1954 por su poemario Espacios métricos, y el Premio Nacional de Poesía en 1962 por Lo amargo por lo dulce, entre otros.

Su producción literaria se vio interrumpida tres años antes de su muerte a causa de una enfermedad progresiva que la tuvo postrada durante varios años. Finalmente, el 14 de diciembre de 1993 a los 90 años, murió en Buenos Aires.

Como escribió Pichón Riviere; Silvina Ocampo hizo de su vida y de su obra un enigma que vale la pena descifrar.

Claudio Carraud

ccarraud@hotmail.com

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